El Vendedor De Sueños
Enviado por veronicasanroman • 27 de Marzo de 2014 • 565 Palabras (3 Páginas) • 328 Visitas
Que alguien se pusiera a comer un bocadillo con evidente placer
delante de una persona que estaba a punto de matarse era
una escena surrealista. Parecía sacada de una película. El suicida
entrecerró los ojos, respiró aún más de prisa y contrajo todavía
más los músculos de la cara. No sabía si debía tirarse, gritar
o pelearse con el extraño. Jadeante, chilló:
—¡Váyase! Me voy a tirar. —Y se balanceó, a punto de caer.
Daba la impresión de que esta vez realmente se aplastaría contra
el suelo. La multitud susurró, presa del pavor, y el jefe de
policía se tapó los ojos con las manos para no ver la desgracia.
Todos esperaban que, para evitar el accidente, el extraño hombre
abandonara inmediatamente la escena. Podría haberle dicho,
como ya habían hecho el psiquiatra y el policía: «¡No lo haga! Ya
me voy», o dar un consejo del tipo: «La vida es bella. Todo tiene
solución. Todavía tiene muchos años por delante». Sin embargo,
de un salto se colocó rápidamente en pie, y para asombro de todos
y en especial del suicida, soltó un poema filosófico en voz
alta. Lo declamaba mirando al cielo y señalando con las manos
en dirección de aquel que quería acabar con su vida:
¡Que se anule en el paréntesis del tiempo el día que este hombre nació!
¡Que se disipe el rocío que en la mañana de ese día humedecía la
hierba!
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¡Que se detenga la claridad de la tarde que llevó júbilo a los caminantes!
¡Que la angustia usurpe la noche en que este hombre fue concebido!
¡Que de esa noche se rescate el brillo de las estrellas que titilaban en
el cielo!
¡Que se eliminen de su infancia sus sonrisas y sus miedos!
¡Que se anulen sus peripecias y las aventuras de su niñez!
¡Que se borren los sueños y las pesadillas, y la lucidez y las locuras
de su madurez!
Tras recitar el poema a todo pulmón, el extraño se dejó ganar
por un aire de tristeza y, bajando el tono de voz, empezó a
contar. La multitud, atónita, se preguntaba si aquello no sería
una obra teatral al aire libre. El policía tampoco sabía cómo
reaccionar. ¿Qué sería mejor, intervenir o seguir de cerca el curso
de los acontecimientos? El jefe de bomberos miró al psiquiatra,
como pidiendo ayuda.
—No conozco ningún libro que hable de anular la existencia
y recoger sonrisas. No sé nada de poesía… ¡Debe de ser otro
loco! —contestó éste.
El suicida se quedó pasmado, casi en estado de choque. Las
palabras del desconocido resonaban en su mente. Indignado,
replicó con violencia:
—¿Quién es usted
...