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A Escuela 1870


Enviado por   •  10 de Junio de 2014  •  3.319 Palabras (14 Páginas)  •  561 Visitas

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NTRODUCCIÓN:

En este texto Ignacio M. Altamirano, se expresa de la educación desde la época antigua, pasando por la escuela contemporánea, la escuela de ciudad hasta llegar a la escuela del campo, dando un panorama extenso a través de sus cortas líneas, y adentrando al lector a lo que era y lo que se pretendía de la educación en el país de México en aquellos ayeres.

Dentro de estas lecturas, muestra preocupación por hacer que la educación se intensifique en esfuerzos de calidad, de igualdad y de justicia, para así acabar con la ignorancia del pueblo y hacer que la juventud que son la futura esperanza, aprendiera a leer, escribir y a trabajar las ciencias para prosperar como país.

En sus líneas muestra la viva imagen de lo que pasaba con la educación y lo triste que era encontrarse en un pueblo indígena donde el maestro era el sirviente del clero y donde los muchachos en lo que se decía que eran “educados” solo aprendían los rezos que el cura mandaba se aprendiesen, siendo esto inútil porque ni siquiera sabían lo que significaba por la diferencia de lengua.

Mas adelante se muestra con pintoresca forma de redacción “el maestro de escuela”, que resalta a los curas, maestros, profesores y jesuitas, adentrando al lector a la

época en la que Altamirano vivía, y haciendo que la imaginación volase por lo que describe tan vivamente, sus recuerdos plasmados muestran el interés que el mismo tenia por propagar la idea de la importancia de un buen instructor de escuela, el que tiene el poder de instruir y hacer avanzar a un país entero.

DESARROLLO:

La escuela en 1870, Ignacio M. Altamirano.

La escuela popular, como debe suponerse, conocidas mis ideas democráticas, ha llamado siempre, de una manera grave, mi atención. A ella he consagrado frecuentemente mis pensamientos, en ella he puesto mis esperanzas más risueñas, y cada vez que una gran desgracia pública, o la simple comparación de nuestra miseria con la prosperidad de otras naciones, han venido a revelarme los efectos de nuestra parálisis intelectual y moral, he vuelto los ojos a la escuela primaria, como a la santa piscina, cuyas aguas maravillosas encierran solas el secreto de nuestra curación radical.

Ha llegado el tiempo; la República levanta su frente victoriosa, y la reforma comienza a florecer, a pesar de las maldiciones impotentes de sus enemigos. Es la hora, pues, de la reconstrucción y de la consolidación. Laboriosa es la empresa; pero ella es inevitable, si no queremos ver a la ruina convertida de nuevo en baluarte y en trono del fanatismo, encadenado hoy, pero no muerto.

Dirijamos nuestros ojos a la escuela popular, pero veámosla, no como una necesidad de la vida

social simplemente, sino como el fundamento de nuestra dicha futura

Para ello será conveniente examinar, aunque no sea más que de paso, la forma de la escuela antigua, a fin de compararla con nuestra escuela actual, y conocer los vestigios que los viejos principios y las viejas instituciones han dejado en ella, para borrarlos completamente, como perjudiciales. Son las heces peligrosas de una bebida mortal, que han quedado pegadas al purísimo vaso de la enseñanza, y que es necesario arrojar para siempre.

La escuela antigua

¡La escuela antigua! Hubiera debido llamarse mejor El ensayo de la abyección, porque allí se mataba el sentimiento de la dignidad que espiraba palpitante y aterrada en medio de mil tormentos ignominiosos, tormentos físicos y tormentos morales, que martirizaban el cuerpo y que apagaban la divina chispa de la razón en el hombre acabado de nacer. Un cuadro palpitante de lo que era aquella escuela, nos reproducirá mejor que ningún razonamiento, todos los horrores de la enseñanza antigua, que no era menos ingrata entonces para los pobres que para los ricos.

Un niño sufría para ir a la escuela, el niño en primera instancia no quería ni siquiera oír el nombre escuela, ya que hay se les enseñaba la doctrina de Ripalda y no podían cometer ningún error porque si no se ganaba el premio de ser desnudado y azotado sin piedad, bien decían que la escuela era el infierno.

Tal era la instrucción primaria

que se daba a los niños antiguamente; y entiéndase que estoy hablando de lo que pasaba hace menos de treinta años, aquí en México, según me lo han referido todos mis amigos de colegio, y según lo sé por boca de testigos fehacientes, entonces como ahora, muy empeñados en la reforma de la instrucción popular.

No terminaré mi cuadro sin observar que si tal era el atraso de la enseñanza primaria en la capital de la República, espantoso debe haber sido el que reinaba en los pueblos. Y es que en la Alemania del Norte y en los Estados Unidos, la escuela acoge a los niños con la ternura de la familia, con la sonrisa dulce de la patria, con las recompensas del trabajo, con las promesas del placer y con los estímulos de la belleza. ¡En esos dichosos países, la escuela es el paraíso! ¿Cómo no explicarse con sólo la enseñanza, el admirable poder de la Prusia y de los Estados Unidos?

La escuela contemporánea la escuela libre

Veamos ahora la escuela popular, tal como existía en 1870, y por consiguiente, tal como existe al comenzar 1871.

Después de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma, la enseñanza se declaró libre, la secundaria se reglamentó en parte; pero sobre la primaria ha habido un absoluto silencio, dejando a los estados y aun a los municipios que la organicen a su sabor, y limitándose a proteger más o menos la que se llama nacional, es decir, la que se sostiene con los fondos públicos. En ésta

ejerce cierta vigilancia la autoridad municipal.

Es necesario, que la patria se halle presente en la escuela no sólo por medio de la enseñanza directa o la tradición nacional, sino como una madre por su justicia exacta y atenta.

¡Pero la enseñanza primaria! ... La enseñanza primaria que no está sostenida por el Estado, se halla fuera de su vigilancia, y considérese que en la independencia de la escuela libre, las doctrinas del maestro pasan sin contradicción, se escuchan como un oráculo y se apoderan del ánimo del niño sin que la ley les ponga coto. Así es, que poco a poco y por medio de un trabajo lento, pero eficaz, un maestro hábil y pernicioso puede convertir su escuela en un plantel de futuros conspiradores. Pero dejando esto aparte, y concediendo a la doctrina toda la libertad posible, aun la que es contraria a la ley, fijémonos sólo en que un maestro puede, bajo el pretexto de beneficencia, aceptar en su escuela un buen número de niños huérfanos y pobres, y sujetarlos a indignos tratamientos, o pervertirlos bajo la influencia de máximas inmorales. Yo pregunto: ¿la vigilancia de la autoridad, no se necesita allí?

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