Reforma cluniacense
Enviado por Verónica Tapia Morales • 25 de Octubre de 2019 • Trabajo • 1.232 Palabras (5 Páginas) • 281 Visitas
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2.5. Reforma cluniacense
Los monjes, en Occidente, sobre todo los benedictinos, han prestado a la Iglesia y a la cultura unos servicios incalculables. Pero la vida monástica, durante los siglos VII y VIII ha decaído notablemente por varias razones: a) La riqueza de los monasterios ha traído consigo: La relajación de las costumbres y la intromisión por parte de los nobles; b) Muchos monasterios son propiedad del rey o de los nobles, los cuales los confían a abades laicos, que no se preocupan de la disciplina del monasterio, sino de acaparar sus riquezas. Es, pues, necesaria una reforma de la vida monástica. Un monje de nombre BENITO (de Aniano), es el primer gran reformador monástico. Colabora con LUDOVICO PÍO en su obra de reforma de los monasterios de Francia. Estudia y recopila las diversas Reglas monásticas existentes, y en su afán de unificación promueve, en la fecha, la implantación de la Regla de San Benito en los monasterios del Imperio carolingio. (http://www.puzzledelahistoria.com/?cat=3048)[pic 2]
Cluny, un monasterio libre.
En septiembre del año 909 el duque de Guillermo III el piadoso hizo donación de sus tierras Cluny (es una localidad y comuna Francesa situada en el departamento de Saona y Loir) para la fundación de un monasterio. El fundador quiso que el monasterio quedase desde el primer momento en plena libertad, porque estaba convencido de que los llamados monasterios propios perdían fácilmente el espíritu originario a cusa de los descaros abusivos de sus propietarios en la vida interna y externa de los monjes. El duque hace donación de su dominio a San Pedro y a San Pablo, quedando así bajo la protección inmediata del Romano Pontífice. Por esta libertad romana, el monasterio de Cluny se obliga a pagar, cada cinco años diez sueldos de oro para el aceite de las lámparas de san Pedro y San Pablo. En la carta fundacional se decía expresamente que “ningún príncipe secular, ningún conde, ningún obispo, ni siquiera el mismo Pontífice de la silla romana podrá apoderarse de los bienes de dichos servidores de Dios, ni sustraer una parte, ni disminuirlos, ni cambiarlos ni darlos en beneficio”.
La organización cluniacense.
En Cluny se consideraba a los monasterios reformados como ramas de un mismo árbol. Su abad era el abad supremo de todos los demás monasterios, aunque la organización cluniacense permitía la existencia de varias clases:
1). Las abadías propiamente dichas, que tenían su verdadero y propio abad, aunque con ciertas dependencias, puesto que las elección de los abades tenían que ser siempre confirmada por el abad de Cluny.
2) Los monasterios no tenían abab, sino prior (superior) designado desde Cluny no a perpetuidad, sino para un tiempo determinado.
3) Monasterios independientes (Montecasino) que tenían con Cluny unión de oraciones y contratos de reversibilidad mutua de los méritos espirituales. Pero que no pueden ser considerados como cluniacenses.
En el siglo XII los monasterios fueron divididos en 10 provincias a fin de que el gobierno fuera más eficaz y más ágil. Todas bajo la vigilancia directa del abad de Cluny.
Los monjes se reclutaban entre los niños que frecuentaban las escuelas de los monasterios. También se admitían jóvenes y hombres maduros, pero de preferencia las vocaciones infantiles puesto que eran más dóciles y flexibles. Las personas integrantes de las comunidades monásticas cluniacenses se dividían en tres categorías oblatos, novicios y profesos. La mayor parte de los profesos eran ordenados sacerdotes. Hay también otras personas con ciertos lazos de dependencia del monasterio: son los domésticos, que pueden ser siervos o libres. No faltaban en torno al monasterio hombres y mujeres, viudos generalmente, que habían entregados sus bienes al monasterio a cambio de vivienda, alimentación y asistencia espiritual.
La vida en los monasterios cluniacenses era la vida benedictina, tal como el Padre del monacato occidental la había ordenado en su Regla, aunque matizada por las costumbres cluniacenses, que afectaron de un modo especial al ordenamiento de la liturgia y del trabajo manual. El empleo del tiempo estaba minuciosamente controlado entre las horas de trabajo y las horas de oración detalladamente reglamentada. El trabajo manual fue reducido al mínimo, hasta el punto de que los trabajos agrícolas se tornaban imposibles a causa de prolongados oficios litúrgicos que desarrollaban en las esplendidas iglesias de los monasterios. Si el trabajo manual ya no es tenido en aquel honor que le concede la Regla benedictina, el trabajo intelectual, en cambio, adquiere un mayor relieve, aunque no haya dado unos resultados demasiados vistosos, como lo atestigua la escasez de obras verdaderamente originales. Los escritorios funcionaron muy bien, pues han traspasado manuscritos magníficos, sobre todo litúrgicos.
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