Hume, Kant Y Descartes
Enviado por SoledadR • 1 de Mayo de 2014 • 1.841 Palabras (8 Páginas) • 814 Visitas
2- Explicar cómo llega a afirmar el “Pienso, soy”, es decir, qué camino recorre para deshacerse de sus saberes previos u opiniones.
Todos los entes que piensan son; yo pienso; luego yo soy. Sin embargo, esto sería un error, porque, todos los entes que piensan son, es decir, tendría que saberse que hay otros entes existentes aparte de mí.
El cogito es, en cambio, un conocimiento intuitivo, esto es, que se lo conoce de modo inmediato, directo, y no merced a una primicia mayor de la que se lo deduzca: no hay más que reflexionar sobre el cogito para darnos cuenta, en él mismo, de su verdad. Por ello Descartes prefiere formular su principio de esta obra “pienso, soy”, donde, al no aparecer la conjunción “luego”, se muestra más patentemente el carácter de inmediatez del principio y la identidad que aquí se da entre el pensar y el ser.
De manera que esta afirmación famosa: cogito, pienso, luego soy, no puede ya ser puesto en duda, por más que a esta la forcemos. Por ende, nos encontramos aquí con una verdad absoluta, esto es, absolutamente cierto, que es lo que nos habíamos propuesto a encontrar. El cogito constituye el “primer principio” de la filosofía: primero desde el punto de vista gnoseológico, metodológico, en la medida en que constituye el primer conocimiento seguro, el fundamento de cualquier otra verdad y el punto de partida para construir todo el edificio de la filosofía y del saber en general; y primero también desde el punto de vista ontológico, porque me pone en presencia del primer ente indudablemente existente que soy yo mismo en tanto pienso.
No cabe, pues, duda alguna de que yo soy, puesto que me engaña el genio maligno, y, por mucho que me engañe, nunca conseguirá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De suerte que, habiéndolo pensado bien y habiendo examinado cuidadosamente todo, hay que concluir por último y tener por constante que la proposición siguiente: “yo soy, yo existo”, es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando o concibiendo en mi espíritu.
En efecto, aunque suponga que el genio maligno existe y ejerce su maléfico poder sobre mí, yo mismo tengo que existir o ser, porque de otro modo no podría siquiera ser engañado.
Descartes nos dice, como es natural, que haya efectivamente tal genio maligno. Pero lo que importa notar es que por ahora no tenemos ninguna razón para suponer que no lo haya; es, por consiguiente, una posibilidad, por más remota que parezca ser.
Y puesto que la duda, según nuestro plan, debe llevársela hasta su límite mismo, si lo tiene; si incluso hay que forzarla, si en verdad se quiere llegar a un conocimiento absolutamente indubitable, resulta entonces que la hipótesis del genio maligno debe ser tomada en cuenta, justamente porque representa el punto máximo de la duda, el último extremo a que la duda puede llegar.
3- ¿En qué consiste la postura empirista de D. Hume en relación de la concepción del espíritu como tábula rasa?
En tanto que el racionalismo afirmaba que la razón conoce sin ayuda de la experiencia –y, más aun, que todo factor empírico (imágenes) debiera ser dejado de lado para que la razón, entendida como facultad innata, funciones con plenitud-, el empirismo sostiene la tesis contraria. Todo conocimiento deriva en última instancia de la experiencia sensible; ésta es la única, fuente de conocimiento, y sin ella no se lograría saber ninguno. El espíritu no está dotado de ningún contenido originario, sino que es comparable a una hoja de papel en blanco, que solo la experiencia va llenando. No hay más conocimiento de las cosas y procesos que el que se logra mediante la sensibilidad; la “razón” no podría tener otra función, según esto, como no fuera la de ordenar lógicamente los materiales que los sentidos ofrecen.
4- ¿A qué se refiere D. Hume con los siguientes conceptos: a) impresiones, e b) ideas? Explicar sus diferencias y de qué modo se relacionan entre sí:
A las percepciones que se reciben de modo directo las llama Hume impresiones, y las divide en impresiones de la sensación, es decir, las que provienen del oído, del tacto, de la vista etc. Las que están referidas al “mundo exterior”, e impresiones de la reflexión, vale decir, las de nuestra propia interioridad; ejemplo de impresión de la sensación, un color, o un sabor determinados; impresión de la reflexión, el estado de tristeza en que ahora me encuentro.
Estas impresiones, o representaciones originarias, se diferencian de las percepciones derivadas, que Hume llama ideas, como hechos de la memoria o de la fantasía. El recuerdo no es un estado originario, sino derivado de una impresión. Y lo mismo ocurre con la fantasía, cuando se imagina, por ejemplo, un viaje que pensamos realizar próximamente.
No es lo mismo, en efecto, estar encolerizado que recordar la cólera de día anterior, o de imaginar cómo me puedo encolerizar por algún hecho futuro. Hay entonces una diferencia fundamental entre lo que Hume llama “impresiones”, y lo que llama “ideas”. Y esta diferencia, según Hume, es una diferencia de intensidad o vivacidad. Con el término impresión, significo, pues, todas nuestras percepciones más vivaces cuando oímos o vemos o palpamos o amamos u odiamos o queremos. Y las impresiones se distinguen de las ideas –que son las percepciones menos vivaces de que somos conscientes cuando reflexionamos sobre cualquiera de esas sensaciones o movimientos antes mencionados.
Para Hume, entonces, todos nuestros conocimientos derivan directa o indirectamente de impresiones. Incluso las ideas o nociones más complejas, aquellas
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