COLONIAL EMANCIPACIÓN POLÍTICA Y EMANCIPACIÓN MENTAL LA REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA Y LA REACCIÓN
Enviado por roony • 13 de Junio de 2013 • 3.073 Palabras (13 Páginas) • 472 Visitas
Apenas lograda la independencia política de
Hispanoamérica, sus hombres se darían pronto cuenta de la
insuficiencia de esta emancipación. El maestro y pensador
venezolano Andrés Bello (1781-1865) decía al respecto:
“Arrancóse el cetro al monarca, pero no al espíritu español:
nuestros congresos obedecen sin sentirlo a inspiraciones góticas
[...] hasta nuestros guerreros, adheridos a un fuero especial que
está en pugna con el principio de la igualdad ante la ley —piedra
angular de los gobiernos libres—, revelan el dominio de las ideas
de esa misma España cuyas banderas hollaron” (Bello 1945: 200).
Se había realizado la independencia política de Hispanoamérica;
pero los hábitos y costumbres establecidos por España
permanecían arraigados con fuerza en la mente de los
hispanoamericanos.
La revolución de independencia no había tenido como fin
otra cosa que un cambio de poder. No se había buscado el bien de
la comunidad, sino simplemente el poder por el poder. El criollo
reclamaba al español su derecho a gobernar por ser hijo de estas
tierras. La revolución americana, decía el argentino Domingo
Faustino Sarmiento, no fue movida por otra cosa que por “el deseo
de aprovechar una ocasión propicia para sustituir la administración
española por una administración criolla” (Ingenieros 1915: 26). El
espíritu colonial, que permanecía aún en la mente de los
hispanoamericanos, no tardaría en hacerse patente en la primera
oportunidad que se ofreciese. “Apenas terminaba la revolución de
independencia —dice el chileno José Victorino Lastarria— cuando
naturalmente, por un efecto de las leyes de la sociedad, comenzó a
abrirse paso la reacción del espíritu colonial y de los intereses que
esa revolución había humillado. Los capitanes que le habían
servido llevaban ese espíritu en su educación y en sus instintos”
(Lastarria 1885).
Esta reacción buscaría inmediatamente aliados en todos los
campos posibles. Éstos empezaron a surgir: allí estaba la reacción
eclesiástico-militar, exponente de las fuerzas conservadoras en
México; allí también las fuerzas de los caudillos de provincia con
sus montoneras en la Argentina; allí la reacción de los “pelucones”
en Chile. La Iglesia y los militares unidos se encargarían pronto de
establecer el único orden que convenía a sus intereses. Este orden
no era otro que el español, sólo que sin España.
En nombre del pueblo, y para su bien, el doctor José Gaspar
Rodríguez Francia impone en el Paraguay una de las más crueles
dictaduras que conoce la historia. En la Argentina, un hacendado y
militar, Juan Manuel de Rosas, enarbolando la bandera de la
libertad y de los derechos de las provincias, impone otra histórica
dictadura. En México, enarbolando unas veces una bandera, otras
veces la opuesta, el general Antonio López de Santa Anna
establece igualmente nefasta dictadura. En el Ecuador, Gabriel
García Moreno establece una especie de teocracia, y en Chile,
Diego Portales logra establecer un mecanismo gubernamental que,
a semejanza del orden español, impone un orden impersonal, pero
no por esto menos efectivo. Y así, en otros países, el hombre de
mentalidad colonial va estableciendo el orden que sustituye al
español.
REPUDIO DE LA HERENCIA COLONIAL
Frente a este orden surgirá una pléyade de reformistas
hispanoamericanos. Su ideal será transformar tal mentalidad y
acabar con sus hábitos y costumbres, para alcanzar así una
auténtica independencia, lo que llamarán emancipación mental. “La
sociedad —establecía Lastarria— tiene el deber de corregir la
experiencia de sus antepasados para asegurar su porvenir”. Ahora
bien, preguntaba: “¿Acaso no necesita corrección la civilización
que nos ha legado España?”. Ésta, continuaba diciendo, “debe
reformarse completamente, porque ella es el extremo opuesto de la
democracia que nos hemos planteado” (Lastarria 1885). Y en la
Argentina, el desterrado Esteban Echeverría afirmaba que la
emancipación social americana sólo podría conseguirse
repudiando la herencia que nos dejó España.
Por su parte, en México, José María Luis Mora (1794-1850)
creía que era menester transformar los hábitos de los mexicanos, Para uso de los estudiantes
de la Universidad Autónoma
de Nayarit
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si se quería que las reformas fuesen permanentes. Era necesario
que toda revolución, si había de realizarse, estuviese acompañada
o preparada por una revolución mental. “Es preciso —decía
textualmente—, para la estabilidad de una reforma, que sea
gradual y caracterizada por revoluciones mentales, que se
extiendan a la sociedad y modifiquen no sólo las opiniones de
determinadas personas, sino las de toda la masa del pueblo” (Mora
1963).
Y Francisco Bilbao (1823-1865), romántico rebelde chileno
en contra de las instituciones coloniales que habían continuado
después de la independencia, decía: “Si los gobiernos hubieran
comprendido que el desarrollo de la igualdad era el testamento
sagrado de la revolución, que la igualdad es la fatalidad histórica
en su desarrollo, no hubieran sucumbido. Afirmándose en la tierra y
elevando la frente gloriosa de los héroes, el pueblo los hubiera
sostenido asimismo. Y entonces con la autoridad legítima [...]
hubieran podido cimentar por medio de la educación general la
renovación completa del pueblo que había quedado antiguo en sus
creencias” (Bilbao 1941: 99). Es, pues, necesario transformar la
mentalidad de los hispanoamericanos, renovarlos completamente,
revolucionar sus mentes. Hay que arrancar de éstos toda la
herencia española. En ella se encontraban todos los males. El
argentino Sarmiento (1811-1888) exclamaba con su acostumbrada
violencia: “¡No os riáis, pueblos hispanoamericanos, al ver tanta
degradación! ¡Mirad que sois españoles y la Inquisición educó así a
la España! Esta enfermedad la traemos en la sangre. ¡Cuidado,
pues!” (Sarmiento 1989: 117). Quizá ninguno de estos reformistas
intentó, como Sarmiento,
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