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Propedéutico básico


Enviado por   •  30 de Enero de 2014  •  Informe  •  6.228 Palabras (25 Páginas)  •  296 Visitas

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El animal moralista:

Uno de los miedos más profundos que las personas sienten

ante la interpretación biológica de la mente es que nos

conduciría al nihilismo moral. Si no fuimos creados por

Dios con algún fin superior, dicen los críticos de la

derecha, o si somos el producto de unos genes egoístas,

dicen los críticos de la izquierda, entonces ¿qué nos

impediría que nos convirtiéramos en unos egoístas

amorales que sólo buscan ser el número uno? ¿No

deberíamos considerarnos unos mercenarios venales de

quienes no cabe esperar atención alguna hacia los menos

afortunados? Ambas partes apuntan al nazismo como la

consecuencia de aceptar las teorías biológicas sobre la

naturaleza humana.

En el capítulo anterior demostrábamos que no hay lugar

para tales temores. Nada impide que el proceso amoral y

sin dios de la selección natural desarrolle una especie

social y con cerebro equipada con un refinado sentido

moral(1). En efecto, es posible que el problema del Homo

sapiens no sea que disponemos de una moral escasa. Tal

vez el problema sea que tenemos demasiada.

(1) Alexander, 1987; Haidt, en prensa; Krebs, 1998;

Trivers, 1971; Wilson, 1993; Wright, 1994.

¿Qué induce a las personas a juzgar un acto como inmoral

(«Matar no está bien»), a diferencia de otro desagradable

(«Odio el brécol»), de poco gusto («No mezcles las rayas

con los cuadros») o imprudente («No bebas vino en los

vuelos largos»)? Las personas piensan que las normas

morales son universales. La persecución del asesinato o

la violación, por ejemplo, no son una cuestión de gustos

ni de modas, sino que posee una justificación

trascendente y universal. La gente piensa que hay que

castigar a quienes cometen actos inmorales: no sólo es

correcto provocar daños a las personas que han cometido

una infracción moral, sino que es incorrecto no hacerlo,

es decir, «dejar que se salgan con la suya». Uno puede

decir fácilmente: «No me gusta el brécol, pero no me

importa que te lo comas»; pero nadie diría: «No me gusta matar, pero no me importa que asesines a alguien». Por

eso los partidarios de la libre elección se equivocan

cuando proclaman, como en las pegatinas de los

parachoques: «Si estás en contra del aborto, no abortes».

Si alguien cree que el aborto es inmoral, dejar que otras

personas lo practiquen no es una opción, como no es una

opción dejar que las personas violen o asesinen. Por

consiguiente, las personas se sienten justificadas cuando

invocan el castigo divino o el poder coercitivo del

Estado para imponer los castigos. Bertrand Russell

escribió: «Cometer actos de crueldad con la conciencia

tranquila es un deleite para los moralistas; por eso se

inventaron el infierno».

Nuestro sentido moral autoriza la agresión contra los

demás como forma de impedir o castigar los actos

inmorales. Esto está bien cuando el acto considerado

inmoral realmente es inmoral cualquiera que sea el

criterio con que se juzgue, por ejemplo la violación o el

asesinato, y cuando la agresión se lleva a cabo

justamente y sirve de elemento disuasorio. La tesis de

este capítulo es que el sentido moral humano no puede

garantizar que se escojan esos actos como el objetivo de

su justificada indignación. El sentido moral es un

dispositivo, como la visión en estéreo o las intuiciones

sobre los números. Es un ensamblaje de circuitos

neuronales engarzados a partir de piezas más antiguas del

cerebro de los primates y configurados por la selección

natural para realizar un trabajo. Esto no significa que

la moral sea un producto de nuestra imaginación, como la

evolución de la percepción de la profundidad no significa

que el espacio tridimensional sea un producto de nuestra

imaginación. (Como veíamos en los capítulos 9 y 11, la

moral tiene una lógica interna, y posiblemente hasta una

realidad externa, que una comunidad de pensadores

reflexivos puede dilucidar, del mismo modo que una

comunidad de matemáticos puede dilucidar verdades sobre

el número y la figura.) Pero sí que significa que el

sentido moral está cargado de singularidades y es

proclive al error sistemático -a las ilusiones morales,

por así decir-, igual que nuestras otras facultades.

Consideremos esta historia:

Julie y Mark son hermanos. Ambos son universitarios y

viajan juntos por Francia durante las vacaciones de

verano. Una noche se encuentran solos en un bungaló cerca

de la playa. Piensan que sería interesante y divertido

hacer el amor. Como mínimo sería una experiencia nueva

para los dos. Julie estaba tomando anticonceptivos, y

Mark usa preservativo, para estar seguro. Los dos

disfrutan haciendo el amor, pero deciden no volver a

hacerlo. Guardan esa noche como un secreto especial, que

les hace sentir más unidos aún. ¿Qué le parece? ¿Estuvo

bien que hicieran el amor?

El psicólogo Jonathan Haidt y sus colegas han planteado

la historia a mucha gente(2). La mayoría de las personas

dicen inmediatamente que lo que hicieron Julie y Mark

estuvo mal, y luego buscan razones de por qué estuvo mal.

Hablan de los peligros de la endogamia, pero se les

recuerda que los hermanos emplearon dos métodos

anticonceptivos. Señalan que Julie y Mark se sentirían

heridos emocionalmente, pero la historia deja claro que

no fue así. Insinúan que el acto molestaría a la

comunidad, pero luego recuerdan que todo se hizo en

secreto. Proponen que podría interferir en sus relaciones

futuras, pero reconocen que Julie y Mark acordaron no

volver a repetirlo jamás. Al final, muchos de los

encuestados admiten: «No sé, no sé cómo explicarlo, pero

sé que está mal». Haidt se refiere a esto como el «pasmo

moral» y lo ha suscitado con otras situaciones

desagradables aunque sin víctimas:

(2) Haidt, Koller y Dias, 1993.

Una mujer que está limpiando el retrete encuentra su

vieja bandera

...

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