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La libertad y el deber


Enviado por   •  24 de Febrero de 2015  •  Ensayo  •  5.747 Palabras (23 Páginas)  •  164 Visitas

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La libertad y el deber

Una pregunta clave para poder iluminar la relación de la ética con la investigación, especialmente aquella que afecta directamente a humanos por intervenir en ellas, es ¿qué es lo que mueve hoy a investigar? ¿cuál es “el fin”, el objetivo, de las investigaciones? Sabemos que la modernidad unió definitiva e íntimamente la ciencia a la técnica cuando se planteó como fin del conocimiento la transformación del mundo. A partir de allí técnica, ciencia y progreso conforman el elam que vigoriza la historia. Esto nos traspasa hoy definitivamente, sólo dejando de ser modernos podríamos vivir y pensar de otra manera. La investigación científica viene creciendo sobre todo asociada a cuestiones médicas: biotecnología, genética, farmacología, nanotecnología, aplicación de diferentes energías al diagnóstico y la terapéutica, etc. El auge alcanzado por la investigación científica en los círculos médicos, alimentada por las grandes inversiones que la sostiene e impulsa, nos pone en la actualidad frente a problemas que si bien no son nuevos, son más graves por el nivel y la dimensión del daño que pueden producir sobre aquéllos que participan del proceso como objetos de investigación. Hasta el siglo XIX la investigación sobre humanos afectaba a poca gente; para experimentar se usaba a seres que se consideraban subhumanos como los “condenados”, (6) y la inquietud por el respeto que se debía a esas personas preocupaba sólo a algunos pocos pensadores. Pero aunque hoy la humanidad tiene en su haber varias declaraciones y pactos, en que reconoce los derechos de todas las personas a ser respetadas como tales y en que esta afirmación está sustentada sobre la dignidad del ser humano, se sigue reclutando por cientos a sanos y enfermos para investigaciones de todo tipo. Se da sin embargo un agravante: que el cuidado con que eran tratadas en otros tiempos, ha cedido a la despreocupación, desde el supuesto que no hay ningún impedimento ético en investigar sobre humanos. Pero ¿tenemos derecho a investigar sobre humanos? ¿es ético hacerlo?

La mera pregunta genera escozor considerada desde el punto de vista del futuro de la investigación científica, ¿será posible, en efecto, el desarrollo y crecimiento de las ciencias médicas sin esta práctica? Pensemos que la experimentación con humanos es la fase decisiva en cualquier investigación científica actual. La conversión de la práctica médica en una ciencia es considerada por nuestra cultura como un progreso, y la asociamos a las grandes posibilidades que se han abierto para la medicina, no sólo en el campo diagnóstico sino también en el terapéutico, uno de cuyos mayores logros ha sido cronicizar muchas enfermedades antes fatales. La medicina o más bien los investigadores, prefieren ignorar muchas veces el costo de esos “avances”, el costo sobre todo en vidas humanas pero también podríamos decir en la vigencia de la moral y la justicia. Más allá de muchos planteamientos críticos que se hacen, no podemos negar que la valoración de la ciencia, su asociación al progreso y la aceptación positiva de la transformación de la medicina en ciencia, forma parte de los supuestos culturales en que nos movemos. Pero la reflexión ética nos obliga a preguntarnos si todo esto es bueno y si es debido usar seres humanos para experimentaciones científicas. De hecho un primer tribunal internacional entre 1945 y 1949, en Nurenberg, condenó como crímenes de lesa humanidad a las experiencias con humanos hechas por científicos en campos de concentración alemanes, durante la segunda guerra

Kant, creador de una de las éticas que más ha influido sobre nuestra cultura, diferencia al hombre del resto de los seres vivos por su facultad racional. Esta facultad es la que permite el ejercicio de la libertad en cuanto tiene una función crítica, es decir conflictiva por naturaleza, cuando no acepta como legítimo ningún orden dado ajeno a ella misma. Que el humano sea libre significa para Kant y toda la filosofía posterior hasta nuestros días, que no está definitivamente sometido a un orden heterónomo y tampoco debe estarlo, y eso lo exige su razón. En la filosofía kantiana sigue viva la premisa griega de que el deber ser es la resultante del ser, y “ser humano” tiene que ver con el ejercicio de la razón y la libertad. Lo propio de la racionalidad, entonces, es no estar sometida a un orden instintivo, destinal o religioso, sino ser libre; el humano sólo puede “obedecer” a su voluntad racional libre, es decir a la razón práctica que no es exclusivamente suya sino de todos los seres racionales, es trascendental. Como esta razón actúa dentro de los marcos impuestos por la libertad, el humano debe responder, ser responsable, frente a los imperativos de esa razón. Como apunté esta razón no es propia del individuo sino que es trascendental es decir que es propia por igual de todos los individuos, por lo cual las leyes morales son universales. El uso de la razón, fundamentalmente crítico, evita que el ser humano pueda sentirse en algún momento “completo”, “realizado”, “pleno”, que sea definitivamente quién es. La voluntad, dice Kant multiplica nuestras necesidades y deseos, pero en tanto los siga no podrá alcanzar la bondad, sólo si es racional será buena. Esta buena voluntad no es como lo entendemos hoy una mera intención de hacer bien, sino la obligación imperativa que está por encima de la inclinación, el gusto y el placer, de obedecer la ley racional que ella misma se impone: el deber. Aquello que hará más pleno al ser humano, entonces, es cumplir con el deber, con un deber impuesto por su propia racionalidad libre.

Kant apoya su ética sobre uno de los conceptos más olvidados por la ética actual, el de deber, asociado a un mandato de la voluntad que mueve a la acción. El imperativo no existe en nuestro lenguaje actual que ha olvidado el carácter de lo obligatorio. Estar obligado es estar condicionado y hoy se asocia la plena realización del hombre con la ausencia de condiciones. La obligación, el deber, el imperativo de la voluntad, han dejado de tener vigencia. La voluntad no puede estar condicionada por nada, todo lo que se hace depende del querer y este se presenta como carente de condiciones, como absoluto. “Hago lo que quiero”, es la expresión de una voluntad “caprichosa” no sujeta a nada: ni a la razón, ni a la comunidad, ni a los imperativos culturales, ni a Dios, ni a una esencia, ni a la naturaleza y ni siquiera a sí misma. Se aspira como libre a esta voluntad no sujeta, volátil y voluble. La resultante de esta actitud ingenua es precisamente todo lo contrario de lo que pregona: una sujeción a los mandatos de los poderosos, inteligentemente presentados, “vendidos”, propuestos, como deseos propios y exclusivos de cada uno. Si observamos cómo funciona este

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