LEYENDA DE ANACHUÉ
Enviado por erikapinde • 8 de Julio de 2015 • 548 Palabras (3 Páginas) • 691 Visitas
Leyenda de Anachué
Biachú había llegado a la más alta prominencia de la montaña que circundaba el valle. Su mirada inquieta volviéndose sobre el camino recorrido fatigosamente y diviso allá lejos, todavía entres las brumas del amanecer, una multitud de techumbre, pajizas que empezaban a engalanarse con leyes espirales de humo azulado una construcción magnifica sobresalía de aquel conjunto miserable era el templo del sol refugio de la religiosidad y del sentimiento de aquellos hombres semidesnudos y hermosos, que cada día elevaban a su dios una oración sencilla y ferviente. El paisaje comenzaban a desnudarse los jirones de niebla, dispersos, como corderos perseguidos, corrían a esconderse más allá del aquel lago encantador que pertenecía a los dominios del Cacique Suamox; lago tembloroso y cambiante primorosamente decorado por altos juncales donde saltaban aves suntuosas y desconocidas. Las colinas descendían suavemente sobre el hecho de aguas transparentes, y se adornaba con árboles gigantes en cuyas copas se diluían un verde primaveral, símbolo de vida y esperanza. Cuando Biachú apartó los ojos de aquel paisaje donde había dejado la mitad de su vida, sintió nostalgia por el abandono del surco amado y fecundo, por la fuga de romanzo familiar, donde al lado del fogón que cuece el sustento y calienta los músculos, donde dejaba salir su corazón en busca de recuerdo. Biachú sintió el ansia de volar, de hacerse sutil como el viento y sus ojos negros, de una profundidad escalofriante, brillaban sobre un fondo de sombras. El ansia se dibujaba en su rostro moreno y sensual curtido por el frío del páramo, y así quería que sus brazos fuertes, convertidos en alas, lo llevaran más allá de la montaña azul. Sudoroso y cansado, con los pies sangrantes, llegó a la cima del monte y mientras el sol se filtraba por entre las ramas de los arbustos, decidió descansar a orillas de un manantial semiculto por la fronda, donde el agua nacía fresca y pura como la risa de Anachué.Y así empezó a soñar aquel hombre primitivo, noble y valeroso como todos los de su raza. Fue una noche, cuando la tribu reunida alrededor del templo, celebraba con danzas y música la visita de un cacique de lejanas tierras. Había llegado de los dominios de Suamox, precedido de un enorme séquito de guerreros armados. Lo acompañaba su hija, la indiana Anachué. Suamox y su huésped presenciaban las danzas, sentados en el suelo y ataviados con vistosos adornos de oro y de plumaje. Biachú repartía la chicha a los altos personajes en recipientes de oro, y a danzarinas acompañantes en o Dresde cuero y tazas de cerámica. Cuando tendió a Anachué el dorado vaso, sintió que sus ojos humedecidos se clavaban en él. Un estremecimiento nunca presentido corrió por sus venas, como si el veneno de aquel licor amargo y enervante se hubiese transportado a los ojos de ella. Anachué lo siguió con los ojos durante el festín, por entre aquella loca confusión
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