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Discurso Sobre La Dignidad Del Hombre


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2013  •  921 Palabras (4 Páginas)  •  567 Visitas

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DISCURSO SOBRE

LA DIGNIDAD DEL HOMBRE

He leído en los antiguos escritos de los árabes, padres

venerados, que Abdala el sarraceno, interrogado acerca

de cuál era a sus ojos el espectáculo más maravilloso

en esta escena del mundo, había respondido que nada

veía más espléndido que el hombre. Con esta

afirmación coincide aquella famosa de Hermes: «Gran

milagro, oh Asclepio, es el hombre».

Sin embargo, al meditar sobre el significado de estas

afirmaciones, no me parecieron del todo persuasivas

las múltiples razones que son aducidas a propósito de

la grandeza humana; que el hombre, familiar de las

criaturas superiores y soberano de las inferiores, es el

vínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos,

por el poder indagador de la razón y por la luz del

intelecto, es intérprete de la naturaleza; que,

intermediario entre el tiempo y la eternidad es (como

dicen los persas) cópula y también connubio de todos

los seres del mundo y, según testimonio de David, poco

inferior a los ángeles. Cosas grandes, sin duda, pero

no tanto como para que el hombre reivindique el

4 Ensayos para pensar

privilegio de una admiración ilimitada. Porque en

efecto, ¿no deberemos admirar más a los propios

ángeles y a los beatísimos coros del cielo?

Pero, finalmente, me parece haber comprendido por

qué es el hombre el más afortunado de todos los seres

animados y digno, por lo tanto, de toda admiración;

comprendí en qué consiste la suerte que le ha tocado

en el orden universal, no sólo envidiable para las bestias,

sino para los astros y los espíritus ultramundanos.

¡Cosa increíble y estupenda! ¿Y por qué no, desde el

momento en que precisamente en razón de ella el

hombre es llamado y considerado justamente un gran

milagro y un ser animado maravilloso?

Pero escuchen, oh padres, cuál es tal condición de

grandeza y presten, en su cortesía, oído benigno a este

discurso mío.

Ya el sumo Padre, Dios arquitecto, había construido

con leyes de arcana sabiduría esta mansión mundana

que vemos, augustísimo templo de la divinidad; había

embellecido la región supraceleste con inteligencia,

avivado los etéreos globos con almas eternas, poblado

con una turba de animales de toda especie las partes

viles y fermentantes del mundo inferior, pero,

consumada la obra, deseaba el Artífice que hubiese

alguien que comprendiera la razón de una obra tan

grande, amara su belleza y admirara la vastedad

inmensa. Por ello, cumplido ya todo (como Moisés y

Timeo lo testimonian) pensó por último en producir

al hombre.

Entre los arquetipos, sin embargo, no quedaba

ninguno sobre el cual modelar la nueva criatura, ni

ninguno de los tesoros para conceder en herencia al

Discurso sobre la dignidad del hombre 5

nuevo hijo, ni sitio alguno en todo el mundo en donde

residiese este contemplador del universo. Todo estaba

distribuido y lleno en los sumos, en los medios y en

los ínfimos grados. Mas no hubiera sido digno de la

potestad paterna, aun casi exhausta, decaer en su última

creación; ni de su sabiduría, permanecer indecisa en

una obra necesaria por falta de proyecto; ni

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