Filosofia E Historia
Enviado por annabelvillalta • 3 de Noviembre de 2013 • 2.627 Palabras (11 Páginas) • 272 Visitas
I. LA EDUCACIÓN CRISTIANA PRIMITIVA Y LA PATRÍSTICA.
1. LA “BUENA NUEVA”.
En el mundo helenístico-romano, donde la inquietud religiosa era cada vez más viva y general, la “buena nueva” anunciada por Jesucristo y predicada por sus discípulos incluso en Grecia y Roma se había propagado velozmente en la segunda mitad del siglo I. Otros nuevos cultos, otras religiones, otros “misterios” habían conocido una fortuna más o menos grande y duradera en aquel inmenso ámbito cultural que había sustituido a la pequeña comunidad de la polis: los hombres, carecientes de un centro firme para los valores morales, se habían quedado, por así decirlo, solos con su destino individual y se debatían quedado, por así decirlo, solos con su destino individual y se debatían en el ansia de darle un valor y un significado.
Pero la fuerza particular del cristianismo consistía en que a ese anhelo respondía no invitando a participar en nuevos y arcanos ritos para ganar casi por obra de magia la supervivencia o la salvación del alma individual, sino más bien apelando a sentimientos super-individuales como la fraternidad, la caridad y el amor ilimitado por el prójimo. Solo en la abnegación y el sacrificio de sí, en el ejemplo del Cristo crucificado, hay verdadera salvación. Garantía de beatitud eterna, identificación mística con el mismo Cristo. Ahí donde otras corrientes religiosas abrazaban el individualismo helénico el cristianismo lo superaba. El hombre, que ya no era ciudadano de una ciudad real, se convertía en ciudadano de una ciudad ideal (la “ciudad de Dios” como dirá más tarde San Agustín), por la cual actuaba, combatía y padecía como por una patria más auténtica y verdadera.
La sugestión excelsa de este incitamiento a la regeneración espiritual mediante el ejercicio de la fraternidad, la caridad y el amor se manifiesta ya claramente en la predicación misma de Jesús recogida en las tres Evangelios (del griego eu-angelion que significa precisamente “buena nueva”) de San Mateos, San Marcos y San Lucas, llamados evangelios sinópticos, porque se corresponden en sus partes. Consiste en anunciar a los hombres a medida que éstos rompan las ataduras terrestres para crearse otras basadas en el amor. A la ley del Antiguo Testamento del “ojo por ojo, diente por diente” opone Jesús la nueva ley del amor: “Amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.” Por esta ley Dios, más que el Señor, es el Padre de todos los hombres y el amor se convierte en el vínculo fundamental de la comunidad cristiana.
En el cuarto Evangelio o de San Juan, la persona de Cristo se interpreta mediante el concepto del Logos que había aparecido ya en el Libro de la Sabiduría del Antiguo Testamento y en la filosofía greco-judaica. Al Logos, es decir, a Jesús, se atribuye la función de mediador entre Dios y el mundo y de salvador de la humanidad. Jesús ha iluminado a los hombres en el sentido de que les ha mostrado la senda de la verdadera vida, que es la vida según el espíritu. El cristianismo es un renacer del hombre que muere para la vida de la carne y revive en el espíritu, es decir, en la verdad, la justicia y el amor.
En las Epístolas de San Pablo encontramos una interpretación análoga. San Pablo presenta en forma tajante la alternativa entre la vida según la carne y la vida según el espíritu, entre el antiguo hombre, que es el hombre corpóreo, y el hombre nuevo espiritual. El hombre nuevo nace en la comunidad de los cristianos, en el seno de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo del que los cristianos son los miembros. En esta comunidad cada uno debe cumplir la función a que lo destine su vocación, y el vínculo común que suelda la Iglesia y hace de ella un solo cuerpo es el amor o caridad a la que, por lo mismo, San Pablo exalta por encima de las otras dos virtudes cristianas fundamentales, la fe y la esperanza. El cristianismo paulino marca el momento de la identificación del reino de Dios anunciado por Cristo con la comunidad cristiana o Iglesia, tal cual había venido constituyéndose históricamente como resultado de la revelación cristiana.
2. LA EDUCACIÓN DEL CRISTIANO.
La “buena nueva” se proponía pues realizar un específico ideal pedagógico: formar al hombre nuevo y espiritual, al miembro del reino de Dios. Los evangelios contenían además insuperables ejemplos de los modos más propios para llevar a cabo esa labor educativa, modo; aunque aptos para las almas simples, preñados de sugerencias profundas para los espíritus refinados y cultos. Las parábolas ricas en imágenes de plástica evidencia y de significados simbólicos, los parangones precisos y audaces, la simplicidad lineal de los preceptos, todos éstos eran elementos nuevos de una pedagogía nueva, ajena a todo intelectualismo no menos que a todo artificio retórico.
Esta acción educativa fundada directamente sobre los evangelios se dirigía sobre todo a los adultos, y la ejercían cuando aún no se establecía una diferencia entre clero y seglares ciertos fieles delegados para ello que se denominaban simplemente maestros (didaskaloi). La educación precedía al acto del bautismo, que era la forma de iniciación cristiana con la cual se pasaba a formar parte de la comunidad de los fieles y se ganaba la admisión a la más importante ceremonia, el ágape eucarístico.
Más tarde, la preparación de los candidatos al bautismo o catecúmenos se confió no ya a simples cristianos indiciados, sino a sacerdotes especialmente preparados. La instrucción duraba dos o tres años, pasaba por distintos grados y consistía esencialmente en la enseñanza de la historia sagrada del Antiguo Testamento (que la mayoría de los no hebreos, es decir, desde hacía mucho, la mayoría de los aspirantes a cristianos, desconocía del todo), de la vida y la predicación de Cristo según los evangelios, de las oraciones y sobre todo de los preceptos morales indispensables para el espíritu cristiano; la especulación doctrinal tenía en ello oca parte. Las “escuelas de catecúmenos” de este tipo duraron varios siglos, hasta el VII o IX, pero perdieron rápidamente importancia a medida que fue disminuyendo el número de adultos o jóvenes por convertir.
La educación del catecúmeno era pues estrictamente religiosa; por muchos siglos el cristianismo no se preocupó de la instrucción común y corriente, aceptando sin más la organización escolar y la enseñanza existentes, aun cuando estaban a cargo de paganos. El cristianismo reprobaba el que los cristianos adultos fuesen aficionados a la literatura y sobre todo a la mitología pagana, pero en cambio consideraba como un inconveniente inevitable y no grave la presencia de la cultura pagana en las escuelas.
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