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Conferencia «Ética, Ciudadanía Y Modernidad» ADELA CORTINA


Enviado por   •  12 de Agosto de 2014  •  6.975 Palabras (28 Páginas)  •  1.120 Visitas

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Adela Cortina 2003

Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile

Fuente: Cyber Humanitatis Nº 27, Invierno 2003

Bueno, yo quiero empezar agradeciendo -como es de ley- a la Universidad de Chile en la figura de sus autoridades, a la directora del Centro de Ética Aplicada, y también a la OEI, el honor que me hacen de acompañar lo que, yo creo, es un bautizo del Centro, porque creo que ya lleva como un año de vida, y creo que es siempre un honor que se permita a alguien acompañar en un acontecimiento tan gozoso como un bautizo. Y en este caso, el de una criatura tan valiosa como es un Centro de Ética Aplicada, que creo que es una de las dimensiones más importantes, actualmente, de la filosofía.

Desde los años 70 del siglo XX, van surgiendo las éticas aplicadas como una nueva forma de saber y se han ido extendiendo paulatinamente a los distintos lugares del mundo. Y es una buena noticia siempre que surja un nuevo Centro, porque creo que se trata de unir la filosofía a la vida pública, a la vida social, a la vida cotidiana, y eso siempre me parece que es una excelente noticia. Por eso, muchas gracias por el honor que me hacen de estar aquí esta tarde, y es para mí, de verdad, una alegría poder hacerlo.

El tema que se me había encomendado era el de ética y ciudadanía: «Ética, Ciudadanía y Modernidad», y quería empezar recordando, a la hora de hilvanar algunas palabras sobre este tema, qué quiere decir la palabra ethos. La palabra ethos viene del griego y quiere decir “carácter”. Y así, nos estamos dando cuenta, poco a poco, que lo más importante para una sociedad es el carácter de las personas que la componen, el carácter de sus organizaciones, el carácter de un pueblo. De hecho, la filosofía, en su dimensión ética, desde el comienzo se fue ocupando de la forja del carácter, y sabemos que son importantes las leyes, que es importante la legalidad, pero que lo más importante para una sociedad es la forja del carácter de sus personas, de sus organizaciones y de su pueblo. Forjar el carácter es siempre una apuesta, y no una apuesta a corto plazo, sino a medio y largo plazo; las leyes pueden crearse e incumplirse, lo que realmente es una verdadera apuesta de futuro es la creación, la forja, de un buen carácter, de las personas, de las organizaciones y de los pueblos. Por eso, creo que es importante hablar de la ética de la ciudadanía. Y nuestro tema va a ser el del carácter del ciudadano, la ética de la ciudadanía, qué tipo de ciudadanos queremos forjarnos, en la sociedad chilena, en la sociedad española y en el conjunto de las sociedades, qué tipo de ciudadanos queremos ser.

Es un tema fundamental, y lo está siendo sobre todo desde los años 70 del siglo XX. Y esa necesidad de forjar de nuevo el carácter de los ciudadanos surge de dos lados fundamentales, de dos raíces fundamentales. Por una parte, la necesidad de civilidad, y, por otra parte, la necesidad de que la sociedad civil asuma su protagonismo. Yo voy a referirme en esta charla de esta noche a estos dos lados, a estas dos raíces. En primer lugar, la necesidad de civilidad para las sociedades, y, en segundo lugar, la necesidad de que la sociedad civil asuma su protagonismo, de que salga de su minoría de edad, asuma su mayoría de edad y tome el lugar que le está correspondiendo en una sociedad pluralista.

En primer lugar, la necesidad de civilidad. Yo quisiera remitirme aquí a la obra de Daniel Bell: Las Contradicciones Culturales del Capitalismo, en la que, al analizar cuáles son las contradicciones del capitalismo tardío pone sobre el tapete un diagnóstico que a mí me parece muy acertado. El diagnóstico es -entre otros aspectos fundamentales- el de que, en esas sociedades, la ética fundamental es la ética del individualismo hedonista. A fin de cuentas, la clave de nuestras sociedades es el individualismo. Cada persona siente que él y sus allegados son el centro de la sociedad, el núcleo de la sociedad. Y además, cada uno de ellos siente que tiene deseos, deseos de determinados placeres; los deseos son infinitos y cada uno entiende que él, sus deseos y la satisfacción de sus deseos constituyen la clave de su sociedad.

Cuando esa es la clave ética de una sociedad, lo que es evidente que ocurra a continuación es que se merma totalmente toda capacidad de civilidad. ¿Qué quiere decir civilidad? La capacidad de sacrificarse, de alguna manera, la capacidad de involucrarse en las tareas públicas, la capacidad de involucrarse en las tareas de la sociedad en su conjunto. Y ocurre que, cuando el individualismo hedonista es la clave de una sociedad, la civilidad queda totalmente socavada.

Yo creo que el diagnóstico de Bell es muy lúcido y que, en nuestras sociedades con democracia liberal, uno de los grandes males es que efectivamente el individualismo hedonista se ha convertido en la ética, en la lógica y en la cultura de nuestra sociedad. Y yo añadiría que no sólo el individualismo hedonista, sino también lo que Mac Pherson ha llamado el individualismo posesivo, es decir, la convicción de que cada uno es el dueño de sus facultades y del producto de sus facultades, sin deber por ello nada a la sociedad. En último término, todos entendemos que somos los dueños de nuestras capacidades y de lo que producimos, y que no debemos nada a la sociedad de aquello que tenemos y de aquello que producimos. Y por eso, cuando llega el momento de pagar los impuestos -yo no sé lo que pasa en Chile, pero por lo menos en España nadie siente que lo que está haciendo es devolver a la sociedad lo que, de alguna manera, le pertenece- ocurre que todo el mundo dice taxativamente: «me están quitando, me están quitando de lo mío». Pues se entiende que el impuesto no es devolver parte de lo que uno ha recibido de una sociedad, sino sencillamente que a uno le detraen de lo que, a fin de cuentas, es suyo.

Cuando esa es la clave de una sociedad, es evidente que la civilidad se socava y es evidente también que esa sociedad empieza a entrar en crisis. Porque una democracia no se sostiene con un individualismo hedonista ni con un individualismo posesivo. Una democracia, en el orden político, reclama una ciudadanía que está muy impregnada de virtudes cívicas, muy dispuesta a involucrarse en la vida pública, a trabajar en la vida pública.

El diagnóstico de Daniel Bell llevó a pensar en distintas soluciones. Una de ellas fue la religión civil, en la que yo no voy a entrar. Creo que la solución más lúcida es la de que necesitamos en nuestras sociedades, como un antídoto, tener una idea de justicia compartida por toda la sociedad. En unas sociedades en las que la noción de justicia no es una noción que favorece a todos los ciudadanos y en la que todos los ciudadanos

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