Salon De Belleza
Enviado por 3dd13 • 18 de Abril de 2015 • 2.119 Palabras (9 Páginas) • 246 Visitas
Hace algunos años, mi interés por los acuarios me llevó a decorar mi salón
de belleza con peces de distintos colores. Ahora que el salón se ha
convertido en un Moridero, donde van a terminar sus días quienes no
tienen dónde hacerlo, me cuesta mucho trabajo ver cómo poco a poco
los peces han ido desapareciendo. Tal vez sea que el agua corriente está
llegando demasiado cargada de cloro, o quizá que no tengo el tiempo suficiente
para darles los cuidados que se merecen. Comencé criando Gupis
Reales. Los de la tienda me aseguraron que se trataba de los peces más
resistentes y, por eso mismo, los de más fácil crianza. En otras palabras,
eran los peces ideales para un principiante. Tienen, además, la particularidad
de reproducirse rápidamente. Los Gupis Reales son vivíparos, no
necesitan tener un motor de oxígeno para que los huevos se mantengan
en la pecera sin que el agua tenga que cambiarse. La primera vez que puse
en práctica mi afición no tuve demasiada suerte. Compré un acuario
de medianas proporciones y metí dentro una hembra preñada, otra todavía
virgen y un macho con una larga cola de colores. Al día siguiente
el macho amaneció muerto. Estaba echado boca arriba, entre las piedras
multicolores con las que recubrí la base. De inmediato busqué el guante
de jebe con el que hacía el teñido de cabello a las clientas, y saqué al pez
muerto. En los días siguientes nada importante ocurrió. Simplemente
traté de encontrar la medida correcta de comida para que los peces no
sufrieran de empacho ni murieran de hambre. El control de la comida
ayudaba además a mantener todo el tiempo el agua cristalina. Pero cuando
la hembra preñada parió se desató una persecución implacable. La
otra hembra quería comerse a las crías. Sin embargo, los recién nacidos
tenían unos poderosos y rápidos reflejos que momentáneamente los salvaban
de la muerte. De los ocho que nacieron sólo tres quedaron vivos.
La madre, sin ninguna razón visible, murió a los pocos días. Esa muerte
fue muy curiosa. Desde que parió se había quedado estática en el fondo
del acuario sin que la hinchazón de su vientre disminuyera en ningún
momento. Nuevamente tuve que ponerme el guante que usaba para los
tintes. De ese modo saqué a la madre muerta y la arrojé después por el
escusado que hay detrás del galpón donde duermo. Mis compañeros de
trabajo nunca estuvieron de acuerdo con mi afición por los peces. AfirObra
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maban que traían mala suerte. No les hice el menor caso y con el tiempo
fui adquiriendo nuevos acuarios así como los implementos necesarios
para tener todo en regla. Conseguí pequeños motores para el oxígeno,
que simulaban cofres de tesoro olvidados en el fondo del mar. Hallé también
motorcitos en forma de hombres rana de cuyos tanques salían en
forma constante las burbujas. Cuando al fin conseguí cierto dominio con
otros Gupis Reales que fui comprando, me aventuré con peces de crianza
más difícil. Me llamaban mucho la atención las Carpas Doradas. Creo
que fue en la misma tienda donde me enteré de que en ciertas culturas
era un placer la simple contemplación de las Carpas. A mí comenzó a
sucederme lo mismo. Podía pasar muchas horas seguidas admirando los
reflejos que emitían las escamas y las colas. Alguien me confirmó después
que ese tipo de pasatiempo era una diversión extranjera.
Pero lo que sí no me parece ningún tipo de diversión es la cantidad cada
vez mayor de personas que vienen a morir al salón de belleza. Ya no son
solamente amigos en cuyos cuerpos el mal está avanzado, sino que la mayoría
son extraños que no tienen dónde irse a morir. Aparte del Moridero,
la única alternativa sería perecer en la calle. Ahora sólo quedan los
acuarios vacíos. Todos menos uno, que trato a toda costa de mantener
con algo de vida en el interior. Algunas de las peceras las utilizo para guardar
los efectos personales que traen los parientes de quienes están hospedados
en el salón. Para evitar confusiones coloco una cinta adhesiva con
el nombre del enfermo, y allí guardo la ropa y las golosinas que de vez en
cuando permito que les traigan. Solamente admito que las familias aporten
dinero, ropa y golosinas. Todo lo demás está prohibido.
Es curioso ver cómo los peces pueden influir en el ánimo de las personas.
Por ejemplo cuando me aficioné a las Carpas Doradas, aparte del sosiego
que me causaba su contemplación siempre buscaba algo dorado con que
adornar los vestidos que usaba en las noches. Ya fuera una cinta, los guantes
o las mallas que me ponía en esas oportunidades. Pensaba que llevar
puesto algo de ese color podía traerme suerte. Tal vez salvarme de un encuentro
con la Banda de los Matacabros que rondaba por las zonas centrales
de la ciudad. Muchos no sobrevivían a los ataques de esos malhechores,
pero creo que si después de un enfrentamiento alguno salía con vida era
peor. En los hospitales donde los internaban los trataban siempre con desprecio.
Muchas veces no querían recibirlos por temor a que estuviesen contagiados.
Desde entonces me nació la compasión de recoger a alguno que
otro compañero herido que no tenía dónde recurrir. Tal vez de esa manera
se fue formando este triste Moridero que tengo la desgracia de regentar.
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Pero regresando a los peces, en cierto momento también me aburrí de tener
exclusivamente Gupis y Carpas Doradas. Creo que se trata de una deformación
de mi personalidad: me canso muy pronto de las cosas que me
atraen. Lo peor es que después no sé qué hacer con ellas. Al principio fueron
los Gupis, que en determinado momento me parecieron demasiado
insignificantes para los majestuosos acuarios que tenía en mente formar.
Sin ninguna clase de remordimiento dejé gradualmente de alimentarlos.
Tenía la esperanza de que se fueran comiendo unos a otros. Los que quedaron
vivos los arrojé al escusado, de la misma forma como lo hice con
aquella madre muerta. Así fue como tuve los acuarios libres para recibir
peces de crianza más difícil. Los Goldfish fueron los primeros en los que
pensé. Sin embargo recordé
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