Operacion Masacre
Enviado por fernandito21 • 30 de Junio de 2014 • 2.639 Palabras (11 Páginas) • 246 Visitas
RODOLFO WALSH: TABÚ Y MITO
Osvaldo Bayer
No tengo otra forma de definir a Rodolfo Walsh que tomar la frase de Madame de Staél
referida a Schiller: “La conciencia es su musa”. Su conciencia lo seguía a todas partes. (“Me
siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la
persiana.”) Ése es el parámetro de su vida: su conciencia. Predestinación de mezclarse con
la vida, de meterse. No fue consciente, tal vez, de su predestinación. La sangre que
circulaba por sus venas no lo dejaba tranquilo con los productos que le depositaba en el
cerebro. Sus mejores cualidades literarias fueron alma y humanidad. (Y precisamente ésas
no son las que hay que tener para ser considerado un creador literario. Los mandarines
oficiales de la cultura del '83 lo quisieron apostrofar con aquello de “esteta de la muerte”.
Arrogancia y profundo desconocimiento humano propios de cierta cultura académica sostenida
con papeles de Harvard y Cambridge.) Sí, porque Rodolfo Walsh era de Choele-
Choel y había cabalgado doscientos kilómetros para salvar el caballo de su padre muerto.
Ésa es su verdadera universidad; esas horas plenas de dolor del chico ante ese mundo
amenazante, ante ese Dios ontológicamente injusto con los débiles, que son siempre los
faltos de malicia. La inspiración de Walsh siempre vino de las contrapartidas, porque
sospechó de la miopía que crece en la rutina de los claustros. Por eso Walsh se les escapa
a los críticos establecidos -los frígidos y los infibulados- que no lo pueden encasillar. Y no
van a poder nunca. Esos examinadores sinodales no se atreven a aplazarlo pero no le dan
el pase para ser admitido en las órdenes sagradas. Lo califican de periodista para enviarlo al
depósito de mercaderías varias. Walsh -creo- habría aceptado gustoso la definición de “autor
de novelas policiales para pobres” si hubiera leído el ensayo que le dedicó un buen
hombre, tal vez un tanto confundido por la enorme fuerza de este autor y su obra, por la
mezcla salvaje de ética y rebeldía, con una imaginación donde se notan las precoces
transfusiones de la sangre de Georg Büchner, de Roberto Arlt y de aquel increíble “reportero
frenético” Egon Erich Kisch, el genial cronista de la república de Weimar que desnudó la
falacia de Hitler y sus protectores, y lo previo todo antes del '33. No sé si Walsh quiso hacer
con su máquina de escribir más pedagogía social que literatura; si se lo propuso o se lo
preguntó a sí mismo. Sus respuestas son irónicas a este respecto. Su idioma dominaba
todos los registros; le interesaba ser breve y claro para que lo comprendiese el lector pobre
de novelas policiales. Esto no se lo van a perdonar jamás ni la sociedad argentina
establecida ni sus acólitos, que nunca quieren perder el tren del poder y se sienten cómodos
en sacralizar a sus intelectuales octogenarios hundidos en el suave desencanto de la vida
con la metáfora siempre elegante de la duda y el pesimismo.
A Walsh no lo van a perdonar porque él sobrevoló su propio laberinto para acompañar en
calles cuadradas y simétricas, numeradas del uno al cien, al desconocido que es condenado
a muerte todos los días por las circunstancias y sus custodios.
Tabú y mito quedará para siempre Rodolfo Walsh entre nuestra sociedad argentina y sus
mandarines culturales, por un lado, y los que divagan entre la poesía, el sueño y la justicia
con sol.
A Walsh lo han llamado “el anti-Borges”. Qué rara coincidencia. Al joven Büchner (apenas
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con su magistral fragmento Lenz, con su Woyzeck, su Leonce y Lena, su Muerte de Dantón)
lo califican el “anti-Jünger” (y a éste, el “Borges alemán”). Büchner era -como Walsh- un
agitador. Walsh era, como Büchner, un contrabandista de la literatura. Büchner era un
comunista precoz; Walsh, un revolucionario latinoamericano consecuente y sin prisa. Ernst
Jünger (el Borges alemán -o Borges, el Jünger argentino) ha sido denominado no sin cierta
ternura en un seminario cumbre de Berlín un fascista noble de frialdad proporcionada, donde
el calificativo de fascista no fue pensado en peyorativo sino como categoría de pensamiento.
Tal vez para evitar confusiones, el sociólogo Oskar Negt se apresuró a corregir aquel título
por el de un antidemócrata constitucional. De cualquier manera, Jünger (el Borges alemán)
ha construido los fuertes pilares del edificio teórico de la revolución conservadora. Un pionero.
¿Walsh, el anti-Borges? Tal vez una definición excesivamente ampulosa, un poco para
asustar al descuidado. O más bien una búsqueda desesperada de congruencia entre los
conceptos de moral, estética y política. Walsh es siempre joven, impetuoso. Vuelo y
profundidad. En su conversación con el lector pobre de novelas policiales hay genio,
tragedia, misterio, ansia. (¿Qué es literatura, acaso?)
Nunca le van a perdonar a Walsh eso: que ha quedado siempre joven. Se les escapa de
los moldes y las escuelas. Supo ver y desnudó a toda la sociedad argentina cuando dejó de
jugar al ajedrez y se asomó a ver qué pasaba. Así nació Operación Masacre. En esas pocas
páginas está toda esa sociedad argentina que no dejó de gobernar nunca. Están los
uniformados pero también la justicia, en esos personajes próceres del derecho: Sebastián
Soler, Alconada Aramburu, Amílcar Mercader. Que van y vienen y cambian de nombre pero
no de rostro y están en todas las épocas, desde 1810.
Operación Masacre es el gran grito de alerta. Nadie como Walsh supo describir a los
verdaderos fundadores de la gran masacre que vendría después. El teniente coronel
Fernández Suárez no es nada más que la reencarnación del otro teniente coronel Héctor
Benigno Várela, fusilador de las peonadas patagónicas, y el predecesor contemporáneo de
esas figuras casi inverosímiles en su crueldad y su brutal soberbia: Menéndez, Massera,
Camps. El método de Fernández Suárez es el mismo: la bravata, el golpe, la intimidación, la
tortura, el robo de las pertenencias, el asesinato. Walsh pone una a una las pruebas sobre la
mesa. Los Aramburu, Rojas, Manrique Quaranta recurren a los civiles. Los civiles
encuentran siempre la solución. El discurso de Aguirre Lanari -hombre de todas las
dictaduras y de nuestras pobres democracias-
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