La Filosofía Como Vocación Y Servicio
Enviado por Rafaeldexter • 9 de Noviembre de 2012 • 2.128 Palabras (9 Páginas) • 388 Visitas
Si fuésemos a juzgar a los pensadores representativos de las etapas
formativas de la cultura americana con criterio académico de profesor
de filosofía, nuestro dictamen se limitaría a señalar las influencias de
Europa que en cada uno se manifiestan, como quien intentase formular
un cuadro de aprovechamiento de escolares más o menos distinguidos.
Y los extranjeros ante proeza tan ingenua tendrían razón de sonreír.
Pero si colocamos al filósofo americano en relación con su ambiente
y el poder que su voluntad ilustrada tuvo para modificar, mejorar ese
ambiente, nos encontramos entonces con un tipo de filósofo venerable
y fecundo que se parece más al sabio de la antigüedad que al moderno
erudito y técnico de la problemática metafísica. Al primer tipo, de intelectual vivo y activo pertenece nuestro Enrique José Varona.
Afortunadamente, en nuestros pueblos, el filósofo ha sido, por lo
menos en la etapa heroica de nuestra formación nacional, un héroe de
la idea; un creador de cultura. Y no es que haya actuado en sociedades
rudimentarias, ni porque haya sido improvisado autodidacta. No es
primitiva una sociedad como la hispanoamericana de la época de la
emancipación, que disfrutó durante varias centurias los beneficios incalculables de la educación tomista impartida en Liceos y Universidades, de México a Lima y más tarde a Buenos Aires y Córdoba. Sólo la
mala fe científica o seudocientífica puede afirmar que fueron estériles
los siglos de la dominación española que hoy, al contrario, parecen
gloriosos para todo el que es legítimo heredero de las verdades eternas;
siglos que plasmaron el alma hispanoamericana, merced al proselitismo
encendido de frailes filósofos, que lo mismo enseñaban las artes manuales que la metafísica medieval; metafísica tan completa, tan superior a tantas metafísicas hoy en boga y que ni siquiera cuentan con la
justificación de su época, puesto que, deliberadamente, se desarrollan,
como por ejemplo la fenomenología, a espaldas de la rica experiencia
de nuestra edad, la experiencia científica, que según confesión propia
es puesta, con toda la realidad. . ., "entre paréntesis".
El problema de los pensadores que intentaron organizar la conciencia americana de acuerdo con los nuevos moldes del sistema liberal
republicano adoptado por todas nuestras naciones, fué de los más
arduos. No se desenvolvían dentro de una barbarie, en la cual toda
improvisación resulta útil; sino que debían transformar haciendo uso
de valiosos elementos ya conquistados: la lengua culta, la tradición escolástica, los sentimientos cristianos de una sociedad que no abdicaba
ni de sus viejas creencias, ni de sus hábitos civilizados y humanos, refinadamente europeos y cristianos.
Resultó entonces que el objetivo del filósofo era mejorar lo existente y no, como se ha supuesto, sembrar en tierra totalmente virgen, menos aún en conciencias desiertas. El vino era viejo y sólo era menester
acondicionar odres nuevos para guardarlo, sin que dejase de existir el
peligro de echar a perder el vino en el transvase.
En los pensadores de la época de Varona, cada nueva doctrina filosófica se convertía en el alma de una cruzada de inmediata aplicación
social. Y el filósofo, más preocupado de la calidad de lo que predicaba que de la manera cómo lo sabía, se desentendió, casi del todo,
de problemas epistemológicos, se estableció en la plaza pública para
difundir la verdad, con plena conciencia de todos los riesgos que supone la pelea al aire libre, en todas las latitudes. Por eso, un recio
carácter ha sido la condición constitutiva de casi todos estos intelectuales que conquistaron influencia en nuestro medio: un Hostos, un
Martí, el más bien dotado de todos, un Varona, un Sarmiento, un Rodó.
La filosofía que cultivaba Varona, el positivismo de los finales
del siglo XIX, ha sido muy discutida, y de ella no fué Varona un
simple repetidor. Personas entendidas han señalado la capacidad inventiva de Varona que, en su psicología, manifiesta atisbos de temas
que más tarde se desarrollan en la gran ciencia de la psicología, de
Norte América. Pero su obra, como la de todos sus contemporáneos
intelectuales, alcanza mayores resonancias en la educación y en la política. El positivismo, según lo sabe hoy todo el mundo, no era capaz
de satisfacer los aphelos de espíritu, menos que en nadie, en una raza como la nuestra, educada en las elevadas especulaciones de la metafí-
sica aristotélico-tomista. Sin embargo, el positivismo abrió para nosotros la etapa de la experiencia científica, a través de la cual el hombre ha conquistado el conocimiento de la realidad concreta que nos
rodea, en forma que de seguro, nos envidiaría el propio Aristóteles si
resucitase. El cultivo de las ciencias experimentales fecundó nuestras
Universidades, tal como lo hizo en el resto del mundo, y en el caso particular nuestro nos libró de plagas que, como la del krausismo, debilitaron la mentalidad filosófica peninsular, por no sé cuánto tiempo. Y
más recientemente, en estos mismos días que corren, el interés y el
conocimiento relativo a las investigaciones de la ciencia experimental,
a saber, de lo concreto, nos libran de entregarnos a ese idealismo abstracto que pretende reducir la filosofía al manejo de los conceptos,
hecha omisión de sus contenidos, y que al misma tiempo, imagina imponer a la realidad leyes mentales que como la dialéctica, responden,
si acaso, a un aspecto de la mente lógica, nunca a la integridd del saber
que organiza la conciencia. La realidad no es dialéctica; tampoco lo es
la conciencia. El positivismo que al principio creyó poder sistematizar
el conocimiento en torno al determinismo que parecía ser la ley del
fenómeno, gracias a un desarrollo científico imparcial, libre de prejuicios y de partidarismos políticos, nos enseña hoy, que los fenómenos o
más bien dicho, los casos más humildes de la existencia, el átomo y su
protón, revelan capacidades de espontaneidad y de indeterminación
que echan por tierra todo mecanismo y devuelven al espíritu la confianza en la libertad de sus destinos y la posibilidad de ajustarlos a posibilidades ilimitadas dentro de las cuales el propio albedrío, vuelve
a ser factor y no siervo. Rota de esta suerte la necesidad dialéctica y
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