El ambito individual y social de la moral
Enviado por JOHNNYMORALES • 10 de Abril de 2015 • Ensayo • 2.319 Palabras (10 Páginas) • 5.526 Visitas
EL AMBITO INDIVIDUAL Y SOCIAL DE LA MORAL.
La moral tanto en forma individual (es decir, de cada persona en particular) como de manera social (es decir, la moral vista desde el espectro de la sociedad). Tiene que ver con las creencias o costumbres tanto de la persona como individuo singular como así también con las creencias de las personas que integran un determinado tipo de sociedad. la moral esta muy ligada a la ética.
Se denomina moral' o moralidad al conjunto de creencias y normas de una persona o grupo social determinado que oficia de guía para el obrar (es decir, que orienta acerca del bien o del mal —correcto o incorrecto— de una acción o acciones).
La moral son las reglas o normas por las que se rige la conducta de un ser humano en relación con la sociedad y consigo mismo. Este término tiene un sentido positivo frente a los de «inmoral» (contra la moral) y «amoral» (sin moral).
La ética, sin embargo, no prescribe ninguna norma o conducta; no manda ni sugiere directamente que debemos hacer. Su cometido, consiste en aclarar que es lo moral, como se fundamente racionalmente una moral y como se ha de aplicar ésta posteriormente a los distintos ámbitos de la vida social (en la vida cotidiana) Constituye una reflexión sobre el hecho moral, busca las razones que justifican la utilización de un sistema moral u otro.
EL ÁMBITO INDIVIDUAL:
El amor propio
En su sentido radical, el amor no se reduce simplemente a un sentimiento agradable y complaciente que puede suscitarnos una persona o cualquier otro ser del universo, sino que es atracción, afán de vínculo, interés y cuidado; por ende, implica conocimiento de lo que se ama y esfuerzo para cuidarlo. El amor propio exige autoconocimiento y diálogo interior, y consiste en el cuidado permanente de nuestra propia persona y de su libertad responsable para poder experimentar el crecimiento de nuestra autonomía y personalidad ética.
Personalidad ética: Al practicar la virtud adquirimos un “modo de ser”, un carácter que consiste en buscar la realización de los valores y esforzarse al máximo por lograrla. Así, nos creamos un “rostro propio” o una personalidad ética.
El amor propio, en tanto virtud ética, no consiste en darnos todas las cosas que deseemos, ni tampoco en elaborar una idea agradable de nosotros mismos, ni mucho menos en una actitud de orgullo y egoísmo, sino en cultivar lo más preciado que tenemos: la libertad responsable. Se trata de amar o cuidar nuestro deseo de ser “mejores” siendo fieles a él o convirtiéndonos en los conductores de nuestra propia vida.
El amor propio conlleva la autocrítica: juzgar lo que hacemos a partir de valores, contrastarlos con lo que podría ser “mejor”. Por eso, representa un esfuerzo continuo, pero la gratificación por éste consiste en experimentar el respeto o el amor a nuestra condición humana, así como la capacidad para vivir de un modo autónomo y libre.
El ámbito interpersonal: las amistades y las relaciones amorosas
El cultivo de uno mismo se irradia o extiende en primer término, a las amistades y las relaciones amorosas. Los seres humanos necesitamos el afecto y reconocimiento de nuestros semejantes, pero también necesitamos cuidar y amar a otros para humanizarnos. Las relaciones interpersonales adquieren una cualidad ética cuando hay un interés y respeto mutuo por el despliegue de la libertad del otro. Estas relaciones interpersonales requieren reciprocidad, en sentido de que no puede haber dominio de uno por otro o desigualdad en el interés por el bienestar del otro. La reciprocidad permite que ambos miembros de la relación descubran sus capacidades y puedan desarrollarlas sin cortapisas.
Lo que tenemos que evitar es que el otro pretenda subordinarnos o negar nuestra libertad, que pretenda hacer de nosotros una posesión. La amistad y la relación amorosa exige un esfuerzo constante por mantener nuestra dignidad de personas autónomas frente al otro; pero no podernos exigir desde el inicio el mismo interés por los asuntos que nos atañen, para ello hay que dar y saber recibir lo que el otro, desde su situación y su perspectiva puede darnos. Con el tiempo, la donación de un amor interesado en el crecimiento del amigo o la pareja genera amor en el otro.
En el caso específico de la pareja amorosa interviene el vínculo sexual del placer mutuo. Platón, en el Banquete o Simposium, hace una distinción, que conviene tener presente entre “buen amor”, y “mal amor”. El primero es aquel en el que además de darse la relación sexual, hay interés por la persona en su integridad y se busca formar entre los dos una unidad mayor, más fuerte y completa: dar nacimiento a nuevos intereses y capacidades (los “hijos del alma”) o a otros seres humanos (los “hijos del cuerpo”). Este amor exige respeto de uno por otro e implica una mutua ayuda en el despliegue de la libertad y la autonomía.
El “mal amor” es el que sólo se interesa por lo sexual, desconoce la integridad del otro e incluso pretende poseerlo y limitar su autonomía. En este tipo de relación no hay, desde luego, confianza mutua, respeto ni aspiración a la reciprocidad.
En síntesis, hay amistad y pareja ética cuando existe un vínculo de libertad a liberad entre iguales; por el contrario hay una mala relación cuando se dan la posesión o el sometimiento, cuando no se cultiva la igualdad interhumana.
El ámbito familiar
En cuanto a la familia, es preciso tomar en cuenta que, en tanto “célula de la sociedad”, es la primera forma de intercambio social al que enfrentamos desde que nacemos y, gracias a ella, la sociedad transfiere su herencia cultural a cada uno de sus miembros. El fin ético de la familia consiste en procurar el bienestar y el desarrollo adecuado de cada uno de sus miembros como personas autónomas y responsables.
El significado ético de la familia está determinado por los valores de igualdad y libertad, de respeto recíproco de unos por otros, y por la búsqueda de complementación y colaboración. Para la comprensión ética de nuestro tiempo no cabe una estructura familiar basada en el autoritarismo y la dominación, ni del hombre sobre la mujer (o viceversa), ni de los padres sobre los hijos. No puede seguirse admitiendo las viejas formas de dominación familiar, de separación y exclusión entre mayores y menores, poderosos y débiles, y de una absoluta obediencia de los hijos hacia los padres.
Lo cual no significa que desaparezca la “autoridad” de los padres y que éstos no dicten reglas de comportamiento a los hijos. En la familia éticamente estructurada debe persistir un principio de autoridad, pero sin llegar al autoritarismo o la dictadura. La autoridad debe conservarse debido a que los padres tienen
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