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Poemas Jorge Luis Borges


Enviado por   •  21 de Marzo de 2014  •  1.979 Palabras (8 Páginas)  •  607 Visitas

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Poemas

Jorge Luis Borges

Tankas

1

Alto en la cumbre

todo el jardín es luna,

luna de oro.

Más precioso es el roce

de tu boca en la sombra.

2

La voz del ave

que la penumbra esconde

ha enmudecido.

Andas por tu jardín.

Algo, lo sé, te falta.

3

La ajena copa,

la espada que fue espada

en otra mano,

la luna de la calle,

¿dime, acaso no bastan?

4

Bajo la luna

el tigre de oro y sombra

mira sus garras.

No sabe que en el alba

han destrozado un hombre.

5

Triste la lluvia

que sobre el mármol cae,

triste ser tierra.

Triste no ser los días

del hombre, el sueño, el alba.

6

No haber caído,

como otros de mi sangre,

en la batalla.

Ser en la vana noche

él que cuenta las sílabas

Alguien

Un hombre trabajado por el tiempo,

un hombre que ni siquiera espera la muerte

(las pruebas de la muerte son estadísticas

y nadie hay que no corra el albur

de ser el primer inmortal),

un hombre que ha aprendido a agradecer

las modestas limosnas de los días:

el sueño, la rutina, el sabor del agua,

una no sospechada etimología,

un verso latino o sajón,

la memoria de una mujer que lo ha abandonado

hace ya tantos años

que hoy puede recordarla sin amargura,

un hombre que no ignora que el presente

ya es el porvenir y el olvido,

un hombre que ha sido desleal

y con el que fueron desleales,

puede sentir de pronto, al cruzar la calle,

una misteriosa felicidad

que no viene del lado de la esperanza

sino de una antigua inocencia,

de su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,

porque hay razones más terribles que tigres

que le demostrarán su obligación

de ser un desdichado,

pero humildemente recibe

esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,

cuando el polvo sea polvo,

esa indescifrable raíz,

de la cual para siempre crecerá,

ecuánime o atroz,

nuestro solitario cielo o infierno.

Ajedrez

I

En su grave rincón, los jugadores

Rigen las lentas piezas. El tablero

Los demora hasta el alba en su severo

Ambito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

Las formas: torre homérica, ligero

Caballo, armada reina, rey postrero,

Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

Cuando el tiempo los haya consumido,

Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

Reina, torre directa y peón ladino

Sobre lo negro y blanco del camino

Buscan y libran su batalla armada

No saben que la mano señalada

Del jugador gobierna su destino,

No saben que un rigor adamantino

Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero

(La sentencia es de Omar) de otro tablero

De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

De polvo y tiempo y sueño y agonías?

Elvira de Alvear

Todas las cosas tuvo y lentamante

Todas la abandonaron, La hemos visto

Armada de belleza. La mañana

Y el arduo mediodía le mostraron,

Desde su cumbre, los hermosos reinos

De la tierra. La tarde fue borrándolos.

El favor de los astros (la infinita

Y ubicua red de causas) le había dado

La fortuna, que anula las distancias

Como el tapiz del árabe, y confunde

Deseo y posesión, y el don del verso,

Que tranforma las penas verdaderas

En una música, un rumor y un símbolo,

Y el fervor, y en la sangre la batalla

De Ituzaingó y el peso de laureles,

Y el goce de perderse en el errante

Río del tiempo (río y laberinto)

Y en los lentos colores de las tardes.

Todas las cosas la dejaron, menos

Una. La generosa cortesía

La acompañó hasta el fin de su jornada,

Más allá del delirio y del eclipse,

De un modo casi angélico. De Elvira

Lo primero que vi, hace tantos años,

Fue la sonrisa y es también lo último.

Mi Vida Entera

Aqui otra vez, los labios memorables, unico y

semejante a vosotros.

Soy esa torpe intensidad que es un alma.

He persistido en la aproximacion de la dicha y

en la privanza del pesar.

He atravesado el mar.

He conocido muchas tierras; he visto una mujer

y dos o tres hombres.

He querido a una nina altiva y blanca y de una

hispanica quietud.

He visto un arrabal infinito donde se cumple una

insaciada inmortalidad de ponientes.

He paladeado numerosas palabras.

Creo profundamente que eso es todo y que ni veré

ni ejecutaré cosas nuevas.

Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en

pobreza y en riqueza a las de Dios y a las

de todos los hombres.

El Cómplice

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.

Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.

Me engañan y yo debo ser la mentira.

Me incendian y yo debo ser el infierno.

Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.

Mi alimento es todas las cosas.

El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.

Debo justificar lo que me hiere.

No importa mi ventura o mi desventura.

Soy el poeta

Un Ciego

No sé cuál es la cara que me mira

cuando miro la cara del espejo;

no sé qué anciano acecha en su reflejo

con silenciosa y ya cansada ira.

Lento en mi sombra, con la mano exploro

mis invisibles rasgos. Un destello

me alcanza. He vislumbrado tu cabello

que es de ceniza o es aún de oro.

Repito que he perdido solamente

la vana superficie de las cosas.

El consuelo es de Milton y es valiente,

Pero pienso en las letras y en las rosas.

Pienso que si pudiera ver mi cara

sabría quién soy en esta tarde rara.

Everness

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