EL VIAJERO CIENTIFICO
Enviado por antartik • 27 de Febrero de 2014 • 31.291 Palabras (126 Páginas) • 727 Visitas
EL VIAJERO CIENTIFICO
CARLOS CHIMAL
D.R. © CARLOS CHIMAL, 2002
D.R. © de esta edición:
Santillana Ediciones Generales, S.A. de C.V., 2003
Av. Universidad 767, Col. Del Valle 03100, México, D.F.
Alfaguara es un sello editorial del Grupo Santillana.
Primera edición: febrero de 2003
Octava reimpresión: mayo de 2010
ISBN: 978-968 19-0861-4
D.R. © Diseño de cubierta: Patricia Hordóñez
El autor es miembro del Sistema Nacional de Creadores
Impreso en México
Un viaje de exploración del autor y sus tres sobrinas adolescentes por los laboratorios más célebres donde se han realizado descubrimientos que cambiaron el destino de la humanidad, y por las localidades donde vivieron científicos ilustres, como Isaac Newton.
Índice
Primera parte: La ciencia antigua 4
1. Einstein va al cielo 5
2. Desde Oriente, con amor 9
3. Los griegos entraron por España 11
4. Sueños de Carey 14
5. Nací en el Mediterráneo y soy del Adriático 18
6. El árbol de Hipócrates 19
7. El enigma de las pirámides 21
8. ¡Eureka! 24
Segunda parte: La ciencia moderna 28
9. Un mensajero de las estrellas 29
10. Preparativos de cumpleaños 33
11. Un encuentro del tercer tipo 35
12. Las manzanas de Isaac 41
13. Queso Camembert, sidra bretona y Laplace 45
Tercera parte: La ciencia contemporánea 50
14. Clones en el Pasteur 51
15. Un romance newtoniano 53
16. Más allá del átomo 56
17. Otros planetas 62
Primera parte: La ciencia antigua
1. Einstein va al cielo
Todas las familias tienen su oveja negra y, en la mía, esa era yo. Varios hechos me delataban. Había estudiado matemáticas con la intención de resolver uno de los problemas más famosos, la conjetura de Goldbach, que tiene que ver con los extraños y enloquecidos números primos, pero una tía me advirtió que mis esperanzas podrían verse frustradas por imponerme una meta casi imposible y obsesiva. Preferí ampliar mi visión del mundo estudiando la físico-química en un entorno corporativo y tan estimulante como el hipódromo los sábados por la tarde. Finalmente hice algunos intentos en la biología aplicando una teoría más o menos reciente, la del caos, gracias a la cual pude entender un poco mejor fenómenos tan variados como la aparición de los seres vivos y su enorme diversidad, el comportamiento de los líquidos dentro y fuera de los organismos; inclusive pude acercarme a la comprensión del origen del Universo y el significado de la vida.
De hecho, cuando mi hermana me llamó por teléfono para comentarme su idea, me di cuenta del caos en el que había estado viviendo los últimos meses. Si bien era su hermano querido, recurrir a mí en ese momento era un acto descabellado. Estaba yo pasando por una de esas temporadas en que llevas el automóvil a lavar y al rato comienza a llover; si compras un paraguas cesa la lluvia; en el momento en que te metes a la tina suena el timbre de la calle. Aunque en realidad no tenía coche, ni paraguas ni tina.
Otros familiares más lejanos sospechaban de mi apego a la experiencia como el primer criterio de verdad y mantenían conmigo una distancia prudente. La tarde de un domingo familiar, cuando salía del lavamanos, alcancé a escuchar una conversación entre mis sobrinos y sus amigos.
—Es como el doctor Cerebro, pero bien vestido —dijo uno de ellos.
—Ya está ruco —replicó otro.
—No tanto —respondió el primero—, apenas le lleva unos años a tu hermano mayor y ha hecho cosas interesantes.
—¿Como cuáles?
—Pues... fue campeón nacional de fútbol y también sabe de números complejos.
Agradecí él cumplido y lo tomé como una buena señal: "Si al menos cree que tengo cabeza —me dije— no verá tan mal lo que viene cocinando su madre hace algunos días."
Una mañana soleada de primavera, mientras preparaba café, esperaba a mi hermana y a sus hijos. Al fin apareció su nueva camioneta esferoidal color algodón. El policía de la entrada cumplió su rutina. Los dos hijos mayores de mi hermana, los gemelos Poli y Mario, iban a cumplir 18 años de edad, mientras que la pequeña, Tibi, estaba alcanzando los 16.
Mario, que me había defendido en la fiesta familiar, y Poli eran difíciles de complacer. Como muchos otros jóvenes citadinos, sólo conocían la felicidad impune de lo hecho a la medida y no sabían si la estaban disfrutando o padeciendo. La producción en serie los ponía nerviosos, ya se tratase de exámenes semestrales o de ladrillos.
Habían llegado a las mil horas de navegación en los raves, ayudaban a construir temascales, tenían amigos que hacían instalaciones plásticas y eventos multimedios. Habían tomado cursos para ser la mujer orquesta y el DJ iluminado. Como si la parte digital de su cerebro dominara a la analógica, estaban mucho más capacitados que el resto de los mortales, entre ellos su mamá y yo, para distinguir las diversas formas del acid house, hip hop, industrial, fusión, rap, trans, techno, pop rock y la música mundial. Por fortuna no se habían volado la cabeza en alguno de estos experimentos. Tal vez los había salvado la atención y el cariño de mi hermana y de Solventino, su esposo, pero sobre todo la decisión de ellos mismos de alejarse del gran mercado del placer.
Poli, más avispada y tal vez más vulnerable a las turbulencias del mundo, no podía salir de una crisis de identidad y prolongaba un periodo de depresión y melancolía que tenía preocupados a sus padres y a quienes la queríamos ver cómo había sido siempre: dulce, enérgica, necia en lo creativo y sensible al sordo y a veces incomprensible acontecer social. Vivir nunca ha sido fácil. Lo bueno era que mi hermana entendía que luchar por lo que crees justo, tratar de cruzar por las zonas de combate sin morir en el intento, tiene su costo, y nunca perdió la comunicación con sus hijos.
Las heridas que deja la vida pueden hacernos sentir heroicos o avergonzados, orgullosos o arrepentidos; en cualquier caso esos sentimientos que pueblan el claroscuro de nuestro corazón dejan su huella imborrable, mas no impenetrable. Esa misma marca puede convertirse en una señal oportuna y clara en el camino de aquellos a quienes realmente preocupa la injusticia y no están dispuestos a tolerarla en su propia existencia.
Al verlas pasarse la ensaladera y ordenar las verduras, madre e hijas preparando los alimentos, bromeando por cualquier cosa,
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