Bienes Terrenales
Enviado por jess027 • 6 de Noviembre de 2013 • 2.528 Palabras (11 Páginas) • 272 Visitas
Por Alejandro Jiménez
La principal dificultad que tienen los hombres corrientes a la hora de interpretar el mundo en el que viven radica en el hecho de que lo asumen como algo natural e insuperable. Poco puede hacer el ánimo revolucionario ante esta especie de ceguera que no les permite comprender que las estructuras sociales e históricas pueden modificarse, y que si se mantienen en un estado perjudicial e injusto para muchos, la responsabilidad de ello recae, no sólo en quienes tratan de mantener ese modelo a todo costa (porque les resulta provechoso), sino también en aquellos que no mueven un dedo para transformarlo o resistirlo.
Ya antes del siglo XIX varios estudiosos habían comprendido la importancia de concebir la sociedad como una organización en permanente cambio; sin embargo, es a través de Karl Marx que esta idea adquiere las cualidades de una verdadera teoría. Hasta la aparición de sus textos socio-económicos, las transformaciones del mundo eran vistas como el resultado de unas pocas mentes brillantes y privilegiadas: artistas, filósofos, científicos y hombres de armas que decidían en momentos cruciales, el rumbo de toda su sociedad. Marx amplía por primera vez esta perspectiva hasta incorporar en el origen de los cambios a todos y cada uno de los hombres:
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales; en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes” [1]
Las palabras de Marx implican una demanda imperativa para los individuos; se trata de un llamado para que se reconozcan a sí mismos como agentes históricos, inmersos en una lucha contra miles de fuerzas opresoras. Nunca lo escrito por Marx y Engels tuvo un sentido descriptivo; al contrario, buscó movilizar las masas sujetadas por el capital, la religión, o cualquier otra forma de esclavitud, proponiendo como valores irrenunciables del ser humano, su libertad e igualdad. Y, aunque contemporáneamente se haga ver todo esto como un anhelo romántico e incompatible con la realidad, sólo hace falta algo de sensatez y desprendimiento para convencerse de que vale la pena trabajar por ello.
Por tal razón, un libro como Los Bienes Terrenales del Hombre (1936), a pesar de todo el tiempo que ya tiene a sus espaldas, comporta, por un lado, un interés ilustrativo, pero, por otro, también, un uso práctico. Lo que hace en él Leo Huberman, no es únicamente trazar una historia de la economía desde la Edad Media hasta inicios del siglo XX, con el deseo de que su exposición se acomode a las exigencias de un público erudito, sino que intenta que esa historia se convierta, como lo proponía Marx, en una herramienta para el pensamiento y la acción de sus lectores: que ellos utilicen su texto para comprender los hechos que han confluido en la evolución del mundo, y el modo como desde su estado actual, es posible construir un futuro diferente.
Huberman, quien se desempeñó en diferentes cargos a lo largo de su vida (profesor de escuela, editor, director de la Unión Marítima Nacional de Estados Unidos, etcétera), encuentra su perfil más adecuado cuando se lo entiende como un intelectual que abogó siempre por el respeto de los pueblos, que denunció las prácticas del neocolonialismo, que apostó fervorosamente por las experiencias comunistas de la Unión Soviética y Cuba, y que afrontó con severidad todos los problemas que un estadounidense puede tener por pensar de esta manera.
Aquí, en Los Bienes Terrenales del Hombre, Huberman propuso una versión marxista sobre el desarrollo económico del mundo, y el modo como este ha incidido en la constitución de ciertos tipos de sociedad (feudal, pre-industrial, capitalista). Su libro está dividido en dos grandes partes: en la primera, “Del Feudalismo al Capitalismo”, el autor reconstruye el Medioevo europeo, el nacimiento de los primeros comerciantes, los cambios que trajo el conocimiento del Nuevo Mundo, el mercantilismo y la formación de las industrias. Por su lado, en la segunda parte, “Del Capitalismo a…?”, Huberman muestra detalladamente la evolución del dinero, las revoluciones industriales, el surgimiento del pensamiento proletario ante los excesos del capitalismo, la avanzada del colonialismo europeo y, por último, los logros y dificultades del socialismo.
Como se ve, este es un libro ambicioso: material de estudio y acción para todos aquellos que pertenecen al grueso de la sociedad, y desean entrar en contacto con la historia, no a través de un lenguaje técnico, excluyente, sino de la mano de un experto que traduce bien los grandes pensamientos a un estilo directo y entendible. A continuación, se encontrará un pequeño barrido del libro para ilustrar mejor sobre su contenido.
Del Feudalismo al Capitalismo
El análisis de Leo Huberman inicia con la consideración del feudalismo como el sistema económico propio de la Edad Media. Desde las primeras páginas del libro, el autor distingue las clases sociales presentes en esa época (clérigos, guerreros y trabajadores) y expone cómo sobre ellas se levanta el modelo feudal, el cual posee, en su opinión, tres rasgos fundamentales:
“El primero, que los terrenos labrantíos estaban divididos en dos partes: una que pertenecía al señor y se cultivaba para su exclusivo beneficio, y la otra subdividida entre los muchos arrendatarios. El segundo, que la tierra no se trabajaba en campos compactos, como se hace actualmente, sino dividida en varias franjas dispersas. Y el tercero, que los arrendatarios no sólo trabajaban en las tierras que les correspondían, sino asimismo en la heredad del señor” (Pág. 6)
Esta precisión de Huberman permite empezar a dibujar el mapa del feudalismo: un sistema que funcionó sin la presencia de un gobierno o Estado como los conocemos ahora, que permitía la compra y explotación de trabajadores por parte de quienes eran los dueños de las tierras, que facilitó a los clérigos y terratenientes el pleno control social, que se basó sustancialmente en el intercambio de productos –no en su comercialización-, y que impidió durante siglos el advenimiento de las transformaciones económicas.
Hay una distinción entre las clases de siervos: los de la gleba, los bodars, los colonos y los villanos, pero más allá de las prerrogativas que tuvo cada uno de estos grupos, se sabe que ninguno de ellos pudo durante el Medioevo ejercer una plena libertad sobre su trabajo,
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