Sombras De Blasfemias
Enviado por LuciaIsais • 3 de Febrero de 2015 • 3.030 Palabras (13 Páginas) • 236 Visitas
Capítulo 1. El centro de Rehabilitación.
En cuanto abrí los ojos la fría habitación seguía igual: techo blanco, recién pintado y un montón de camas mal acomodadas, todas con la misma colcha, las mismas sábanas , el mismo tipo de almohada.
Miré la cámara de seguridad, intentando ocultarse en una esquina, sin éxito. Todas sabíamos dónde estaban todas las cámaras, sin excepción.
Mis manos estaban lisas, con la piel reseca y poco cuidada. Me ardían, pero algo ardía más: mi ansiedad. Necesitaba mis diuréticos, mis laxantes… necesitaba mi vida de regreso. Quería regresar el tiempo, volver a ser la misma. Claro, la misma que estaba delgada y era popular. A aquella que veían con amor por los pasillos y le sonreían. La que era aceptada por todos, sin excepción.
Nos pararon a todas a la misma hora, para vestirnos y entrar a las pláticas programadas para esta mañana. Estar aquí era como estar en prisión. Yo, hasta ahora, tenía prohibidas las visitas. Me vigilaban todo el tiempo y tenía completamente prohibido tomar, fumar, consumir alguna droga, o tal vez, cumplir su máximo miedo, que yo vomitara una vez más. Para mi buena suerte había descubierto que en el baño no había cámaras, así que de vez en cuando fumaba un cigarro o vomitaba. Ya me había descubierto, y ahora me tenían más vigilada que nunca. Tenía al psicólogo vigilándome todo el tiempo.
No lograba entenderlo, vagamente recordaba nuestra primera plática. ¿Negar que me agradaba físicamente? No podía. Aun así, me parecía un ser insoportable que tendría que tener un consultorio en la zona metropolitana, no sería para menos siendo un egresado de una cara universidad del extranjero.
—-Hola, me llamo Niall —me dijo, con una sonrisa condescendiente—. Y seré tu instructor en este camino.
—Querrás decir mi loquero.
—En estos casos, me puedo volver tu mejor amigo.
—¿Qué intenta? —cuestioné, mirándolo fijamente a los ojos.
Él me sostuvo la mirada.
—Ayudarte. Necesitas ayuda.
Yo no necesito ayuda, eso es lo que les tendría que quedar claro, estoy bastante bien de mis facultades mentales. Si ser gorda es un pecado, entonces estoy en el lugar correcto.
Me han dicho que debo repetir la frase: “Estoy aquí porque tengo un problema, y debo solucionarlo”. Obviamente yo me niego a repetir esa estúpida frase, ya que no es verdad.
—Buenos días —me saluda Niall con la mano y una sonrisa.
Yo decido barrerlo y sigo de frente.
—¡Oh vamos! —dice, ampliando su sonrisa—. Sabes que a primera hora debes ir a mi consultorio.
—No es así. A primera hora tengo una estúpida plática sobre hábitos alimenticios.
—¡Oh bien! —dice él, levantando las manos en son de disculpa.
Pero sabía que era verdad. Tengo que acudir a su consultorio dos horas.
Probablemente será como siempre: dos horas de inútil silencio, en donde únicamente hablará él, mientras yo repaso la habitación que ahora ya me sé de memoria.
Al final, transcurridas las dos horas, tendrá que dejarme salir. Como siempre, no llegaremos a nada y él entregará un reporte vacío al finalizar el día.
—¿Tienes algo que contar? ¿Cómo ha sido este último mes aquí?
Me quedé en silencio mientras lo observaba. Su rostro mostraba toda la amabilidad que era capaz, mientras sus labios se curvaban en una fina y suave sonrisa. Sus ojos avellana intentaban descifrar los míos.
—Agarra tu chamarra —me pidió, borrando esa sonrisa y poniéndose de pie.
—Acaba de inciar la sesión, ¿vas a dejarme ir tan pronto? —reí, en tono burlón.
—No. Nos vamos.
Capítulo 2. Ken.
—¿Disculpa? —Tal vez no había escuchado bien. Él no podía sacarme del centro, necesitaba autorización, llenar un montón de papeles y, aunque fuera menos importante, mi consentimiento.
—Como escuchaste. Nos vamos a dar una vuelta, si no quieres estar aquí y expresarte libremente tengo permiso de sacarte unas horas.
—¿Sabes lo que estás haciendo? Podrías estar secuestrándome con permiso de esos descerebrados que manejan este estúpido lugar.
—Empecemos por llamarlo como es: centro de rehabilitación. Luego, no tienes tanta suerte como para que yo te secuestre. Y por último: vuelves a decir la palabra “estúpido” y me encargaré de que alguien haga algo para que cambies, y no creo que todos en este lugar sean especialmente amables.
Tal vez me había equivocado y él no era solamente dulzura y buenos sentimientos. Parecía que había muchas cosas de él que no conocía, parecía que tendría que haber una perfecta excusa para que él estuviera ahí, mirando a una chica de dieciséis que, según todos decían, sufría problemas con hábitos alimenticios.
—¿Y si me niego a ir?
—Vamos a ser un poco realistas, vamos a ser realistas por primera vez en dos meses: tú eres algo de lo que la mayoría de todos aquí quieren librarse. No me lo tomes a mal, Perla, pero eres un caso difícil y a nadie le gusta lidiar con algo difícil.
—No me gusta este lugar, no me gusta esta gente, y sobre todas las cosas, no me gustas tú. No me agrada tener que sentarme en una silla a mirarte y saber que estoy atrapada aquí. No me agradan las chicas de este lugar, no me agrada verme al espejo y pensar que no tengo nada mientras siento mis costillas con mi dedo. ¡No me gusta nada!
Él sonrió, como si yo acabara de pintar a la Mona lisa en una pared y él tuviera que aplaudirme por ello.
—Después de dos meses lo que acabas de decir es mi avance más grande. Nos vamos.
—¿Y a dónde me vas a llevar?
No quería aceptar que por mi cabeza pasaban las ideas como si mi cabello estaría bien peinado, si mi ropa luciría bien, o si tendría las mismas terribles ojeras que eran parte de mí desde que había ingresado aquí. No quería salir a la calle así, y menos si iba acompañada por el joven Ken, como todas lo llamaban en este lugar.
Era claro que yo no era Barbie como para salir con Ken.
—Eso es lo de menos. Lo importante es que encontremos un lugar donde me puedas contar.
—¿Y qué te tengo que contar?
—Tú historia.
—¿Qué historia?
—La que te trajo aquí. La historia de cómo te convertiste en lo que eres ahora, el motivo que te condujo a la locura.
—No estoy loca.
—No dije que lo estuvieras, dije que algo te condujo a la locura. Y tú vas a contármelo.
Sabía a lo que se refería. Él quería saber la historia que me condujo a tener estos moretones en todo el cuerpo, quería saber cómo una chica terminaba infringiéndose todo el
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