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LA UTOPÍA DE AMÉRICA. TEORÍA, LEYES, EXPERIMENTOS. RESEÑA


Enviado por   •  7 de Diciembre de 2018  •  Reseña  •  2.029 Palabras (9 Páginas)  •  323 Visitas

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LA UTOPÍA DE AMÉRICA. TEORÍA, LEYES, EXPERIMENTOS

RESEÑA


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Título: LA UTOPÍA DE AMÉRICA. TEORÍA, LEYES, EXPERIMENTOS

Autora: Beatriz Fernández Herrero

Editado por: Anthropos en Barcelona (1992)

Prólogo: José Luis Abellán

Nº de pág.: 460 pp.

Beatriz Fernández Herrero nació en Lugo en el año 1959. Es licenciada en Filosofía y Pedagogía, y doctora en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela donde actualmente es profesora. Sus líneas de investigación se centran sobre todo en las bases éticas de la colonización americana, y en diversas cuestiones sobre ética y moral, así como en educación.

Entre sus obras se encuentran multitud de artículos relacionados con sus líneas de investigación como “El mito del Buen Salvaje y su repercusión en el gobierno de las Indias”[1] o “El ‘otro’ descubrimiento: la imagen del español en el indio americano”[2]; y libros como El problema moral de las legislaciones americanas: la naturaleza del indio[3] o Problemas ético-filosóficos de la modernidad[4].

El libro que nos ocupa, La Utopía de América. Teoría, Leyes, Experimentos, se halla dividido, como indica el título, en tres partes.

En la primera parte nos acerca a las diversas teorías historiográficas que han surgido en torno al proyecto americano, desde la preparación de los viajes de Colón, pasando por las grandes figuras del pensamiento y de la colonización como fue el insigne Bartolomé de Las Casas, hasta el s. XX.

Nos muestra como el “descubrimiento” de América supuso en una sociedad medieval el adentrarse en los misterios de la ciencia e insertarse en el pensamiento renacentista. El encuentro con otro mundo, otras culturas y sobre todo de otras tierras, que amplió la concepción del mundo.

Basándose en la amplia bibliografía al respecto, la autora nos aporta información de viajes anteriores al de Colón a este continente, pero nos resalta la importancia de los viajes de éste debido, sobre todo, a la relevancia que tuvo, no sólo en la historiografía del momento, sino la repercusión a todos los niveles que tuvo el encuentro entre culturas tan diferentes, y que darán lugar a distintas posiciones con respecto a los indígenas.

Beatriz Fernández nos ofrece así, un recorrido historiográfico por toda la aventura americana, desde antes del viaje de Colón hasta la expulsión de los jesuitas en el s. XVIII, ofreciéndonos una visión amplia de la colonización en América y los diversos puntos que refleja la historiografía al respecto, lo que a mi juicio nos permite conocer los engranajes de la historia, así como las motivaciones de los personajes que la integraron, para de esa manera intentar comprender con mayor profundidad el proceso histórico. Nos acerca a la realidad de la colonización americana, a sus luces y a sus sombras, sin hacer un juicio ético o moral, sin justificar ni condenar, permitiendo al lector hacer su propia reflexión al respecto.

En la segunda parte de este libro Beatriz Fernández atiende al marco legal que se desarrolló a partir del siglo XVI entorno, sobre todo, al tema indígena; desde las bulas pontificias, pasando por las capitulaciones, hasta la instauración de instituciones administrativas propias.

Esta parte está dividida pues en capítulos referentes al derecho internacional en el que se incluirán las bulas, el Tratado de Tordesillas firmado con Portugal, y las consecuencias de la aplicación de los Justos Títulos, que dará origen a lo que la autora llama el Derecho Internacional moderno; derecho administrativo que incluiría las capitulaciones así como instituciones como la monarquía, los encomenderos, los virreyes, el Consejo de Indias, las audiencias, etc., y lo que todo esto significó en la protección de los indígenas; y desde el punto de vista del derecho civil que regularía el trabajo y la vida de los indígenas a través de sistemas como la mita, la encomienda o el tributo y que marcarían el comienzo de la defensa de los pueblos americanos, y sus detractores, lo que llevaría a la corona a emitir una serie de leyes con el fin de proteger la integridad de estos que, al contrario que los negros, eran considerados libres y dignos de evangelizar.

Y es que como hemos visto la empresa evangelizadora fue de la mano de la colonización, teniendo la iglesia un papel fundamental en el desarrollo histórico, sin el cual no se puede entender el proceso colonizador. La relación entre el poder civil y religioso fue muy estrecha, y así se muestra en el último capítulo de esta segunda parte, en donde se pone de relieve la importancia del patronato de la monarquía española, concedido a través de las bulas papales, y que les permitía la elección de los obispos y otros altos dignatarios, así como el cobro y gestión del diezmo.

Parece obvio que España tuvo que enfrentarse a una situación antes jamás dada, y que se enfrentó a cuestiones que nunca se habían planteado, lo que la obligó a improvisar medidas con respecto a su administración y gobierno, según avanzaba la colonización.

El tema indígena, sobre todo, marcó las directrices jurídicas y teológicas. En una época en la que la esclavitud era tomada como algo normal, España se esforzó en dar un lugar a la población americana, aunque los esfuerzos, desde nuestra perspectiva, parecieron ser insuficientes. Como dice Pedro Henríquez:

“[…] España se volcó entera en el Nuevo Mundo, dándole cuanto tenía. No pudo establecer formas libres de gobierno ni organización económica eficaz, porque ella misma las había perdido; pero dictó leyes justas. No estableció la tolerancia religiosa ni la libertad intelectual, que no poseía; pero fundó escuelas […] Y sobre todo, su amplio sentido humano la llevó a convivir y a fundirse con las razas vencidas […]”[5].

Un marco legal avanzado para su tiempo, precursor del derecho internacional en cuanto a la defensa de los derechos humanos, pues aunque es innegable que los actos de conquistadores y colonizadores no siempre fueron loables y a menudo equivocados, no fueron más que un producto de su tiempo y no debemos juzgarlos desde nuestra propia perspectiva sino hacer el esfuerzo “de describir la mentalidad de un contemporáneo del suceso”[6] que se estudia.

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