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El lenguaje y la realidad en Aristóteles: los antecedentes platónicos y las primeras críticas


Enviado por   •  26 de Junio de 2023  •  Tarea  •  971 Palabras (4 Páginas)  •  41 Visitas

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El lenguaje y la realidad en Aristóteles: los antecedentes platónicos y las primeras críticas

Platón y Aristóteles advirtieron claramente que no era del todo posible separar arbitrariamente el plano de la realidad del plano del lenguaje, que las palabras remitirían necesariamente a las cosas, aun cuando por «cosas» cada uno tuviera su definición. Lenguaje para Aristóteles era expresar algo con susceptibilidad de verdad o falsedad, pero esto implicaba, además, la significación. Si bien es cierto entonces que el interés de Aristóteles se dirigió a las cosas significadas, no deja de ser menos cierto que su investigación se llevó a cabo, al menos parcialmente, mediante el estudio de ciertos elementos del lenguaje. Es por ello que, seguramente, los primeros supuestos del mismo, debieron conllevar implicaciones ontológicas directas con su visión de la realidad.
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El conocimiento de las cosas entonces debía expresarse con palabras, con términos susceptibles de aplicarles la prueba de validez lógica. Ahora bien, lo que ocurrió, como sostiene Lledó, es que Platón había advertido que se estaba perdiendo esa ingenua confianza en el lenguaje y en el significado de los términos, esto es, en su relación con lo real. Así, la concepción platónica del lenguaje ya presuponía las Ideas y la verdad entendida como la recta relación entre el nombre, la idea, y la cosa.

El aspecto más relevante seguía siendo esta diferencia que permanecía al descubierto entre el plano ontológico y el lógico – discursivo. Diferencia que, por antinómica, debía ser superada y que, dada la naturaleza de la antinomia, tal superación no podía realizarse sino renunciando a tener que asumir el universal como realidad en sí y considerándolo, en cambio, exclusivamente determinación del individual y, en el plano discursivo, como predicado. Así, aquél que lógicamente es el sujeto de la proposición debía ponerse en el plano ontológico como el fundamento o el sustrato de las múltiples determinaciones representadas por los predicados. En Platón, por otra parte, el suelo de la realidad parecía estar construido justamente por aquellos términos que según se cree, muy equivocadamente por cierto, en Aristóteles no significaban nada, aquellas estructuras formadas por ideas que actuaban de soportes principales a la vez que razón de ser de la estructura, así pues, sin los conceptos no se podía formular juicio alguno.

Así, mientras Aristóteles confiaba sus deducciones a favor de la multiplicidad frente a la unidad, para Platón, el concepto entendido como esencia única y real de las cosas, constituía la única realidad.



Alguien podría sentirse tentado a decir que, muy sencillamente, la palabra significa la cosa. También podemos recordar a Saussure, cuando escribía que «el signo no une una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica». Y es que de ordinario se suele pensar que las ideas o conceptos son algo que está «en la cabeza» o en la mente, o en el alma, como se decía antes. Así Locke definía las palabras como «signos externos de nuestras ideas, que son internas».

En rigor, ni siquiera es necesario que se trate de dos individuos, pues, como bien dice Gorgias, incluso uno mismo percibe las cosas de manera distinta en distintos momentos. Está, para decirlo con más exactitud, en lo que Saussure llamaba la langue, la lengua, el sistema de la lengua, el sistema de convenciones establecidas que rige en lo que es hablar una lengua, por oposición a la parole, el habla, es decir, las producciones lingüísticas efectivas de los hablantes. Los significados están en la lengua, en el sistema, y más exactamente, en esa parte del aparato que es el sistema léxico de una lengua, ese léxico que Saussure comparaba con un diccionario cuyos ejemplares están repartidos entre todos los hablantes. La cuestión sería, pues, cómo ese sistema se relaciona con las cosas que están ahí, supuestamente fuera del lenguaje.

Es el mundo de lo que vemos y tocamos, pero de lo que no sabemos qué es, porque aquí nada está nombrado ni definido todavía. Ahora el problema es qué relación puede haber entre esos dos mundos, que no están en un mismo plano, ni parece que haya transición posible entre uno y otro. Y con eso ya podemos entender cómo, en el paso siguiente, las cosas pueden empezar a funcionar como si fuesen signos ellas mismas de su concepto, como si tuviesen esa facultad de hablar que os decía. Es un ejemplo de cómo la realidad misma está lingüísticamente organizada y estructurada, como si efectivamente estuviera dentro del lenguaje, o si queréis que lo digamos al revés, a lo realista, como si el verdadero lenguaje fuera la realidad misma, y el lenguaje que hablamos nosotros algún dialecto suyo.

Vemos, pues, que la realidad misma es, en cierta manera, de naturaleza lingüística e ideal, por lo menos a medias. Con eso ya veis que no hay una realidad única y universal, sino que hay tantas realidades distintas como lenguas distintas hay. Eso quizá hoy en día sea un poco difícil reconocerlo, porque las lenguas de la cultura dominante, la cultura llamada occidental, pero que de hecho ya domina más o menos el globo entero, las lenguas propias de esta cultura dominante –el inglés, el castellano, el francés y demás- se han desarrollado durante siglos, a partir del latín, sobre todo, como lengua culta compartida por las naciones incipientes de Occidente, en una unión tan íntima unas con otras que no vienen a ser apenas más que diferentes dialectos de una misma lengua común, de manera que la traducción de unas a otras no presenta mayores problemas. Por eso conviene que vayamos a unas lenguas un poco más alejadas de las nuestras.

De manera que aquella frase tan sencilla, «La nieve es blanca», sería absolutamente imposible traducirla a esa lengua.

Referencias Bibliográficas

Femenías, M.L., ¿Aristóteles, filósofo del lenguaje?, Ed. Catálogos, Buenos Aires, 2001, p. 41.

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