El Anti-Hessel, O La Necesidad De Lo Obvio Jorge Bustos
Enviado por ventasjose • 8 de Julio de 2013 • 1.111 Palabras (5 Páginas) • 447 Visitas
Advertía Paul Johnson de ciertos momentos en la historia de la humanidad en los que resulta preciso defender lo obvio. Y parecía apostillarle Orwell cuando constataba, en pleno auge de los totalitarismos: «Ahora hemos caído a tal profundidad que la actualización de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes». Parece estimar Fernando Savater, hombre inteligente sin lugar a dudas, que atravesamos por uno de esos momentos que reclaman el ejercicio lúcido, nunca excesivamente perogrullesco, de defender las obviedades éticas más incontrovertibles desde que el hombre empezó a pensar cómo debía vivir conforme a su naturaleza.
En su último ensayo, titulado significativamente Ética de urgencia, Savater vierte el vino viejo de la sabiduría tradicional –casi de refranero– en los odres nuevos de la coyuntura social, política, económica, crítica en fin, de nuestra España actual. Con vocación pedagógica confesa, el autor ofrece su perfil más profesoral y menos académico para reflexionar en torno a fenómenos de efectiva urgencia como la corrupción política y financiera, el utopismo del 15-M, la intimidad amenazada por la invasión tecnológica, la necesidad de una regulación antipiratería en Internet, las contradicciones del capitalismo y la maleabilidad que asegura su vigencia –mediatizada por un Estado que garantice el pacto social redistributivo de la riqueza–, la prevención ante el desencanto primerizo por el sistema de representación democrática, etcétera. Como se ve, se trata de asuntos que interesan principalmente –aunque no sólo– a los jóvenes, porque a ellos está destinado este opúsculo que quiere ser «un complemento y prolongación» de aquella exitosa Ética para Amador que hace más de veinte años logró elevarse a manual canónico para impartir la asignatura de Ética en los colegios no confesionales de España e Hispanoamérica. El libro, de hecho, no es más que la transcripción estilizada de las socráticas conversaciones mantenidas por el autor con los inquietos alumnos de los institutos San Isidro y Montserrat de Madrid, y Virgen del Pilar de Zaragoza.
Siguiendo a Johnson y a Orwell, pero salvando las distancias –por muy apocalíptica que nos salude la prensa cada mañana– con las atrocidades sin par del siglo XX, Savater parte del principio certero de vestirse despacio cuando se tiene más prisa, es decir, de reivindicar la calma del pensamiento en mitad de la zozobra coyuntural si de lo que se trata es de ahorrarse la farsa de repetir la historia. La erudición acreditada por el autor eleva este opúsculo moral muy por encima del género de la autoayuda al uso, pero su registro debido a la simplicidad escolar lo aleja de la categoría filosófica –dentro de su carácter divulgativo– de obras como La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell, un autor muy del gusto del que nos ocupa, por cierto. Tanto Russell como Savater coinciden en el fundamento exclusivamente racional de la moral, pero el didactismo descarado del vasco nos deja con las ganas de una lectura más enjundiosa y un estilo más rico, máxime por cuanto lo sabemos muy capaz de producirlos.
Resulta imposible, en todo caso, discrepar de las verdades del barquero de Fernando Savater, y esa es la utilidad de esta herramienta de innegable eficacia instructiva. La llaneza constituye una ventaja en el registro didáctico del ensayismo. La cabeza del filósofo más conocido del país sigue funcionando sobre la madera basta del tópico con ritmo y precisión de aizkolari. Y van apilándose
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