EL Respeto
Enviado por Perlakarina1994 • 1 de Diciembre de 2013 • 2.199 Palabras (9 Páginas) • 243 Visitas
En los valores, el respeto
Junto con la hospitalidad y la convivencia, es indispensable el respeto a cada persona humana, a otros pueblos, a sus culturas, tradiciones y religiones, a todos y cada uno de los seres. Por más puntos en común que se descubran y por muy profunda que sea la convivencia, siempre hay aristas, perspectivas y dimensiones del otro que, o bien no comprendemos, o bien nos resultan difíciles de aceptar, o simplemente nos producen extrañeza y nos desagradan.
Es en ese momento cuando tanto el respeto a la diferencia como la tolerancia deben imperar como actitudes imprescindibles para poder estar juntos en la misma Casa Común.
En primer lugar, la búsqueda de un sentido de vida y de una verdad existencial, la relación con el militar romano y las religiones están al servicio de esa búsqueda, la cual, por eso mismo, ha de ser siempre respetada, pues prevalece sobre cualquier religión, prejuicio o tabú.
En segundo lugar, las religiones existentes, con sus doctrinas y sus restricciones, constituyen otros tantos esfuerzos de traducción del encuentro con Dios y con la verdad existencial. Como tales, son creaciones culturales, sujetas a los cambios históricos.
En tercer lugar, la religiosidad.
En cuarto lugar, el Espíritu no puede ser monopolizado por nadie, por ninguna religión o iglesia, porque se muestra siempre libre frente a la organización religiosa, las doctrinas, los ritos y las prohibiciones. Se da a todos sin discriminación de ningún tipo, con tal de que estén abiertos y en auténtica búsqueda. El Espíritu entra siempre allí donde se le permite entrar.
En quinto lugar, existe la religión del Espíritu Sus adoradores se encuentran en cualquier lugar, en cualquier religión y en cualquier templo.
Esta forma de ver las cosas invita al respeto, porque todos y cada uno de los caminos «en espíritu y en verdad» son caminos que conducen al corazón de Dios. De ahí que posean un valor intrínseco y merezcan ser reconocidos, respetados y valorados positivamente.
¿Qué es el respeto?
Ante todo, el respeto supone reconocer al otro en su alteridad y percibir su valor intrínseco.
a) El reconocimiento del otro
La actitud de reconocer al otro como otro representa un enorme desafío para cada persona y para todas y cada una de las sociedades. El otro, no puede ser reducido al otro humano. Nos referimos a todo otro, a cualquier otro, al no yo, que se presenta ante mí.
El primer otro y el más inmediato, pues nos hallamos inmersos en él, es el mundo que nos rodea, la naturaleza.
A lo largo de la historia se han dado muchos tipos de relación con la naturaleza, unos más respetuosos y cooperadores, otros más agresivos y utilitaristas. Lo cierto es que, desde que apareció el horno habilis que ideó el uso de instrumentos, hace cerca de dos mil trescientos años, empezó también la intervención del ser humano sobre la naturaleza, con el uso de la fuerza y la agresión contra la misma. Con ello irrumpió el riesgo de la falta de respeto y la negación de la alteridad de la naturaleza. Incluso empezó a entenderla y a manejarla únicamente en función de la propia utilidad, sin consideración alguna por el valor que posee con independencia de su utilización o no utilización por parte del hombre.
El antropocentrismo pretende hacernos creer que todos los seres tienen sentido en la medida en que se ordenan al ser humano, el cual puede disponer de ellos a su antojo. A ello debemos contraponer el hecho de que la inmensa mayoría de los seres vivos han existido antes de la aparición del ser humano, que entró en la escena de la evolución cuando la historia de la Tierra ya estaba concluida en un 99,98%. La naturaleza, por tanto, no tuvo necesidad del hombre para organizar su inmensa complejidad y biodiversidad. Lo correcto sería, pues, que el ser humano se entendiera a sí mismo en comunión con la comunidad de vida anterior a él, como un eslabón dentro de la inmensa cadena de la vida; un eslabón singular, eso sí, por ético y responsable.
El respeto implica reconocer que los otros son más viejos que nosotros y que, con mayor razón, merecen existir y coexistir junto con nosotros. Al respetarlos, ponemos límites a nuestro autocentramiento y a nuestra prepotencia. Unos límites que, lamentablemente, casi nunca han sido respetados a lo largo de la historia.
Después de la naturaleza, el otro más próximo es el prójimo, el ser humano, portador de conciencia y de dignidad y un fin en sí mismo. Ante él debemos detenemos con reverencial respeto, porque cada uno es único en el mundo, condensación de la evolución y, a la vez, revelación de Dios. Ningún fin o propósito cultural o religioso es superior en dignidad al ser humano, el cual jamás debería ser usado y degradado a la condición de simple medio: ni medio de producción, ni medio para la guerra, ni medio para la experimentación científica. Con el ser humano culmina el proceso de evolución hasta hoy conocido. A partir de ahora, la evolución sólo será posible con la interacción e intervención del ser humano libre y creador.
b) Respeto incondicional a la conciencia
Hay, sin embargo, un próximo que es el más Íntimo de todos: la conciencia personal. Aquí estamos tocando el punto más sagrado de toda persona. Ante la conciencia es obligado un respeto incondicional.
Es esa voz interior que siempre nos acompaña, que nunca se calla, que nos indica el bien y nos desaconseja el mal, que bendice el bien que hayamos hecho y nos hace sentir remordimiento por el mal que hayamos realizado. La figura bíblica de Caín representa el al que hay en cada uno de nosotros y que trata de huir, aunque nadie lo persiga, porque pretende librarse del peso de la mala conciencia. Pero ésta continúa estando ahí, porque para ella no hay refugios, escondrijos ni secretos. Ella lo saca todo a la luz, y ésta nos alegra o nos obliga a tapamos los ojos.
La existencia de la conciencia nos pone frente a una misteriosa instancia que, aun siendo interior a nosotros, se muestra por encima de nosotros. No podemos manipularle ni hacerle callar. Simplemente, está ahí. Podemos obedecerla, pero no destruirla. Cada persona sabe, en lo más Íntimo de su corazón, el bien y el mal que hace o deja de hacer.
Ese respeto es igualmente exigible cuando la conciencia define libremente su relación con Dios y con las cosas sagradas. Con ello proyecta
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