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Acerca De Las Nociones De Verdad Y Objetividad En La Informa

maccseth28 de Octubre de 2012

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Acerca de las nociones de verdad y objetividad en la información.

Miguel Catalán González (mcatalan@uch.ceu.es)

Universidad Cardenal Herrera - CEU, Valencia

Disponible: http://www.comunicacionymedios.com/Reflexion/miscelanea/verdad.htm

Abstract

El artículo trata de distinguir tres conceptos que aparecen en ocasiones mezclados o confundidos en los escritos sobre el papel informativo de los medios de comunicación: los términos de verdad, objetividad y veracidad. A partir de la teoría gnoseológica de la verdad más comúnmente aceptada -la de la verdad como correspondencia-, y siguiendo diversos casos ejemplificadores, se formula el desideratum de que el informador cese en su pretendida persecución de la verdad objetiva (un propósito que, tomado al pie de la letra, puede resultar tan decepcionante como esterilizador) y se aplique a una finalidad más a su alcance, también aparentemente más modesta, pero incomparablemente más eficaz: el propósito de ser veraz.

Palabras Clave: Información, Gnoseología, Ética

Publicado en: Comunicación y Estudios Universitarios, VII (1997), pp. 139-145.

1- Verdad, objetividad y veracidad

El respeto a la verdad se ha constituido, ya desde el origen de la codificación deontológica, en el objetivo último del quehacer del periodista. Así, en el código deontológico de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE) (1) podemos leer: "El primer compromiso ético del periodista es el respeto a la verdad", en tanto que, en el plano internacional, el Código de la UNESCO expone como primer principio de la ética periodística "el derecho del pueblo a una información verídica", y como segundo principio "la adhesión del periodista a la realidad objetiva".

Con independencia de la letra escrita, se encuentra asimismo muy extendida entre los periodistas la idea de que la finalidad última de su profesión la constituye el hecho de contar la simple verdad de lo que ha sucedido (ser "meros notarios de la actualidad", limitarse a "contar sólo lo que se ha visto").

No obstante esta unanimidad respecto al fin último de la información, la noción teórica de "verdad" no es por sí misma evidente ni simple, razón por la cual, antes de honrar el epígrafe de este artículo, convendrá aclarar el sentido y función de lo que vamos a entender por "verdad".

La concepción de la verdad más comúnmente aceptada se inscribe en la teoría de la verdad como correspondencia o adecuación. Esa teoría proviene de Aristóteles y encuentra su formulación clásica en la escolástica cristiana; hay otras teorías de la verdad (la del desvelamiento, la pragmatista, la coherentista...), pero, puesto que ninguna de ellas posee la impregnación en el sentido común que ha alcanzado la primera, nos bastará aquí con haberlas mencionado.

Según la teoría de la correspondencia, la verdad es una característica de las proposiciones o enunciados; no es una característica, en cambio, de los conceptos, que no son verdaderos ni falsos; en todo caso se podría predicar de ellos que se encuentran ejemplificados o no en el mundo: pensemos en el concepto de "gnomo", del que no podemos afirmar que es verdadero o falso, sino tan sólo que existen -o no- en el mundo ejemplificaciones de ese concepto, es decir, que hay -o no hay- individuos que corresponden a la descripción del concepto "gnomo". Así pues, "¿Es "gnomo" verdadero?", sería una pregunta ininteligible, a diferencia de "¿hay gnomos en el mundo?" o <<¿existen los gnomos?>>, que ya son plenamente inteligibles.

Abandonemos, pues, el ámbito de los conceptos y acudamos al de las proposiciones o enunciados. Según la teoría de la correspondencia, si el estado de cosas descrito en una proposición se corresponde con el estado de cosas que se da en el mundo, entonces la proposición es verdadera; en tal caso se produce, en la conocida fórmula adaequatio rei et intellecto, la adecuación (o conformidad) entre el intelecto y la cosa.

Tal adecuación encierra el supuesto de que la proposición refleja de manera exacta y fiel, como lo haría un espejo plano, el hecho acaecido. En el ejemplo de la filosofía analítica, "el gato está sobre la alfombra" es un enunciado verdadero si es el caso que el animal que denominamos "gato" se encuentra sobre el objeto que denominamos "alfombra".

De manera que "verdad" y "hecho" constituirían dos caras -con idéntico dibujo- de la misma moneda, según que ésta cayera del lado del mundo o del lado del lenguaje. A partir de esta concepción de la verdad, todo cuanto tendría que hacer el informador que quiere suministrar al público la exposición verdadera de unos hechos sería reflejarlos desnudamente, sin distorsión subjetiva, de forma puramente especular.

Conviene no pasar por alto la expresión "sin distorsión subjetiva" que acabamos de emplear. Con semejante giro se deja ver que la teoría adecuacionista de la verdad contempla como modo óptimo de acercamiento al objeto el paradójico movimiento de "ponerse a un lado". Consideremos el razonamiento: puesto que el objeto (ob-jectum) es por definición etimológica aquello que se encuentra enfrente del sujeto, el sujeto enunciará una verdad más acabada (más "objetiva") cuanto con mayor fidelidad sea capaz de reproducir el estado de cosas que encuentra frente a sí; cuanto más capaz sea de atenerse a las características del objeto haciendo a un lado las propias tendencias y concepciones previas, al modo en que el pintor necesita alejarse de su modelo para poder valorarlo con propiedad: en consecuencia, la verdad aparece como una manifestación del objeto, independiente de la conciencia que lo observa. Este es el aspecto intelectual de la verdad objetiva; más adelante distinguiremos su aspecto moral.

Aun suponiendo que el método para enunciar la verdad de manera objetiva fuera tan sencillo como se desprende de la teoría adecuacionista (y ya veremos más adelante que no lo es), existiría un obstáculo de orden práctico que habría de dificultar su acceso al informador. Es la razón por la que John Hohenberg denominaba al periodismo "el arte imposible":

"No es frecuente que alguien en el periodismo pueda permitirse el lujo de la contemplación filosófica. Además de dominar su vocación, el periodista ha de conocer la política, la economía, la ciencia, el derecho, la religión, la medicina, el arte, la educación, la agricultura, la historia, la geografía, las matemáticas y la enrarecida atmósfera del espacio exterior (...) Como si no fuera bastante lo anterior, se le pide también de vez en cuando que escriba sobre las ansias de los amores juveniles y seniles, los placeres de la vida familiar, los deportes, los juegos y entretenimientos y los variantes problemas de otros pueblos desde el Cabo Norte hasta Patagonia" . (2)

Aun dando por supuesta la univocidad y claridad de la teoría adecuacionista, decíamos, el informador habría de ser un sabio renacentista para poder acceder a la verdad objetiva de los acontecimientos... pero es que tampoco podemos darlas por supuestas. Tanta claridad y distinción como se desprende de la teoría de la verdad como correspondencia se enturbia en el preciso momento en que pretendemos aplicarla a problemas reales. Vamos a referir tres contrastes de esta oposición entre la verdad y la práctica comunicativa siguiendo la contraposición emprendida por Jeffrey Ölen (3). Son los siguientes:

1) La verdad es más amplia que el hecho. Es difícil que el reportero pueda explicar un conflicto remoto absteniéndose de explicar asimismo el significado contextual, y no sólo textual, de multitud de siglas, organizaciones, etc., que el espectador desconoce. Es más; en ocasiones, el remitirse a los desnudos hechos constituye una forma sutil de colaborar con lo malo: Ölen cita (4) la caza de brujas del senador McCarthy durante los primeros años 50. Puesto que la inmensa mayoría de la prensa siguió los acontecimientos sin "análisis" ni "interpretación", el resultado fue que el público escuchó a McCarthy, pero no comprendió el maccarthysmo. Esa deficiencia sería achacada más tarde a la propia actitud de la prensa, que casi "colaboró" en hacer de los procesos por ideas o actividades procomunistas algo socialmente admisible, cuando la prensa sabía muchas cosas que no escribía por no parecer tendenciosa contra McCarthy. A partir de aquel episodio, entre los informadores norteamericanos ya no se creyó que los comentarios supusieran tout court una pérdida de objetividad, y "cuando Nixon apareció en televisión durante la investigación del Watergate con lo que parecía una enorme cantidad de grabaciones transcritas de la Casa Blanca, los periodistas nos dijeron cuán poco contenido había en cada volumen" (5); por extensión, cuando un responsable político norteamericano comete errores de hecho o intenta confundir a los electores, los reporteros tienden en la actualidad a decir que los comete y que lo intenta, y señalan sin ambages las incoherencias y los cambios oportunistas de posición.

En efecto, del ejemplo que da ölen de las audiencias de McCarthy se desprende que no se estaba siendo objetivo al ocultar los incómodos muelles de la verdad bajo la tupida lona de los hechos, y que hasta detrás del silencio hay siempre una toma de postura implícita.

2) Un hecho es un fenómeno; una verdad es la explicación ideal de los hechos. Así, lo que un presidente del Gobierno manifiesta es un hecho;

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