Suicidio ¿Condena o libertad?
Enviado por Sebastián Berrío • 14 de Octubre de 2019 • Ensayo • 1.957 Palabras (8 Páginas) • 141 Visitas
El suicidio: ¿condena o libertad?
A lo largo de la historia de la humanidad, el suicidio ha sido un tema de gran controversia, diría yo, por estar aparentemente en contra de las leyes naturales de la vida. Matarse es para la mayor parte de la humanidad un grave error, una equivocación. Puede que si no se tienen las razones suficientes para hacerlo, la mayoría tenga razón en su pensamiento. Pero, si la vida llegara a ser un tormento rutinario, ¿valdría la pena seguir viviéndola?, y por otra parte, ¿considerar que la vida es absurda es suficiente argumento para decidir quitarse la vida? del suicidio como ángel y como demonio hablaré a continuación.
El suicidio aparece en todas las sociedades desde los tiempos más remotos. Sin embargo, a lo largo de la historia ha variado la actitud de la sociedad hacia este acto, sus formas y su frecuencia. Por ejemplo, en la Edad Antigua, durante el Imperio Romano, el suicidio era considerado un acto honroso, también el filósofo romano Séneca lo alababa como “el acto último de una persona libre” (Microsoft Corporation, 2008).
Siglos más adelante, con la influencia de la Iglesia Católica, San Agustín catalogaría el suicidio como pecado, y posteriormente la Iglesia Católica Romana lo condenaría drásticamente. Lo que en la Edad Antigua fue una práctica de honor y de decisión personal, en la Edad Media se convirtió en un yerro, en un acto deshonroso, percepción general que permanece hasta nuestros días, por lo menos en el mundo occidental.
Está claro que la palabra suicidio tiene más significados que el universalmente conocido “quitarse la vida”. El suicidio abarca gran variedad de conceptos: suicidio intelectual, suicidio social, etc. De hecho, la RAE define el suicidio como la “acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza” (Real Academia Española, 2016). Claro está entonces, que suicidio no significa solamente quitarse la vida.
Pero analizando un poco esta definición, es evidente que no es del todo acertada, puesto que afirma que el suicidio perjudica –en todos los casos- muy gravemente a quien lo realiza.
Imaginemos una situación en la que por ejemplo un hombre muy anciano está sufriendo una enfermedad terminal, como el cáncer. Cada día los dolores producidos por su padecimiento aumentan hasta el punto de volverse insoportables. ¿Podría ser que quitarse la vida, lejos de ser un perjuicio para el individuo, se convirtiera en la salida a tan doloroso sufrimiento?
En su libro, Del otro lado del jardín, el poeta Antioqueño Carlos Framb (2009), narra la historia de su madre, que a sus ochenta y dos años no soportaba una ciega y adolorida vejez, y luego de conversar en muchas ocasiones con su hijo, tomó la decisión de darle fin a su vida, pues consideraba que a este punto no tenía sentido tal sufrimiento. Framb ayudó a su madre a morir, y luego él también intentó suicidarse, al considerar que sin su madre no habría un sentido para permanecer en este mundo, sin embargo no lo consiguió. Sobrevivió y despertó en un hospital próximo a un proceso judicial en el que sería acusado de matar a su propia madre.
Lo anterior expone la percepción que tiene la sociedad sobre el suicidio. Para algunos católicos, pecado, para algunos no católicos, un error. Percepciones muchas veces descontextualizadas. ¿Es un delito ayudar a alguien que sufre, a terminar con su padecimiento, incluso contando con su consentimiento?
Es necesario pensar más de una vez a la hora de establecer un juicio sobre esta decisión, ya que el sentido más lógico que se le puede dar a la vida, es el tratar de ser feliz, y si no se consigue, y por el contrario se vive a diario sumergido en el sufrimiento, la tortura, la tristeza, la desesperación, ¿qué sentido tiene vivir?
En 1897 Émile Durkheim postuló que el suicidio, más que un acto individualista, era un fenómeno sociológico. Él lo consideraba consecuencia de una mala adaptación social del individuo y de una falta de integración a la existencia y a la sociedad. Identificó cuatro tipos de suicidio: egoísta, altruista, anómico y fatalista que sucedían como consecuencia de determinadas condiciones sociales. Para él, el suicidio egoísta y el altruista eran el resultado de una débil o fuerte integración del individuo en la sociedad. El suicidio anómico y el fatalista venían determinados respectivamente por una débil y excesiva regulación por parte de la sociedad. Sin embargo, la tendencia actual considera el suicidio desde un punto de vista psicológico en lugar de una perspectiva moral (Microsoft Corporation, 2008).
Puede que Durkheim tenga razón en parte de su tesis. Existen enfermedades mentales como la depresión, que producen ideas suicidas, y existen conductas de la sociedad hacia el individuo que influyen en su consideración de vivir o morir, pero no se puede dejar de lado que el razonamiento del ser humano, en el caso de estar completamente liberado de prejuicios religiosos y sociales, puede darse cuenta de que la vida en sí no tiene un sentido definido, y pensar esto no significa ser enfermo mental, por el contrario es un pensamiento lúcido, puesto que no existe un sentido para la vida del ser humano que no esté señalado por la religión, el misterio, o la imaginación. El hombre ha necesitado crear fantasías para explicar su existencia carente de sentido.
Los argumentos anteriores pueden justificar muy bien el acto de quitarse la vida, ya sea por algún sufrimiento sin salida, o por la incapacidad de conseguir la felicidad. Pero la idea plasmada en el párrafo anterior –el absurdismo existencial-, no es un argumento muy convincente para tomar la decisión de suicidarse.
El escritor Albert Camus (1942), en su libro El mito de Sísifo nos brinda grandes razones para vivir, aun teniendo la certeza de que la vida no tiene sentido. Camus comienza aclarando que el mundo supera al hombre: El hombre pensaba que podía comprender la naturaleza y la realidad del mundo; pero luego se da cuenta de que no puede y se deprime, de esta depresión se genera la sensación de una existencia absurda.
No obstante, el hombre absurdo no necesita escapar de la vida. La idea no es evadir el conflicto, sino enfrentarlo. Quiere mantener una conciencia perpetua frente a este problema. A esta decisión Camus la llama rebelión. Dice: “Esta rebelión es la seguridad de un destino aplastante, menos la resignación que debería acompañarla” (pág. 29).
Argumenta que existen cosas que el hombre no puede remediar:
Lo principal está hecho. Tengo algunas evidencias de las que no puedo apartarme (…) Y sé también que no puedo conciliar estas dos certidumbres: mi apetencia de lo absoluto y de unidad y la irreductibilidad de este mundo a un principio racional y razonable. (pág. 27).
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