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Presentación De Nif B-9


Enviado por   •  20 de Agosto de 2014  •  676 Palabras (3 Páginas)  •  282 Visitas

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Me llamo Edgar y siempre me he considerado un hombre afortunado. De mi matrimonio he tenido la fortuna de tener tres hijos que son la alegría y el regocijo de la casa. El más grande, Germán, de 17 años es todo un hombre a pesar de su corta edad. Responsable a carta cabal, alegre, dinámico, líder en sus grupos, y para completar el verso, bien parecido, muy masculino. Las chamaquitas no cesaban de llamar por teléfono. Pero un día, salió de campamento con sus compañeros de grupo y allá se sintió enfermo. Sus compañeros creyeron que era algo pasajero, dada su fuerte condición física y su juventud, pero bruscamente comenzó con un fuerte dolor de cabeza, rigidez de la nuca, pronto le llegó la fiebre y nauseas, y vómito que no le paraba. Me lo trajeron prácticamente inconciente. Así ingresó al hospital. No reaccionaba. Nosotros estábamos inconsolables, no podíamos soportar que el mejor de nuestros hijos de pronto se viera apartado de nuestro lado. Y mi rabia llegó al culmen cuando el doctor pretendió que firmara por la donación de órganos de mi hijo en caso de que falleciera. Me pareció monstruoso lo que el doctor me proponía, y lleno de coraje me dirigí a la iglesia más cercana, porque yo quería gritarle a Dios su ingratitud y decirle que si no le dolía ver a esta familia destrozada.

Cuando llegué, proclamaban algo que aún en ese momento me pareció absurdo. Hablaban de Abraham, que en su ancianidad y teniendo a su único hijo como sostén, Dios se lo pedía en sacrificio. Eso era insoportable. ¿Qué Dios no fue nunca papá? ¿Qué no sabrá lo que significa ver a un hijo a punto de morir? En eso estaba cuando oí también del viaje de Cristo a una montaña donde quería mostrar a sus apóstoles cómo se las gastaba, transfigurándose delante de sus discípulos, de una manera desacostumbrada en él. Parece que en ese momento aparecieron dos personajes misteriosos muertos siglos antes, y hablaban con Jesús precisamente de su pasión, de su cruz y de su muerte. ¡Bonita conversación! pensé yo. ¿Qué no habría otra cosa más interesante de la que pudieran platicar? Y más asombro me causó escuchar que en ese momento una nube envolvió a Cristo y a sus misteriosos personajes, escuchándose una voz desde lo alto: “Este es mi Hijo amado, Escúchenlo” y todavía alcancé a escuchar que Cristo le pidió a sus apóstoles que no contaran su visión hasta que él resucitara de entre los muertos.

Esto motivó en mí una profunda reflexión. Yo iba con la idea de mentarle la madre a Dios si hubiera necesidad, pero entendí en ese momento que también Jesús había padecido, y medité entonces que el Buen Padre Dios estaría apenado y acongojado cuando le mataron a su Hijo. Y él sólo tenía uno. Comprendí el dolor que lo embargaría, pero comprendí el sacrificio de Cristo por todos los hombres. Comprendí entonces que el Buen Padre Dios sí entendía mi dolor. Regresé al hospital

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