Desplazamiento forzado en Colombia.
Enviado por Ainhoa Gonzalez Pelaez • 12 de Febrero de 2017 • Ensayo • 1.392 Palabras (6 Páginas) • 414 Visitas
Desplazamiento forzado en Colombia
Todos hemos visto gente en la calle, ya sea pidiendo limosna, o sólo intentando sobrevivir todos nos hemos preguntado su origen y el motivo de su estadía en aquel lugar; todos hemos visto (o lo hemos hecho nosotros mismos) cómo las personas, por lástima, tal vez, les dan alguna que otra moneda. Ver familias con carteles en los que escritas están esas historias que nos tocan el corazón (y el bolsillo) a todos, es algo que nos suele dejar con incógnitas, y con una que otra palabra ofensiva en el pensamiento. Hace varios años, o décadas incluso, ya no son sólo hombres desplazados, sino que son familias enteras que lo han perdido todo y, a causa de la falta de protección por parte del Estado, por el rebosamiento de víctimas, recurren a las caritativas personas que amablemente les conceden una moneda, y con esto logran pagar su pan de cada día.
Que Colombia sea el segundo país con mayor número de desplazados internos en el mundo, después de Siria, es algo nefasto e inaceptable. Las cifras son escalofriantes, pero parece que han logrado impactar, al menos en las últimas dos décadas, el egoísta bolsillo estatal del que se acogen las víctimas del conflicto. La causa de esto, en términos del conflicto armado, es que la principal meta del gobierno con su famosa seguridad democrática, consiste principalmente en desaparecer a la mayor cantidad de personas relacionadas con los grupos al margen de la ley, y no en evitar el desplazamiento forzado en Colombia.
6.459.501, a diciembre de 2014, según reporta el RUV, son la cantidad de personas desplazadas internamente en nuestro país. Dentro de este universo de víctimas, un poco más del 50 por ciento de esta cifra son mujeres (3.301.848) y 2.279.576 son menores de edad (de las cuales 1.480.983 tienen menos de 12 años). Según los datos demográficos de 2005, se estima que cerca del 15 por ciento del total de la población afrocolombiana y el 10 por ciento de la población total indígena han sido desplazadas.
Pero, de los casi seis millones y medio de personas desplazadas del país, las más afectadas han sido las que residen en el campo. El 87 por ciento de la población corresponde a esta sentencia. Al tiempo que se transforman aceleradamente municipios y ciudades, en el campo se modifica el paisaje tras el éxodo de sus habitantes. Pequeñas fincas cultivadas con variados productos agrícolas se han convertido, por ejemplo, en extensas y uniformes extensiones de tierra cultivada con palma, como ocurrió en El Catatumbo; o mutan en zonas despejadas para la explotación minera, como en el Pacífico. Otros lugares son ahora paisajes desolados de campos abandonados, casas en ruinas, escuelas tomadas por la maleza, veredas y pueblos fantasma. Unos se llenan de coca; otros están sembrados de minas. De este modo, el lugar imaginado a donde quisiera retornar la persona desplazada, al poco tiempo no se parece en nada al lugar recordado. Para entender estas cifras a nivel nacional, es suficiente con imaginar el desalojamiento de dos terceras partes de los habitantes de Bogotá, o la sumatoria de todos los habitantes de las ciudades más pobladas del país como Medellín, Cali y Barranquilla, o de manera más dramática en el escenario internacional, el éxodo de la población entera de países como Dinamarca, Finlandia, Singapur o Costa Rica.
A nivel continental, Colombia es el país con mayor número de solicitantes de refugio, con más de cuatrocientas mil personas. Esto es alarmante ya que más de la mitad de colombianos que buscan refugio internacional no han sido reconocidos como tal, principalmente en países vecinos como Venezuela, Ecuador y Panamá
Estas personas que ya no tienen dónde vivir, a diferencia de un viajero que lo tiene todo planeado (o no, pero al menos cuenta con los recursos para dejar todo de lado), usualmente llegan a comunidades vecinas, donde encuentran refugio un tiempo, pero al final saben que la vida urbana es lo que les espera. Es aquí cuando el desplazado se da cuenta de que es visto como una persona que arrastra consigo la violencia de la que huye, y esto se evidencia cuando nos damos cuenta de que la dinámica social de los lugares a los que llega a vivir es algo, o muy parecida a la de violencia de los lugares de los que viene. También está el caso en el que el desplazado es asemejado con el incómodo indigente (al que mencioné anteriormente), con el desempleado o con el empleado informal callejero, quienes demuestran una realidad que no quiere ser vista. “El desplazado es un forastero que llega a una comunidad y a un entorno que no es el suyo, y a menudo durante una temporalidad indeterminada. Como es de suponer, la conciencia de esta circunstancia actúa de manera agobiante sobre su capacidad proyectiva. Pudiera decirse que la identidad social del desplazado en el nuevo escenario es construida a partir de la pérdida. Él es de alguna manera un actor desposeído de su historia y carece por lo tanto de un campo de orientación para su acción” (Sánchez, G., 2011, Prólogo, San Carlos: memorias del éxodo en la guerra, página 21).
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