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Artículo Opinión: Nuva Era Siglo XXI


Enviado por   •  24 de Abril de 2014  •  725 Palabras (3 Páginas)  •  431 Visitas

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Rafael Rendón Padilla

Curso de redacción

impartido por la Maestra

Raquel Mejía

SOGEM-UDG

Guadalajara, Jal., 13 de marzo de 2014.

La rutina de mi padre

(Texto basado en la visualización de una fotografía)

¿Hasta cuándo podré hablar y replicar ante semejante tortura a la que estoy sometido cada día? ¿Hasta cuándo podré llorar por un amor y no por el hartazgo de la incomodidad del ritual que apachurra mi corazón de niño, acelerado ante la desesperación y la inconsciencia de mi padre?

Me dirijo a ti, consciencia mía, porque tú sí me escuchas. ¿Ya te diste cuenta que los angelitos juegan y platican entre ellos, pero conmigo no susurran aunque sea un “cómo estás”? ¿Ya descubriste el ritual de cada día? Mi padre en su silencio amoroso e involuntario se olvidó de mis sensaciones, comete errores que ahora te enumero para saber, consciencia, si tú también percibes lo mismo que yo.

Todos los días, como a las once de la mañana, cuando el sol irradia un arrullador calor, acompañado de olas de polen con olor a naranjo, decide ceñirme a su pecho con un rebozo o especie de arnés muy ajustado; colocado en el cuello ese trapo parte de los extremos de cada hombro y se cruza de lado a lado hasta rematar fuertemente anudado en la parte posterior de su espalda baja. En el centro de la cruz, de frente a él, quedo yo, listo para acompañarlo en su rutina diaria: lavar los trastes.

Ahí, con él, me siento una lagartija infantil trepada sobre una pared; con mi rostro frente a su pecho, y tan apretado que apenas puedo mover mi cuello para separar mi nariz de la vellosidad de su tórax, tan picante y áspera con mis cachetes. ¿Has visto, consciencia, la comezón ansiosa en mi cara al rosar esos bellos gruesos, hediondos y picosos en mis ojos y nariz?

Cualquiera que lo viera parado frente al fregadero, tallando los platos y demás trastes, ignorando los ruidos de los carros y de los pájaros que insisten ser atendidos por su absorta actitud, sentiría una tierna compasión por él. Yo lo miro para expresarle que esa actividad de todos los días no me agrada, pero ni modo, debo aceptar este suplicio porque su intención es protegerme. Al realizar este quehacer del hogar unido a mí, lo hace para no dejarme solo en la cama, le angustia pensar que al dejarme ahí llegue la rabiosa tragedia de la muerte de cuna. No se da cuenta que a veces me amarra tan fuerte, a punto de asfixiarme.

Hay días en los que se esconde el sol, y se asoman las nubes negras enfriando la corriente de viento que se cuela por la ventana, quieren ser mis amigas también, pero ¡ay, se tornan como manos frías! Y al acariciar mis nariz la dejan como helado amargo. Mi padre querido no advierte que su olor a descuido y depresión, como leche descompuesta, me genera náuseas y mareos. Me preocupa su tristeza y sobre todo lo que siente al

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