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HISTORIA PARA DEMENTES


Enviado por   •  11 de Julio de 2013  •  1.017 Palabras (5 Páginas)  •  312 Visitas

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Los Tempranos Llegan Tarde. Historia Para Dementes.

Era la primera vez que se atrevía a estar sin alguien. Hasta entonces había sorteado la soledad, aferrándose a la presencia de cualquier ser existente que pasaba por su vereda. Desde los mendigos hasta los voceadores de periódicos, todos la conocían en el barrio; su conversación era fluida con los perros y canarios o con los geranios que colgaban de su balcón. No aparentaba cincuenta años, pues su carácter era alegre y hasta cierto punto caprichoso si el silencio se hacía insoportable y exigía asirse de las paredes con tal de no encontrarse a solas. La música siempre salía hacia afuera por algún resquicio de las ventanas. Pero ese día, el mundo se paró y, aunque cerró los ojos para no ver, sintió que todos los cuerpos salieron despedidos, no había inercia y sus huesos se estremecían al contarle un secreto bajo la piel. De pie y sin nadie, apenas con un poco de sí que sostenía su columna madura, advertía que era tiempo de encontrarse. El miedo a lo desconocido era una frase hecha para las películas de ciencia ficción, pero en ese instante empujaba patética, avergonzaba, le imprimía una huella de orfandad. Tan solo el eco de la ciudad le llegaba como aviso de que allá afuera había un rostro que la esperaba; quizá algún doble suyo que necesitaba ser rescatado para empezar a ser.

Entonces salió, dio el paso hacia las calles frías de la noche. La epidermis del mundo era ahora tan real; no se inmutaba por el tránsito de aquella mujer que deseaba volver a caminar; nadie advertía la indefensión de su desnudez; su fantasma liviano besaba la mirada distraída de los transeúntes y se apiadaba de las cargas de tristeza: los seres humanos eran hermosos y no lo sabían; avanzaban sonámbulos, acarreando el bulto del cuerpo y extendiéndose hacia el auxilio de un horizonte jamás prometido. Todos regresaban de sus fábricas de sobrevivencia. Ella también, a su modo, resistía al sueño de querer despertarse; simulaba hacerlo, pero al rato se sentía apegada a las sábanas de la imaginación: ¿dónde estaba, en qué lugar de la vigilia se encontraba perdida?

Apareció un hombre al final de la avenida con actitud de espera. Ella llegaba puntual sin haberse sentido llamada, aunque por esas cosas raras de la intuición sabía que el universo había acertado con un abrazo matemático. ¡Qué hermoso era! Tenía en su mirada fugitiva la incomprensión del dolor y por añadidura una sonrisa de muchacho que apostaba todo por besar. Eran, pues, seres desiguales que intentaban una ecuación perfecta y se daban la mano: él y su pudor, ella y su arrebato. Estoy cerca de casa, te invito a descansar un rato, le dijo. El joven, aunque ruborizado, aceptó perder su virginidad. Para entonces, ella ya no estaba soñando; él, sí.

El día siguiente fue un mágico despertar junto al candor, un desahogado sueño después del desafío a la tempestad de media noche. Ella y él, vestidos

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