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Enviado por   •  21 de Abril de 2013  •  3.510 Palabras (15 Páginas)  •  276 Visitas

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EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

El Nuevo Proyecto Histórico (NPH) de las mayorías, comprendido como la Democracia Participativa o el Socialismo del siglo XXI, nace dentro del turbulento contexto de la primera recesión económica global desde 1945; de la guerra en Afganistán y del surgimiento del Tercer Orden Mundial (TOM). Mientras la guerra, la recesión y el nuevo orden mundial son fieles retratos del estado en que se encuentra la civilización burguesa y del futuro que ella significa para la humanidad, la democracia participativa es la respuesta de los pueblos y la esperanza de los movimientos sociales.

Ninguno de los tres flagelos de la humanidad —miseria, guerra y dominación— es casual o obra del azar. Todos son resultados inevitables de la institucionalidad que sostiene a la civilización del capital: la economía nacional de mercado, el Estado clasista y la democracia plutocrática formal. Esta institucionalidad no es conducente a que el ser humano actúe de manera ética, crítica y estética, sino que fomenta sistemáticamente los anti-valores del egoísmo, del poder y de la explotación. Es la doble deficiencia estructural de la sociedad burguesa —ser anti-ética y, disfuncional para las necesidades de las mayorías— que la hace obsoleta y la condena a ser sustituida por el Socialismo del siglo XXI y su nueva institucionalidad: la democracia participativa, la economía democráticamente planificada de equivalencias, el Estado no-clasista y, como consecuencia, el ciudadano racional-ético-estético.

El renacimiento de una praxis liberadora que avanza hacia la sociedad postcapitalista se manifiesta en múltiples rebeliones y movimientos populares que abarcan desde el Zapatismo en México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, la revolución bolivariana en Venezuela, el levantamiento indígena-popular-militar en Ecuador y el “argentinazo” del 20 de diciembre, hasta las protestas de Seattle y Génova. Y esta ola de rebeldía empieza a impactar en las universidades, donde se observan los primeros rebrotes de la teoría crítica del futuro, mientras, desde otra trinchera, la heroica lucha de la Revolución Cubana se integra al socialismo del siglo XXI, practicando cada vez más elementos de la democracia participativa. No hay motivo, por lo tanto, de resignarse ante la trilogía horrorizante del capital —miseria, guerra y dominación— que desaparecerá con el fin definitivo de la burguesía que es, al mismo tiempo, el fin de la prehistoria humana.

Con la recesión global del capitalismo de postguerra, los sueños y mentiras de los intelectuales neoliberales sobre una “nueva economía de mercado”, sin crisis recurrentes ni convulsiones sociales, han desaparecido: la gran contrarrevolución del neoliberalismo se encuentra desnuda ante los ojos de la teoría y la ira de las mayorías. Existe, por supuesto, el intento de los mandarines de ocultar las raíces del nuevo desastre de la economía de mercado, alegando que los atentados de Nueva York y Washington causaron la crisis del sistema; sin embargo, esto es un burdo intento de manipulación. Los parámetros que expresan la salud de una economía ya habían indicado desde el año 2000 la tendencia hacia la recesión global. Los atentados sólo aceleraron un proceso que estaba en marcha y que era inevitable, porque nace periódicamente del sistema de acumulación de la economía nacional de mercado.

Con la recesión mundial, las consecuencias económicas del capitalismo actual para los países neocoloniales quedan aún más claras: sus economías se vuelven estructuralmente inviables y desaparecen como sujetos nacionales de la historia mundial. Esto es valido no sólo para las pequeñas repúblicas, como las centroamericanas, sino también para economías grandes como las de Brasil y Argentina que, igualmente han perdido su capacidad para la reproducción ampliada del capital, dentro de los parámetros de la economía global neoliberal. Peor aún, ninguna medida de los gobiernos nacionales —ni el mayor endeudamiento externo e interno, ni las recurrentes reducciones de los presupuestos nacionales, las privatizaciones a ultranza o la ortodoxia monetaria-fiscal fondomonetarista— puede romper ya el ciclo de empobrecimiento y destrucción que el imperialismo y las elites criollas han impuesto. Dentro de la lógica de la economía nacional de mercado no hay mejoramiento económico posible para las mayorías neocoloniales.

El cambio de los ciclos de acumulación-desacumulación del capital mundial no puede lograrse desde los débiles subsistemas de la economía mundial, como son las naciones latinoamericanas. De ahí, lo quimérico de las desesperadas luchas electorales por el poder nacional que libran los partidos de centroizquierda. De hecho, ni siquiera las grandes potencias, como Japón o Estados Unidos tienen la fuerza para cambiar las dinámicas de la economía global. Para romper el ciclo destructivo (para las mayorías) de la acumulación de capital contemporánea, se requeriría una iniciativa concertada del grupo G-7 que cambiara los parámetros institucionales fundamentales del sistema actual, de tal manera que todos los países de la aldea global pudieran participar con igualdad en una reproducción ampliada del capital. Tal iniciativa presupondría, sin embargo, un cambio en la correlación de fuerzas dentro de la alta burguesía global económica para el cual no hay, ni probablemente habrá nunca, condiciones.

Para las fuerzas democratizadoras del sistema global, desde los sindicatos clasistas hasta los movimientos de base, las organizaciones político-militares, los partidos políticos y los Estados progresistas, es importante comprender que la lucha por la transformación del sistema se lleva cabo en un entorno diferente, a partir del 11 de septiembre del 2001, en cuatro sentidos: 1. Los sujetos de cambio tienen que actuar en un Nuevo Orden Mundial; 2. Se enfrentan a una metodología imperialista diferente; 3. Deben lidiar temporalmente con la pérdida de la iniciativa estratégica y, 4. Disponen, con el Nuevo Proyecto Histórico, de una perspectiva de lucha nosistémica.

El Nuevo Orden Mundial que vemos nacer es el tercer diseño estratégico que la burguesía atlántica —la europea y la estadounidense— ha impuesto a la sociedad global en los últimos cien años. La primera camisa de fuerza global elaborada por los amos del sistema durante el siglo XX, surgió de las negociaciones de Versailles (1919), al termino de la Primera Guerra Mundial. Aquel sistema de repartición del mundo trató de alcanzar cuatro objetivos: a) la reducción del poder alemán, para garantizar la paz en Europa central mediante la hegemonía de Inglaterra y Francia; b) una nueva repartición de las colonias de los países vencidos durante la conflagración bélica y de aquellos que se habían

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