Calendario evolutivo
Enviado por doricar • 7 de Febrero de 2014 • Ensayo • 945 Palabras (4 Páginas) • 334 Visitas
una prolongación extrema de este calendario evolutivo. Sería posible
reconocer, en todo caso, dos momentos distintos de su génesis: primero,
su aparición como forma de conocimiento; y, luego, el momento en que
nuestros antepasados terminaron por reconocerla y usarla de forma
deliberada. En el próximo capítulo me concentraré en la parte inicial del
proceso e intentaré mostrar cómo la ficción es connatural al
pensamiento. Un adelanto: a mi modo de ver, la ficción no sería sino una
secuela natural de la imaginación, un recurso escénico del que se vale
nuestro cerebro a fin de concederle cierto orden al mundo (y a la propia
mente). Pero primero debo analizar —imaginar— el instante en que los
seres humanos descubrieron la naturaleza y el poder de la ficción.
La hoguera aún dibuja severos trazos en los muros de la cueva
y tizna los rasgos inquietos de los oyentes. Más allá vuelve a centellear
un bisonte rojizo y, a pocos centímetros, el trazo grácil de un rebaño de
gacelas. Al centro, un auténtico homo sapiens ya no se limita a alzar los
brazos o a zarandear el aire, sino que también emite un bufido gutural
que, para nuestro asombro, desata el aparente entusiasmo de su público
troglodita. Si no desconfiáramos de nuestra mirada antropológica,
podríamos creer que esa horda apestosa y polvorienta se divierte —allí
unos dientes cariados, acá unas pupilas encendidas.
La escena ahora nos parece tan manida que no reparamos en
su carácter impredecible y milagroso. Olvidando su piojosa cabellera y
su pellejo escocido por la sarna, el frenesí del contador de historias nos
demuestra que esas criaturas son ya plenamente humanas.
Sospechamos que, al menos en principio, nuestro héroe narra episodios
verdaderos: una sangrienta partida de caza, una ceremonia iniciática, la
turbación ancestral ante un eclipse o un relámpago, el escalofrío al
extraviarse en una vereda infestada de serpientes.
Pero en esta ocasión el contador de historias prefiere la
mentira: horas atrás, mientras exploraba una nueva ruta entre la nieve,
se topó con un mamut impaciente y solitario, una bestia del tamaño de
22una colina con un par de larguísimos colmillos zigzagueantes.
Envalentonado, nuestro héroe decidió acabar con el monstruo
valiéndose sólo de su monda hacha de sílice, sin esperar el auxilio de sus
compañeros. Trepó a la grupa elefantina como si escalara un
promontorio —así lo narra en su lengua cavernícola— y logró introducir
el arma en un punto débil de su lanudo cuello. Un lago de sangre se
extendió por la helada blancura (nuestro Ur-narrador ya tenía propensión
por la suma de adjetivos) mientras el animal barritaba encabritado.
Cuando la bestia al fin se derrumbó, produjo el plomizo estruendo —y el
temblor de tierra— que todos en la cueva percibieron poco antes. El
cuentacuentos calla, hay unos segundos de incertidumbre, y luego risas
y aplausos, antecedentes remotos de
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