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A 30 años Del Golpe: Repensar Las Políticas De La Transmisión En La Escuela


Enviado por   •  18 de Junio de 2013  •  8.320 Palabras (34 Páginas)  •  496 Visitas

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A 30 años del golpe:

Repensar las políticas de la transmisión en la escuela

Inés Dussel

FLACSO/Argentina1

Introducción

La sociedad argentina se apresta a conmemorar los 30 años del golpe militar de 1976 de diversas maneras: actos, marchas, muestras artísticas, debates, publicaciones, discursos. Todo indica que será un acontecimiento que marque un nuevo hito en las formas de recordar el pasado reciente. Es importante señalar que siempre se recuerda desde el presente: la conmemoración del golpe en este 2006, posterior a la acción reparatoria de Kirchner en la ESMA en el 2004 y a la reapertura de los juicios a los genocidas en estos años, es bien distinta a lo que se puso en escena en 1996, en plena vigencia de las leyes de amnistía de Menem, y a 1986, con el juicio a las Juntas militares aún fresco.

Así como hay que destacar que el recuerdo es algo que se produce en el presente2, también vale remarcar que se lo hace en contextos determinados. La pregunta sobre cómo se recuerda hoy en la escuela no es, entonces, una pregunta cualquiera, que pueda prescindir de las discusiones actuales sobre las políticas de la memoria ni de los problemas y desafíos contemporáneos de las instituciones educativas argentinas. En escritos anteriores (Dussel, 2001 y

2002), planteé que el tema de la memoria se entroncaba con la cuestión de las políticas de la

transmisión más generales de la escuela y de la sociedad. No es sólo un problema de los contenidos de la memoria, sino también de las formas que ella asume, de las relaciones con la cultura que propone, de las formas institucionales en que se la ejercita, y de los diálogos que habilita con lo contemporáneo. Esto último es particularmente importante, ya que, como decía Walter Benjamin, cada generación tiene una cita propia y original con el pasado. Se plantea allí la cuestión: ¿qué lugar se le hace desde la escuela a que esa cita, ese encuentro donde cada uno se apropia y recrea ese pasado, tenga lugar? La pregunta -una vez acordado, como parece estarlo en la sociedad argentina actual, que esa memoria debe ser transmitida-, es qué se enseña de esa memoria y cómo se la enseña en las escuelas, para que el compromiso con el “Nunca Más” sea renovado y recreado por las nuevas generaciones. En ese sentido, la noción de “políticas de la transmisión” se enmarca en preocupaciones políticas y pedagógicas sobre qué vínculos con el saber, con el pasado y con el futuro habría que habilitar desde la escuela hoy,

aquí, en este tiempo, para estos tiempos.3

Pensar en ese “contexto determinado” que es la escuela implica admitir que ella no es una correa de transmisión neutra, sino que es una institución con sus propias lógicas, su cultura, sus tradiciones, sus agentes. Entre esos rasgos propios, está la dificultad de la escuela argentina, por sus peculiares tradiciones pedagógico-políticas, de hacerle lugar a los temas polémicos o beligerantes. Todos sabemos que la dictadura es un tema difícil, porque abrió una grieta profunda en la sociedad argentina que todavía no cierra (y está bien preguntarse: ¿podría cerrarse alguna vez?), y también planteó una demanda de justicia y memoria que, afortunadamente, sigue abierta. No se trata de revanchas, sino de reclamos que hacen a nuestra propia condición como sociedad, a la voluntad de no matarnos, a la posibilidad de reclamar juicios justos, a la conciencia de que la vida propia y la vida ajena son igualmente valiosas. ¿Cómo “acomoda” la escuela estos temas, cuando el sentido común normalista ha tendido a plantear que la escuela debe ser “neutral” y

“objetiva”? ¿Cómo lo hace, también, frente a ciertas “partidizaciones” evidentes4 que no dan lugar

a recreaciones más libres? Algunas investigaciones recientes (Pereyra, 2006) muestran que la escuela habla de estos temas, y es eficaz en lograr una contundente condena moral (absolutamente necesaria) a la dictadura, pero muy ineficaz en proveer explicaciones, marcos de referencia y sobre todo en promover la pregunta sobre cómo fue posible el horror, y el lugar que a cada uno le toca en revisar ese pasado y en sostener un compromiso democrático hacia el futuro.

En las páginas que siguen, me gustaría reflexionar sobre la memoria y la educación, para contribuir al debate sobre el lugar de la escuela en la construcción de una memoria pública en estas condiciones presentes, y para ayudar a que lo que ya se hace -que, reitero, no debe ser subestimado-, produzca mejores efectos sobre la vida escolar y sobre la sociedad en general.

1. La escuela y la memoria

Volvamos un poco atrás en el argumento. En el sentido común post-dictatorial, todos quienes suscribimos al gesto de un “Nunca Más” coincidimos en que una de las tareas principales de la educación ciudadana es mantener viva la memoria sobre la historia reciente y sentar las bases de la condena de cualquier otro intento dictatorial y genocida. A través de libros, actos, murales y monumentos, se ha buscado afirmar una memoria pública que transmita esta condena a las nuevas generaciones.

Una encuesta publicada en la revista Viva hace unos años (Clarín, domingo 11/8/2002) da indicios de que parte de esa transmisión está teniendo lugar. En un cuestionario sobre las opiniones políticas de más de 11.000 adolescentes de entre 11 y 17 años, un número considerable de chicos clasificó a la dictadura del ‘76/’83 como la peor crisis de la historia argentina (la primera, no sorprendentemente, es la crisis del 2001/2002). El señalamiento de estos chicos, que no habían nacido en aquel entonces ni vivieron tampoco los primeros años del despertar democrático, muestra que hay un sector importante de la sociedad que repite ese gesto, aún en medio del derrumbe de muchas instituciones y el descrédito de la democracia, y que sus hijos, nietos o alumnos les creen lo suficiente como para enunciar la opinión como propia. La investigación doctoral de Ana Pereyra, ya citada, apunta algo similar: los alumnos de escuelas secundarias de distintos sectores sociales coinciden en condenar a la dictadura como algo malo, como un hecho nefasto que signó la historia argentina reciente.

Quizás el lector adivinará que en mi argumentación viene un “pero”, un “sin embargo” que muestre que no todo son rosas en este camino. Hay algunos obstáculos evidentes; por ejemplo, la lucha entre políticas de la memoria antagónicas y la tendencia de muchos adultos a silenciar, reprimir o menospreciar

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