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EL MUNDO DE SOFIA


Enviado por   •  11 de Febrero de 2012  •  2.876 Palabras (12 Páginas)  •  737 Visitas

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El mundo de Sofia.

Este libro no habría nacido sin el alentador apoyo de Sin Dannevig. También quiero agradecer a Maiken Ims su revisión del manuscrito y sus valiosos comentarios. Mi gran agradecimiento también a Trond Berg Eriksen por sus cariñosas observaciones y sólido apoyo profesional durante muchos años.

El que no sabe llevar su contabilidad por el espacio de tres mil años se queda como un ignorante en la oscuridad y solo vive al día.

(Goethe )

El jardín del Edén

Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún

momento de donde no había nada de nada...

Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de

Jornun. Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el ce-rebro humano era como un sofisticado ordenador Sofía no es-taba muy segura de estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.

Se habían despedido junto al hipermercado. Sofia vivía al final de una gran urbanización de chalets, y su camino al ins¬tiulto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de su jardín no había ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.

Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final ha¬cia una brusca curva que solían llamar «Curva del Capitán». Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.

Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardi¬nes se veían tupidas coronas de narcisos bajo los árboles fruta¬les. Los abedules tenían ya una fina capa de encaje verde.

Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año. ¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra inani¬mada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los úl¬timos restos de nieve?

Sofia miró el buzón al abrir la verja de sujardín. Solía ha¬ber un montón de cartas de propaganda, además de unos so¬bres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes.

A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un padre normal y corriente. El padre de Sofia en capitán de un gran petrolero y estaba ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se paseaba por ella haciendo la casa más acogedora pan Sofia y su madre. Por otra parte, cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.

Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofia.

“Sofia Amundsen”, ponía en el pequeño sobre. «Camino del Trébol 3” Eso era todo, no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.

En cuanto hubo cerrado la puerta de la veda, Sofia abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?

No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.

Volvió a mirar el sobre. Pues si, la carta era para ella ¿Pero quién la había dejado en el buzón?

Sofia se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como de costumbre, al gato Sherekan le dio tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofia tuviera tiempo de cerrarla.

-¡Misi, misi, misi!

Cuando la madre de Sofia estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que su hogar era como una casa de fieras, en otras palabras, una colección de animales de distintas clases. Y por cierto, Sofia estaba muy contenta con la suya. Primero le habían regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el gato atigrado Sherekan. Había recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte de su madre, que vovía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el mundo.

Sofia se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano.

¿Quién eres?

En realidad no lo sabía. Era Sofia Amundsen, natural-mente, pero ¿quién era eso? Aún no lo había averiguado del todo.

¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo. ¿En ese caso, habría sido otra?

De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnove. Sofia intentaba imaginane que extendía la mano presentandose como Synnove Amundsen, pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba.

Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la mano. Se colocó delante del espejo, y se miró fijamente a si misma.

-Soy Sofia Amundsen ---dijo.

La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera Sofia, la otra hacía exactamente lo mismo. Sofia intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.

-¿Quién eres? pregunto-

No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un

breve instante llegó a dudar de si era ella o la del espejo la que había hecho la pregunta.

Sofia apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:

-Tú eres yo.

Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pre-gunta y dijo:

-Yo soy tú.

Sofia Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decían a menudo que tenía bonitos ojos al-mendrados, pero seguramente se lo dirían porque su nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible de arreglar. A veces su padre le acariciaba el pelo llamándola “la muchacha de los cabelos de lino”, como la pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que no estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su vida. En el pelo de Sofia no servían ni el gel ni el spray.

A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan ex-traño que se preguntaba si no estaría mal hecha. Por lo menos había oído hablar a su madre de un parto difícil ¿Era realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?

¿No resultaba extraño el no saber quién era? ¿No era tambien injusto no haber podido

...

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