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El Existencialismo


Enviado por   •  3 de Enero de 2013  •  2.277 Palabras (10 Páginas)  •  418 Visitas

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EL EXISTENCIALISMO

1. De cartógrafos y exploradores

En su fenomenología del espíritu. Hegel nos ofrece una descripción de lo que llama la <<figura de la conciencia desgraciada>> como una de las más pregnantes de una serie en la que se recorre el itinerario de la conciencia. Se nos presenta el despliegue dialectico de las formas de objetivación de la conciencia. En cada una de ellas la conciencia hace la experiencia de que la modalidad de la relación que establece con su objeto no es sino la configuración que en cada momento adopta su propio autoconocimiento: las formas de su autopenetración son correlativas de ese modo a las de su autorrealización. La conciencia escéptica, por decirlo de un modo muy abrupto, disocia las propias experiencias de su vida de la convalidación a que debería promoverlas la conciencia: al ponerlas en suspenso al mismo tiempo que las vive, no puede evitar la contradicción de que la conciencia viva esta suspensión misma, y de ahí resulta la figura del escepticismo de Hegel.

No puede vivirla así quien tiene fura de su propia vida como finitud. <<el desgraciado, en definitiva, es aquel que... Tiene fuera de sí mismo lo que el estima ser su ideal, el contenido de su vida, la plenitud de su conciencia y su verdadera esencia. El desgraciado está ausente de si mismo, nunca íntimamente presente.>> Así presenta la figura hegeliana Sören Kierkegaard, a quien se considera el padre del existencialismo, celebra el diseño hegeliano. La cuestión es muy otra. << ¡Dichoso el que da este asunto por concluido una vez que ha escrito un párrafo sobre el mismo! Kierkegaard se siente aludido e interpelado por el autor de la Fenomenología: es más, se identifica como la figura de la conciencia desgraciada. Con lo que Hegel ha dicho <<queda suficientemente circunscrito todo el territorio de la conciencia desdichada Agradezcámosle a Hegel el haber establecido con tanta precisión esos límites. Y ahora, cumplido ese deber de gratitud, adrentemonos en ese país, no como meros filósofos que contemplan las cosas a distancia, sino como auténticos indígenas que examinan de cerca los diversos estadios del fenómeno>>.

2. De <<Dios mío, ¿porque me has abandonado?>> a <<Dios padre ha muerto>>

Cuando se creí en un dios padre que prefiguraba la creación de acuerdo con unos modelos ejemplares, la prefiguración o anticipación de las ideas arquetípicas en el Padre estaba en correspondencia con la configuración de las cosas, modeladas conforme a esencias. En su correlato sociológico: una sociedad estamental a la que la teología proporcionaba su imaginario y su legitimación, de modo que un noble tenía la vida pautada como un noble, como una villana y un clérigo como un elérigo.

Pues difícilmente puede llamarse tal cuyos designios son totalmente inestructurables para quienes, sin canon ni criterio alguno de reconocimiento, mal puede llamarse hijos suyos. Serán, en el mejor de los casos, hijos expósitos, arrojados ahí y expuestos a recibir o no, discrecionalmente y a posteriori, el reconocimiento, o más bien, la adopción por parte de ese extraño padre. El normalísimo voluntarista, que luego se radicalizo en la Reforma protestante, se produjo la muerte de Dios.

Las palabras que nos transmiten los Evangelios: << Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?>>. Al menos en unos de esos aspectos más significativos, la ontología existencialista kierkegaardiana podría ser asumida como la extracción de las consecuencias de este abandono divino, solo el abandono de la infinitud hace posible la autonomía de la criatura. La autonomía de la criatura esta, pues, en función del abandono divino. Se constituye, pues, en finitud en tanto que perdida de la infinitud. Pero la elección de la finitud es pecaminosamente prometeica, la de identificarse con la infinitud si asumir la propia finitud es vanamente satánica. De ese modo, dirá Kierkegaard, << el yo es la síntesis consiente de la infinitud y finitud, que se relaciona consigo misma, y cuya tarea consiste en llegar a ser si misma, cosa que solo puede verificarse relacionándose uno con Dios.

El yo no es, una existencia separada sino en tanto que se hace ser su propia separación y su propia relajación en la tensión permanente del eterno retorno del yo de si mismo a si mismo. Ya no se recibe el ser por herencia del padre, como cómoda replica de una esencia: hay que hacerse ser el propio ser en un trabajo del espíritu sobre si mismo que logra la propia autorrealización por la plusvalía existencial.

Escila prometeica y la Caribdis satánica. En este sentido, el existente kierkegaardiano puede asumirse por alguno de sus perfiles; su patético individualismo, como una versión del héroe del romanticismo decadentista. Pero, por otro, resuenan en los ecos del capitalismo incipiente: la herencia del caballero feudal ya no se legitima en un mundo en que las identidades adscriptivas, los títulos derivados de determinaciones del nacimiento, están en crisis; hay que hacerse así mismo. <<Nuestra época se ha quedado sin todas esas categorías sustantivas de familia, Estado y espirite. Por eso no tiene más remedio que abandonar al individuo enteramente a su suerte, de tal manera que este estrictamente se convierta en su propio creador…>>

3. La figura del expósito

La crítica nietzscheana a la modernidad y la tradición pone de manifiesto, como es sabido, las consecuencias nihilistas que se derivan de la muerte de Dios. En Kierkegaard hemos podido encontrar un Dios Padre Todopoderoso <<Sé autónoma>>, mensaje que, en cierto modo, ponía en cuestión a la divinidad como Padre. Las implicaciones de la muerte de Dios sub specie Paters, es decir, el nombre divino que lo define como donador e impositor por antonomasia del Nombre. Trataremos de caracterizar ciertos rasgos, relevantes desde este punto de vista, de la ontología de huérfano, de expósito, que de aquí emerge: sintomatología de orfandad que se encuentra en el troquelado más profundo del universo simbólico y conceptual sartreanos.

Nuestro nacimiento no es preconcebido ni anticipado en la idea. Habremos de asumir radicalmente el ser proyecto precisamente por no haber sido proyectados por nadie. A falta de la inserción genealógica que nos proporcionaba la ratio essendi. El existencialismo, desde esta perspectiva, al radicalizar la irracionalización ilustrada de los títulos de nacimiento como instancias legitimadoras, no hace sino ontologizar esta misma deslegitimación. El emblema de esta <<derreliccion>> será Juan-sin-Tierra, el autoapodo preferido de Sartre, como si la sintomatología que estamos tratando de describir fuera una expresión radical. A su vez, el síndrome de expósito se doblara

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