Cuento Filosofico
Enviado por • 23 de Mayo de 2015 • 407 Palabras (2 Páginas) • 184 Visitas
El álamo amarillo
Patrocinan la literatura de Ababolia
Sucedió un día de otoño caminando por la Casa de Campo. Creo recordar que estaba nublado y el ambiente era húmedo; podía percibir con toda claridad el acuoso perfume de las plantas flotando por todas partes, creando una atmósfera particular. El gris del cielo armonizaba perfectamente con el verde perenne de los pinos, el ocre del camino que seguía y los tonos amarillentos de los álamos y los fresnos. Los troncos de las encinas y algunos otros árboles, jaspeados de caleidoscópicos líquenes, impresionaban mi vista y remataban magníficamente el cuadro.
Caminaba despreocupadamente, me dejaba llevar por mis pasos, muy relajado; casi me parecía flotar. Iba como suspendido, expandiéndome en la visión que el paisaje otoñal me ofrecía. No pensaba, sólo percibía. Los pensamientos no se interponían en mi percepción; más bien, me observaba a mí mismo pasear a través de este jardín y me sentía incluido en él.
De pronto me encontré frente a un gran álamo amarillo. Algo pareció abrirse en mí y la visión dejó paso a la experiencia desnuda. ¿Cómo describirlo con este burdo lenguaje? Veía el amarillo de las hojas de una manera directa. Experimentaba el amarillo y la belleza natural de aquel árbol de un modo nuevo y desconocido. Sentía alegría pura, sin motivo alguno, sin explicación. Era algo grandioso y desnudo de conceptos, totalmente espontáneo. De algún modo yo mismo participaba de aquella belleza, no era simplemente un objeto del que mi visión pudiera gozar. Era como si un velo, normalmente cerrado entre las cosas y yo, se hubiera abierto y las viera como realmente eran por primera vez. No las juzgaba en modo alguno; sólo las veía.
El árbol estaba ahí, siempre estuvo ahí; pero yo lo veía por primera vez. No tengo por qué extenderme en más detalles, no es cuestión de hacer literatura. Supe entonces que, normalmente, percibo el mundo no como es sino como yo soy capaz de verlo en cada momento, según mi estado emocional o intelectual. En realidad, lo que suelo percibir no es más que el reflejo de mi estado interior. Veo las cosas, las situaciones, todo, a través del velo de mis sentimientos y mis pensamientos y, de algún modo, a cada instante creo el mundo y lo percibido según mi conveniencia.
No veo la verdad de las cosas sino la proyección de mis ficciones. Entonces, el mundo es una inmensa pantalla donde creo ver lo que tomo por real.
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