Leyendo Operación Masacre
Enviado por tavolino • 17 de Diciembre de 2011 • 2.151 Palabras (9 Páginas) • 1.685 Visitas
Leyendo Operación masacre
por Daniel Link
“Es que vos”, me dijeron una vez los chicos del centro de estudiantes de Filosofía y Letras, “hacés una lectura posmoderna de Rodolfo Walsh”. Que me dijeran eso a mí, que he escrito menos páginas sobre Borges que sobre Rodolfo Walsh (lo que significa que mi cabeza ha estado, durante más tiempo, ocupada por éste y no por aquél) me resultó injusto. Como se trataba de una discusión de pasillo, nada serio, contesté la chicana con otra: “Uno hace lo que puede. Yo, por lo menos, hago una lectura”.
Si me detengo en este pormenor autobiográfico no es por vanidad, sino porque me parece necesario aclarar el esfuerzo que significa para nosotros leer a Rodolfo Walsh (de este o aquel modo, eso no importa tanto) como un “autor canónico” de nuestras letras. Parece mentira, pero todavía seguimos preguntándonos, por ejemplo, en qué sentido Operación masacre es singular en el contexto de la literatura argentina, como si no nos bastara constatar que es precisamente el eterno retorno de esa pregunta lo que constituye la razón de existencia de un texto que se resiste a darnos una versión tranquilizadora sobre sí, sobre la literatura, sobre nosotros mismos. El modo en que se resiste a toda clasificación (es decir, a toda normalización) es lo más característico de Operación masacre y de quienes insistimos en su participación respecto de las grandes líneas de debate que atraviesan la literatura contemporánea. Leer Operación masacre como literatura es violentar las ideas que hemos heredado de la antigua cultura burguesa (y que la prensa cotidiana reproduce todavía hoy con un cinismo apabullante) sobre el ejercicio con pretensiones artísticas de la escritura.
En nuestra perspectiva, Operación masacre representa ese momento (necesario para la existencia de algo así como “la literatura”) en que lo literario se vuelve en su contra, incluyendo lo que al mismo tiempo excluye. Dicho de otro modo: Operación masacre demuestra, como pocos otros textos, que la literatura sobrevive solamente en un instante de peligro, es ese instante de peligro en el que todas las certezas se deshacen.
Operación masacre es un acontecimiento: Walsh ha explicado en los sucesivos prólogos cómo los hechos que constituyen la materia del libro lo sacaron de un lugar confortable para ponerlo en otra parte. El acontecimiento sigue sucediendo para siempre en el libro y por el libro: una y otra vez sucede algo singular que afecta tanto al que lo escribió como al que lo lee.
De modo que Operación masacre es un texto singular y, al mismo tiempo, ha sido singularizado por un proceso de investimiento de sentido, lo que llamamos lectura. El modo en que el escritor Walsh afirma la singularidad de su obra no es el mismo en que la crítica lo hace.
Uno de los lectores más agudos de la obra de Walsh, Ángel Rama, nos ha persuadido de que Walsh es el heredero de Borges, el que vuelve a hacer en el sesenta lo que Borges hizo en el treinta:
Si en esa línea modernizadora, que rescata para una cultura oficial materiales de bajo origen, debiera buscarse un descendiente de Borges en las letras argentinas, (...) habría que pensar en Rodolfo Walsh.
Si hoy podemos acordar con la sentencia de Rama, también hay que decir que Walsh nunca se imaginó en el lugar de Borges, y eso tal vez porque leía la literatura de Borges de acuerdo con un horizonte de tensiones que no son las que hoy nosotros le reconocemos o porque se pensaba a sí mismo de una forma diferente a como lo hacemos hoy.
El heredero de Borges no puede ser sino Walsh: es en Operación masacre donde se define el pasaje del Orbis Tertius borgeano al Tercer Mundo walshiano, es con Operación masacre que se propone un "género" que ni Menard ni Bustos Domecq imaginaron: una novela sin ficción o, incluso, lo novelesco sin la novela.
Walsh pone en el centro de su obra la imposibilidad (histórica, pero también lógica) de la novela. No hay novela. Y porque no hay novela es que esta obra existe y permanece como una piedra difícil de tallar. Walsh escribe Operación masacre como un texto monumental. Ese texto es monumental por varias razones: por ejemplo, porque se anticipa en seis, ocho, diez años al non-fiction que tantos réditos daría a Truman Capote y a Norman Mailer.
Walsh escribe el libro un poco a tientas, intentando encontrar un lugar que consideraba ya perdido o intentando encontrar un lugar diferente de aquel en el que estaba. No sospechará sino hasta muchos años más tarde (lo leemos en su Diario), que después de Operación masacre ese lugar ya no existe. Operación masacre es un monumento, también, porque habla de ese no lugar de la literatura, de lo literario como dispersión o como suplemento, de la escritura como escándalo de la razón y de la ley.
Cortázar, antes que Walsh, había desarrollado una teoría del escándalo pequeño como motor de la literatura. Casi simultáneamente, en rigor. Pero el “efecto Walsh” obliga a leer las rebeldías cortazarianas como cosa del pasado, como ensayos módicos de una rebelión más profunda y generalizada. Bien mirados, los desplazamientos que Cortázar desarrolla, el sistema de lecturas y referencias culturales que introduce no son sino la contracara del impulso modernizador e internacionalista de los años sesenta. Cortázar no puede olvidarse de nada, e incorpora hasta el presente (Lezama Lima, Pizarnik) en el museo de la literatura.
Walsh, por el contrario, se olvida. Se olvida de sí, de la literatura que hasta entonces ha venido haciendo, de la literatura institucionalizada y de su modo de operar, lo que se considera legítimo mecanismo de consagración, lo que se considera "elevado" en un orden clasificatorio: la gran forma, las genealogías prestigiosas, la separación entre géneros.
Si lo novelesco está en Operación masacre como un polvillo que pone nervioso al narrador, es porque lo novelesco no puede ser, para Walsh, más que eso: un suplemento tranquilizador, un aroma vago, fuera de lugar y del tiempo: un muerto vivo. El libro, Operación masacre, es otra cosa y reclama una posición que nadie puede darle. Reclama un reconocimiento, la monumentalidad de la literatura, para el cual no existía en aquel entonces ley adecuada en el Estado de las letras argentinas.
Leo la primera página de Operación masacre, el capítulo primero de la primera parte, que presenta a “Las personas”. Walsh escribe:
Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa,
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