Aristoteles
Enviado por valen.lulu • 2 de Octubre de 2014 • 1.440 Palabras (6 Páginas) • 180 Visitas
Naturaleza del placer
Cuando se quiere tratar filosóficamente la ciencia política, debe estudiarse a fondo la naturaleza del placer y del dolor; porque el filósofo político es el que señala el fin superior, en vista del cual y fijando siempre en él nuestras miradas podemos decir de cada cosa, de una manera absoluta, que es buena o que es mala. Bajo otro aspecto no es menos necesario estudiar este importante asunto, puesto que hemos reconocido, que los fundamentos de la virtud y del vicio son los placeres y las penas. Y esto es tan cierto que, en el lenguaje ordinario, casi nunca se separa la felicidad del placer; y he aquí por qué, en la lengua griega, la palabra que expresa la felicidad se deriva de la que expresa el goce.
Entre las diversas opiniones emitidas en esta materia hay una que sostiene que el placer no puede ser jamás un bien, ni en sí, ni tampoco indirectamente, y que el bien y el placer de ninguna manera son una misma cosa. Otros piensan, por lo contrario, que hay algunos placeres que pueden ser bienes, pero que los más de ellos son malos. En fin, una tercera teoría sostiene que, aun cuando todos los placeres sean bienes, el placer, sin embargo, no puede ser jamás el bien supremo.
En general, puede decirse que el placer no es un bien, porque todo placer es un fenómeno sensible que se desenvuelve para llegar a un cierto estado natural; y que ninguna generación, ningún fenómeno que se produce, es homogéneo con el fin a que tiende; por ejemplo, la construcción de la casa nunca puede confundirse con la casa misma. Por otra parte, el hombre templado y sobrio huye de los placeres; el hombre prudente sólo anhela la ausencia del dolor y no precisamente el placer. Añádase a esto, que los placeres nos impiden pensar y reflexionar; y nos lo impiden tanto más cuanto más vivos son, como, por ejemplo, los placeres del amor. ¿Quién podría pensar en semejantes momentos? Además, no hay arte posible del placer, mientras que todo bien es el producto de un arte regular. En fin, los niños y los animales buscan igualmente el placer. [202] Lo que prueba, se dice también, que no todos los placeres son buenos, es que algunos son vergonzosos; los hay que todo el mundo condena; los hay que son hasta dañosos al que llega a gustarlos; y más de un placer puede causarnos enfermedades.
Por lo tanto, el placer no es el bien supremo; no es un fin, no es más que un fenómeno, una simple generación. Tales son poco más o menos todas las teorías emitidas sobre esta materia.
Pero de todo esto no resulta ciertamente que el placer no pueda ser por estos motivos, ni un bien, ni tampoco el bien supremo. He aquí las pruebas. Ante todo, pudiendo tomarse el bien en dos sentidos muy diferentes, y pudiendo ser absoluto o relativo, es decir, bajo cierta relación, se sigue que la naturaleza del placer y las cualidades que le hacen posible, así como el movimiento que produce y las causas que le engendran, deben presentar diferencias no menos numerosas. Entre los placeres que parecen malos, unos son malos absolutamente, y otros lo son relativamente a tal o cual individuo, mientras que son aceptables para otro. Haylos que no son aceptables completamente para tal individuo, pero que no lo son en tal momento y por algunos cortos instantes, por más que no deban buscarse por lo que son en sí. también hay otros que no son verdaderos placeres que sólo tienen la apariencia de tales. De esta clase son todos los que van acompañados de un dolor, y que sólo tienen por objeto la curación de ciertos males, como, por ejemplo, los placeres de los enfermos{151}. Además es preciso distinguir en el bien, de una parte, el acto mismo, el hecho mismo del bien; y de otra, la disposición que hace que se le sienta. Los placeres que nos vuelven a nuestro estado natural, sólo son placeres indirectamente, bien que se sostenga que el acto propio del placer consiste en los deseos que producen una disposición y una naturaleza en cierto estado de sufrimiento. Sin embargo, hay placeres en los que la pena y el deseo no entran para nada; tales son, por ejemplo, los actos del pensamiento contemplativo respecto de los que nuestra naturaleza ciertamente no experimenta
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