Estado Autoritario
Enviado por • 6 de Diciembre de 2012 • 5.899 Palabras (24 Páginas) • 513 Visitas
Las predicciones históricas acerca del destino de la sociedad burguesa se han confirmado. En el sistema de la libre economía de mercado —que ha conducido a los hombres a los inventos ahorradores de trabajo y finalmente a la fórmula matemática del mundo—, sus productos es-pecíficos, las máquinas, se han convertido en medios de destrucción; y esto no solamente en el sentido literal pues en lugar de volver superfluo el trabajo han vuelto superfluos a los trabaja-dores. La burguesía misma está diezmada. La mayoría de los burgueses ha perdido su inde-pendencia; los que no han sido expulsados hacia el proletariado o más bien hacia la masa de los desempleados han caído en la dependencia de los grandes trusts o del Estado. La esfera de la circulación mercantil, “El Dorado” de los aventureros burgueses, está siendo liquidada. Su función la cumplen, en parte, los trusts, que se financian a sí mismos sin ayuda de los bancos, eliminan el comercio intermedio y dominan las asambleas de accionistas. En parte, es el esta-do el que se ocupa del negocio. La alta burocracia industrial y estatal ha quedado como caput mortuum del proceso de transformación de la burguesía. “De una manera o de otra, con o sin trust, el representante oficial de la sociedad capitalista, el estado, debe finalmente asumir la dirección de la producción... Todas las funciones sociales de los capitalistas son realizadas aho-ra por empleados a sueldo... y el estado moderno vuelve una vez más a convertirse solamente en la organización que la sociedad burguesa se da a sí misma para mantener las condiciones externas del modo de producción capitalista contra los abusos provenientes lo mismo de los trabajadores que de los capitalistas individuales... Cuanto más son las fuerzas de producción que pasan a ser propiedad suya, tanto más se convierte en el verdadero capitalista total, tanto mayor es el número de ciudadanos a quienes explota. Los trabajadores no dejan de ser asala-riados, proletarios. La relación capitalista no queda suprimida, sino que más bien es llevada a su extremo”(1). En la transición natural del capitalismo de los monopolios al capitalismo de es-tado, lo último que puede ofrecer la sociedad burguesa es la “apropiación de los grandes orga-nismos de producción y de circulación, primero por parte de sociedades anónimas, después por trusts y a continuación por parte del estado”(2). El capitalismo de estado es el estado autoritario del presente.
Según la teoría, al desarrollo natural del orden mundial capitalista le está reservado el des-tino de un fin no natural: los proletarios reunidos destruyen la última forma de la explotación, la esclavitud del capitalismo de estado. La competencia entre los asalariados había garantiza-do la prosperidad de los empresarios privados. En eso consistía la libertad de los pobres. La pobreza era al principio un estrato social, después se convirtió en pánico. Los pobres debían correr y tropezar unos con otros como la muchedumbre en un edificio en llamas. La salida era la entrada en la fábrica, el trabajar para el empresario. No podía haber suficientes pobres, su número era una bendición para el capital. Sin embargo, en la misma medida en que el capital concentra a los trabajadores en la gran empresa, cae él en la crisis y hace que la existencia de ellos se vuelva desesperada. Ya ni siquiera pueden cosificarse. Su propio interés los orienta hacia el socialismo. Cuando la clase dominante “tiene que alimentar al obrero, en vez de ser alimentada por él” ha llegado el momento de la revolución. Esta teoría de la hora final tuvo su origen en una situación que era todavía equívoca, y ella misma tiene un doble sentido: o bien cuenta con el derrumbe a causa de la crisis económica, y entonces queda excluida la consolida-ción por medio del estado autoritario prevista por Engels; o bien espera la victoria del estado autoritario, y entonces ya no se puede contar con el derrumbe a causa de la crisis dado que ésta se ha definido siempre en referencia a la economía de mercado. Pero el capitalismo de Estado, al eliminar el mercado, congela el peligro de la crisis para todo el tiempo que haya de durar la “Alemania eterna”. En su “inevitabilidad económica”, significa un progreso, un nuevo respiro para el dominio. Organiza el desempleo de la fuerza de trabajo. Tan sólo los sectores de la burguesía condenados a desaparecer están todavía verdaderamente interesados en el mer-cado. Hoy los grandes industriales sólo piden a voces el liberalismo allí donde la administra-ción estatal es todavía demasiado liberal y no está totalmente bajo su control. La economía planificada, más adecuada a la época, puede alimentar mejor a las masas y hacerse alimentar mejor por ellas que el resto del mercado. La libre economía ha cedido el lugar a una nueva época, dotada de una estructura social propia. Y sus tendencias especiales se manifiestan a escala nacional e internacional.
Que el capitalismo puede sobrevivir a la economía de mercado era algo que estaba ya anun-ciado desde hacía tiempo en el destino de las organizaciones proletarias. La consigna de unirse en sindicatos y partidos fue seguida prolijamente, pero la medida en que éstos llevaron a cabo las tareas no naturales de los proletarios unidos —es decir, la resistencia contra la sociedad de clases en general— fue menor que la de su obediencia a las condiciones naturales de su propio desarrollo hacia organizaciones de masa. Se acomodaron a las conversiones de la economía. En el liberalismo, se habían orientado hacia la obtención de mejoras. La influencia de los estratos obreros que estaban en cierta medida asegurados adquirió pronto un peso mayor en los sindi-catos debido a su capacidad de pago. El partido se interesó por la legislación social: había que hacer más fácil la vida para los obreros en el capitalismo. Con sus luchas, el sindicato conquis-taba ventajas para determinados grupos profesionales. Se elaboraron, como justificiones ideo-lógicas, frases sobre la democracia en la empresa y sobre el crecimiento natural hacia el socia-lismo. El trabajo como profesión —como ese ejercicio agobiante conocido sólo en el pasado— dejó prácticamente de ser puesto en cuestión. De orgullo de los primeros burgueses, el trabajo pasó a ser el anhelo de los desheredados. Las grandes organizaciones fomentaban una idea de asociación que poco se distinguía de las de estatización, nacionalización o socialización en el capitalismo de estado. La imagen revolucionaria de la liberación sólo pervivía en las calum-nias de los contrarrevolucionarios. Si alguna vez la fantasía se apartaba del terreno firme de los hechos, ponía en lugar del aparato estatal existente las burocracias de partido y sindicato, y en lugar del principio de la ganancia los planes anuales ideados por los funcionarios. Incluso la
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