Axiología o teoría de los valores
Enviado por frlopez • 10 de Octubre de 2012 • Informe • 2.809 Palabras (12 Páginas) • 736 Visitas
Axiología o teoría de los valores (http://www.philosophica.info/voces/scheler/Scheler.html)
Los objetos que pueblan el mundo en que vivimos poseen cualidades de lo más variadas: formas, tamaños, colores, sonidos, pesos, etc. Pues bien, Scheler sostiene que algunos objetos, la mayoría, poseen también otro tipo peculiar de cualidades: las cualidades de valor. Se trata de unas cualidades que no son naturales, como las enumeradas antes, pero tampoco son propiedades ideales que nos dejen indiferentes, como la inteligibilidad de una ley matemática o la complejidad de una teoría. Lo característico de esas propiedades reside en que nos hacen atractivos o repulsivos, en el sentido más general, los objetos que las ostentan. Son, pues, cualidades no naturales —en expresión de G.E. Moore—, pues lo mismo se presentan en un sabroso alimento como en una acción ejemplar. Y sobre todo, lo distintivo de ellas es teñir los objetos como agradables o desagradables, buenos o malos, amables u odiables; por ellos las cosas provocan y reclaman una respuesta afectiva por parte del sujeto. No, por tanto, una mera respuesta teórica (como un juicio), ni siempre una respuesta práctica o volitiva (porque no siempre lo considerado exige su realización); ante lo que posee esas cualidades vivimos una respuesta sentimental, emotiva, afectiva, un íntimo pronunciarse a favor o en contra. Además, por lo dicho, ese reclamo lo experimentamos como proviniendo de las cosas; son ellas las que portan preferibilidad. Con otras palabras, las cualidades de valor son propiedades intrínsecas.
El término filosófico “valor” no era ciertamente nuevo. En el siglo XIX Lotze y Niezsche, cada cual a su modo, lo habían divulgado, y a principios del XX Meinong y Ehrenfels, discípulos de Brentano, lo afianzaban epistemológicamente. Husserl ya contaba con él como concepto clave en su doctrina ética. Pero corresponde sin duda a Scheler el desarrollo de su papel capital en la fundamentación de la ética en todos sus campos: los bienes, los fines, los deberes, las virtudes, los sentimientos y el carácter o personalidad moral.
Los valores son, según Scheler, cualidades; de hecho la comparación que varias veces ofrece los asemeja a los colores. Los colores hacen a las cosas coloreadas, los valores tornan los objetos buenos (o malos); los colores no existen propiamente sin cuerpos extensos, los valores tampoco sin objeto alguno. Y así como se puede pensar y establecer leyes acerca de los colores con independencia de las cosas coloreadas, igualmente los valores pueden ser objeto de consideración y de teoría con independencia —a priori— de las cosas valiosas o bienes: «Los nombres de los colores no hacen referencia a simples propiedades de las cosas corporales, aun cuando en la concepción natural del mundo los fenómenos de color no suelan ser considerados más correctamente que como medio para distinguir las distintas unidades de cosas corporales. Del mismo modo, los nombres que designan los valores no hacen referencia a meras propiedades de las unidades que están dadas como cosas, y que nosotros llamamos bienes. Yo puedo referirme a un rojo como un puro quale extensivo, por ejemplo, como puro color del espectro, sin concebirlo como la cobertura de una superficie corpórea, y ni aun siquiera como algo plano o espacial. Así también valores como agradable, encantador, amable, y también amistoso, distinguido, noble, en principio me son accesibles sin que haya de representármelos como propiedades de cosas o de hombres» [GW II, 35]. De esta suerte, las leyes de los valores (o axiológicas) rigen por la esencia de ellos mismos, sea cual sea la situación fáctica del mundo en cuanto a la existencia de bienes y males (la lealtad, por ejemplo, es siempre un valor positivo aun cuando no se diera ninguna acción leal o nadie la valorase como merece).
Además, la comparación con los colores sirve para caer en la cuenta de que ambas son cualidades simples y originarias: son matices últimos que sólo cabe describir y señalar. Es más, Scheler afirma que lo primero que se nos da de un objeto es su valor (lo cual entraña también el primado del sentir frente al conocer teórico). Naturalmente, esto no significa el absurdo de que pueda percibirse el valor de algo sin percibir la cosa, sino que no es preciso conocer en qué otras propiedades de la cosa (en rigor, en qué “depositarios de valor”) se funda el valor. Las relaciones de fundamentación entre los valores y sus depositarios hacen posible el desarrollo de una axiología. Es decir, aunque los valores son simples y originarios, puede hablarse de ciertas condiciones que un objeto deba cumplir para poder encarnar un valor (por ejemplo, ser corporal para ser plásticamente bello, o ser libre para ser noble una acción). Y también puede afirmarse que a ciertos seres les convienen ciertos valores (como a las obras artísticas la belleza o al ser humano la bondad moral). Pero para esos seres son convenientes tales valores porque estos son valiosos, y porque los sujetos son aptos para encarnarlos; no son valiosos los valores por el hecho de que convengan a esos sujetos. Scheler pone el mayor empeño en mostrar la objetividad de los valores: el valor no es fruto de la valoración efectiva (como sucede por el contrario en el uso económico), ni del individuo ni de la especie entera. Igual que, como sentó Husserl, lo pensado no es producto del acto de pensarlo individual o específicamente.
Por otra parte, que los valores sean simples y originarios tampoco significa que no pueda decirse nada de ellos mismos. Esto es posible porque en los valores se descubren propiedades. Estas son fundamentalmente tres: polaridad, materia y altura. Gracias a la polaridad todo valor es positivo o negativo; la materia brinda el matiz último valioso dentro de la plétora de posibilidades según las cuales algo puede ser atractivo o repulsivo; y la altura revela el mayor o menor rango de un valor respecto a otro, o en general en el panorama axiológico. A la vista de esas propiedades pueden distinguirse cuatro grandes clases de valores según su materia: los hedónicos, los vitales, los espirituales (que comprenden los estéticos, los intelectuales y los de lo justo) y los valores de lo santo. Y atendiendo a la altura habrá de reconocerse, por ejemplo, que los espirituales son superiores o más altos que los vitales. Toda la jerarquía se funda, añade, en Dios. Habrá quien replique que de hecho hay quien prefiere, o tiene por más altos, los valores vitales a los espirituales, por caso. Pero esto sería tanto como constatar que hay quien juzga o deduce incorrectamente. Como es obvio, ni los juicios ni las preferencias fácticas dicen nada de su corrección.
Pues bien, esa jerarquía de valores constituye la trama de la vida moral. La realización de aquello que fomente los valores superiores (no siempre en
...