Socrates
Enviado por soyBrianRDZ • 3 de Noviembre de 2014 • Informe • 511 Palabras (3 Páginas) • 200 Visitas
Sócrates
Iba de la Academia al Liceo por el camino de las afueras a lo largo de las murallas, cuando al llegar cerca de la puerta pequeña que se encuentra en el origen del Panopo, encontré a Hipotales, hijo de Hierónimo, y a Ctesipo del pueblo de Peanea,{1} en medio de un grupo numeroso de jóvenes. Hipotales, que me había visto venir, me dijo:
—¿A dónde vas, Sócrates, y de dónde vienes?
—Vengo derecho, le dije, de la Academia al Liceo.
—¿No puedes venir con nosotros, dijo, y desistir de tu proyecto? La cosa, sin embargo, vale la pena.
—¿A dónde y con quién quieres que vaya? le respondí.
—Aquí, dijo, designándome frente a la muralla un recinto, cuya puerta estaba abierta. Allá vamos gran número de jóvenes escogidos, para entregarnos a varios ejercicios. [222]
—Pero ¿qué recinto es ese, y de qué ejercicios me hablas?
—Es una palestra, me respondió, en un edificio recién construido, donde nos ejercitamos la mayor parte del tiempo pronunciando discursos, en los que tendríamos un placer que tomaras parte.
—Muy bien, le dije, pero ¿quién es el maestro?
—Es uno de tus amigos y de tus partidarios, dijo, es Miccos.
—¡Por Júpiter! ¡no es un necio; es un hábil sofista!
—¡Y bien! ¿quieres seguirme y ver la gente que está allí dentro?
—Sí, pero quisiera saber lo que allí tengo de hacer, y cuál es el joven más hermoso de los que allí se encuentran.
—Cada uno de nosotros, Sócrates, tiene su gusto, me dijo:
—Pero tú, Hipotales, dime, ¿cuál es tu inclinación?
Entonces él se ruborizó.
—Hipotales, hijo de Hierónimo, le dije, no tengo necesidad de que me digas, si amas o no amas; me consta, no sólo que tú amas, sino también que has llevado muy adelante tus amores. Es cierto que en todas las demás cosas soy un hombre inútil y nulo, pero Dios me ha hecho gracia de un don particular que es el de conocer a primer golpe de vista el que ama y el que es amado.
Al oír estas palabras, se ruborizó mucho más.
—¡Vaya una cosa singular! Hipotales, dijo Ctesipo. Te ruborizas delante de Sócrates y tienes reparo en descubrir el nombre que quiere saber, cuando por poco tiempo que permanezca cerca de tí, se fastidiará hasta la saciedad de oírtelo repetir. Sí, Sócrates, nos tiene llenos y hasta ensordecidos con el nombre de Lisis; y sobre todo, cuando se excede algo en la bebida, se nos figura, al despertar al día siguiente, estar oyendo el nombre de [223] Lisis. Y todavía es disimulable, cuando sólo lo hace en prosa en la conversación, pero no se limita a esto, sino que nos inunda con sus piezas en verso. Y lo intolerable es el oírle cantar en loor de
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