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Cerámica Prehispánica


Enviado por   •  4 de Noviembre de 2013  •  4.274 Palabras (18 Páginas)  •  566 Visitas

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Los indígenas, excelentes artistas

En Crónicas y Relaciones del Siglo XVI, los humanistas, historiadores y soldados como Durán, Sahagún, Torquemada, Landa, Bernal Díaz del Castillo y el mismo Hernán Cortés al describir los objetos que hicieron los nahuas del territorio recién ocupado, se asombraron de la gran habilidad y destreza que tenían para aprovechar los recursos naturales de su entorno y transformarlos en satisfactores de sus necesidades físicas, sociales y espirituales.

En sus Cartas de Relación al Emperador, Hernán Cortés, al describir el mercado de Tenochtitlan dice: “Tienen es esta ciudad muchas piezas donde hay continuo mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, donde cotidianamente arriba de sesenta mil almas comprando y vendiendo; donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hayan adobes, ladrillos... Venden mucha loza en gran manera muy buena, venden muchas vasijas de tinas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas ellas de singular barro, todas las más vidriadas (brillantes) y pintadas... Son tantas y de tantas calidades, que por la prolijidad y por no me ocurrir tantas a la memoria, y aun por no saber los nombres, no las expreso...”

Lo que se conserva

En el museo de Antropología de Xalapa, Veracruz se exhiben varias terracotas de 1.50 m. de altura que representan a Xipe-totec, Nuestro Señor el Desollado, deidad relacionada con la fecundidad y la primavera. Para su elaboración se utilizaron engobes (baño total o parcial de colores rojizos, blancos o cremosos que se obtienen de tierras naturales y que disueltos en agua se aplican antes de la cochura), bruñido (técnica que consiste en pulir la pieza también antes de la cochura hasta darle un brillo perfecto) y decoración al pastillaje (aplicación de pequeñas pellas de barro sobrepuestas a las piezas, igualmente antes de quemarlas) a lo largo de toda su indumentaria, la cual deja al descubierto cara, manos, parte de las pantorrillas y pies.

La dificultad para realizar esta obra fue sin duda la quema, que no parece estar hecha en fogata, pues carece de las manchas oscuras características de esta técnica. En la construcción propiamente dicha, se puede suponer, dado su tamaño, que el cuerpo está hecho de dos partes moldeadas. En tanto la cara, manos y pies están esculpidos y bruñidos. Esta pieza muestra la gran capacidad de expresión, y el dominio técnico de los artífices prehispánicos. Lo mismo podríamos decir de las terracotas que representan a Cihuateótl, mujer muerta en el parto y elevada a la categoría de deidad; de las urnas funerarias encontradas en Zaachila y Monte Albán, Oaxaca, procedentes de las culturas mixteca y zapoteca; de las delicadas figurillas mayas de Jaina en Campeche o los bellos cacharros de Paquimé en Chihuahua, así como las esculturas de barro teotihuacanas o las llamadas de Occidente que incluyen a los estados de Colima, Nayarit, Jalisco y Michoacán, o las descubiertas en el Templo Mayor de la ciudad de México. Aunque hoy en día se utilizan utensilios de barro en las cocinas mexicanas.

La cerámica para uso cotidiano, en su inicio, estaba bellamente decorada, pero en donde realmente se rebasaban los límites de belleza y lujo eran las utilizadas por la nobleza y para el culto religioso.

Así se consideraba al alfarero

Los indígenas describían a sus alfareros (zucquichiuhqui) de la siguiente forma: “El que da un ser al barro de mirada aguda, moldea, amasa el barro. El buen alfarero: pone esmero en las cosas, enseña al barro a mentir, dialoga con su propio corazón, hace vivir a las cosas, las crea, todo lo conoce como si fuera un tolteca, hace hábiles sus manos."

Arte prehispánico de Mesoamérica

La cuenca de México, está delimitada al sur y al poniente por las estribaciones de la Sierra del Ajusco, al norte por la Sierra de Guadalupe y al oriente por los volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Ubicada a 2,240 metros de altura sobre el nivel del mar, esta región lacustre, caracterizada por su suave clima y riqueza de recursos naturales empezó a ser habitada desde tiempos remotos. Varios miles de años atrás, la cuenca de México junto con otras regiones de Mesoamérica fueron el sitio donde se desarrolló una de las más importantes revoluciones agrícolas de la humanidad, cuando se domesticaron en sus tierras el maíz, el tomate, la calabaza, el chile, el chocolate, entre otras importantes especies de animales vegetales que con el tiempo constituirían parte fundamental de la dieta no sólo en el continente americano sino en amplias regiones de Europa y Asia. Siglos más tarde, alrededor del año 1000 a.C. empezarían a florecer en las riberas del Lago de Texcoco varias villas y pequeñas aldeas dedicadas en un principio a la agricultura pero que con el tiempo verían surgir en ellas otras actividades como la cerámica y el comercio. La raíz de la prosperidad agrícola de estas aldeas estaba basada en el modelo de chinampa, un sistema de explotación intensiva de la tierra mediante la construcción de islas artificiales sobre los lagos de la cuenca que eran fertilizadas por el sieno y la materia orgánica depositada en el lago, y que contaba con una provisión permanente de agua que permitía tener varias cosechas al año. Este modelo agrícola estimuló la consolidación de sociedades teocráticas altamente desarrolladas de entre las cuales destacan especialmente la de Cuicuilco al sur del Valle de México y la de Teotihuacan al norte, esta última llegó a tener más de 100 mil habitantes en su periodo de mayor esplendor, siendo la ciudad más poblada del mundo en su tiempo y centro político, cultural y económico de una de las más influyentes civilizaciones de la América precolombina. Ambas ciudades sufrieron el embate de la fuerzas de la naturaleza, Cuicuilco vio su fin en medio de la lava y las cenizas ardientes del Volcán Xitle. Teotihuacan sufrió una sequía a consecuencia de la sobreexplotación de sus recursos naturales que junto con problemas políticos internos y la llegada de invasores de Aridoamérica, pusieron fin a varios siglos de hegemonía en el México Central.

Cientos de años más tarde, cuando el nombre de estas antiguas ciudades era ya fuente de inspiración de mitos y leyendas, la cuenca de México empezó a recibir nuevos grupos de pobladores pertenecientes a tribus provenientes del norte, que tenían como lenguaje común el náhuatl. Estas tribus se fueron abriendo paso entre los grupos que seguían habitando la región, aprendieron algunas de sus costumbres y técnicas agrícolas, estableciendo varias ciudades que con el tiempo formarían una compleja red de centros productivos y de intercambio comercial en todas las inmediaciones del

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