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La familia Robinson


Enviado por   •  20 de Mayo de 2013  •  Ensayo  •  2.272 Palabras (10 Páginas)  •  271 Visitas

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Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la región, pues mi padre era un

extranjero de Brema1 que, inicialmente, se asentó en Hull2. Allí consiguió hacerse con una considerable

fortuna como comerciante y, más tarde, abandonó sus negocios y se fue a vivir a York, donde se casó con

mi madre, que pertenecía a la familia Robinson, una de las buenas familias del condado de la cual obtuve

mi nombre, Robinson Kreutznaer. Mas, por la habitual alteración de las palabras que se hace en Inglaterra,

ahora nos llaman y nosotros también nos llama mos y escribimos nuestro nombre Crusoe; y así me han llamado

siempre mis compañeros.

Tenía dos hermanos mayores, uno de ellos fue coronel de un regimiento de infantería inglesa en Flandes,

que antes había estado bajo el mando del célebre coronel Lockhart, y murió en la batalla de Dunkerque3

contra los españoles.

Lo que fue de mi segundo hermano, nunca lo he sabido al igual que mi padre y mi madre tampoco

supieron lo que fue de mí.

1 Brema (Bremen): Ciudad y puerto de Alemania a orillas del río Weser en el mar del Norte.

2 Hull (Kingston-Upon-Hull): Gran puerto pesquero y comercial de Gran Bretaña, junto al estuario del

Humber.

3 Dunkerque: Ciudad y puerto de Francia en el mar del Norte donde, en 1658, el Ejército español fue

derrotado por los anglo-franceses.

Como yo era el tercer hijo de la familia y no me había educado en ningún oficio, desde muy pequeño me

pasaba la vida divagando. Mi padre, que era ya muy anciano, me había dado una buena educación, tan

buena como puede ser la educación en casa y en las escuelas rurales gratuitas, y su intención era que

estudiara leyes. Pero a mí nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba

a acatar la voluntad, las órdenes, más bien, de mi padre y a escuchar las súplicas y ruegos de mi madre y

mis amigos. Parecía que hubiese algo de fatalidad en aquella propensión natural que me encaminaba a la

vida de sufrimientos y miserias que habría de llevar.

Mi padre, un hombre prudente y discreto, me dio sabios y excelentes consejos para disuadirme de llevar a

cabo lo que, adivinaba, era mi proyecto. Una mañana me llamó a su recámara, donde le confinaba la gota, y

me instó amorosamente, aunque con vehemencia, a abandonar esta idea. Me preguntó qué razones podía

tener, aparte de una mera vocación de vagabundo, para abandonar la casa paterna y mi país natal, donde

sería bien acogido y podría, con dedicación e industria, hacerme con una buena fortuna y vivir una vida

cómoda y placentera. Me dijo que sólo los hombres desesperados, por un lado, o extremadamente ambiciosos,

por otro, se iban al extranjero en busca de aventuras, para mejorar su estado mediante empresas

elevadas o hacerse famosos realizando obras que se salían del cami no habitual; que yo estaba muy por

encima o por debajo de esas cosas; que mi estado era el estado medio, o lo que se podría llamar el nivel

más alto de los niveles bajos, que, según su propia experiencia, era el mejor estado del mundo y el más apto

para la felicidad, porque no estaba expuesto a las miserias, privaciones, trabajos ni sufrimientos del sector

más vulgar de la humanidad; ni a la vergüenza, el orgullo, el lujo, la ambición ni la envidia de los que

pertenecían al sector más alto. Me dijo que podía juzgar por mí mismo la felicidad de este estado, siquiera

por un hecho; que este era un estado que el resto de las personas envidiaba; que los reyes a menudo se

lamentaban de las consecuencias de haber nacido para grandes propósitos y deseaban haber nacido en el

medio de los dos extremos, entre los viles y los grandes; y que el sabio daba testimonio de esto, como el

justo parámetro de la verdadera felicidad, cuando rogaba no ser ni rico ni pobre4.

4 Proverbios 30:8: «No me des pobreza ni riqueza.»

Me urgió a que me fijara y me diera cuenta de que los estados superiores e inferiores de la humanidad

siempre sufrían calamidades en la vida, mientras que el estado medio padecía menos desastres y estaba

menos expuesto a las vicisitudes que los estados más altos y los más bajos; que no padecía tantos

desórdenes y desazones del cuerpo y el alma, como los que, por un lado, llevaban una vida llena de vicios,

lujos y extravagancias, o los que, por el otro, sufrían por el trabajo excesivo, la necesidad y la falta o

insuficiencia de alimentos y, luego, se enfermaban por las consecuencias naturales del tipo de vida que

llevaban; que el estado medio de la vida proveía todo tipo de virtudes y deleites; que la paz y la plenitud

estaban al servicio de una fortuna media; que la templanza, la moderación, la calma, la salud, el sosiego, todas

las diversiones agradables y todos los placeres deseables eran las bendiciones que aguardaban a la vida

en el estado medio; que, de este modo, los hombres pasaban tranquila y silenciosamente por el mundo y

partían cómodamente de él, sin avergonzarse de la labor realizada por sus manos o su mente, ni venderse

como esclavos por el pan de cada día, ni padecer el agobio de las circunstancias adversas que le roban la

paz al alma y el descanso al cuerpo; que no sufren por la envidia ni la secreta quemazón de la ambición por

las grandes cosas, más bien, en circunstancias agradables, pasan suavemente por el mundo, saboreando a

conciencia las dulzuras de la vida, y no sus amarguras, sintiéndose felices y dándose cuenta, por las

experiencias de cada día, de que realmente lo son.

Después de esto, me rogó encarecidamente y del modo más afectuoso posible, que no actuara como un

niño, que no me precipitara a las miserias de las que la na turaleza y el estado en el que había nacido me

eximían. Me dijo que no tenía ninguna necesidad de buscarme el pan; que él sería bueno conmigo y me

ayudaría cuanto pudiese a entrar felizmente en el estado de la vida que me había estado aconsejando; y que

si no me sentía feliz y cómodo en el mundo, debía ser simplemente por mi destino o por mi culpa; y que él

no se hacía responsable de nada porque había cumplido con su deber, advirtiéndome sobre unas acciones

que, él sabía, podían perjudicarme. En pocas palabras, que así como sería bueno conmigo si me quedaba y

me asentaba en casa como él decía, en modo alguno se haría partícipe de mis desgracias, animándome a

que me fuera. Para finalizar,

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