Benito Juarez
Enviado por Alastor • 11 de Noviembre de 2012 • 649 Palabras (3 Páginas) • 281 Visitas
Aprehendido el presidente Benito Juárez y los miembros de su gabinete el día anterior en la ciudad de Guadalajara, irrumpen en el Palacio de Gobierno -donde se les tenía, el teniente Filomeno Bravo y veinticinco de sus soldados, quienes llevan el firme propósito de fusilarlos a todos.
Por la mañana de este día, Landa vio cómo se había debilitado su prestigio personal y su autoridad entre sus compañeros. A las nueve, la corneta tocó a parlamento, cesó el fuego y se abrieron las conferencias en San Agustín. Mientras esto ocurría, Cruz Aedo, con una columna de treinta hombres escogidos entre voluntarios, decidió asaltar el palacio. Marcharon “a la deshilada” y al llegar a la esquina de la cárcel, vieron que había un cañón custodiado por un centinela, se lanzan sobre la pieza para ronzarla y abrir fuego sobre el palacio; los muchos curiosos que estaban en la plaza huyeron lo que alertó a los pronunciados que salieron a los balcones y descargan la fusilería sobre la columna que retrocedió destrozada. Con los pocos que quedaban, Cruz Aedo se retiró a San Francisco.
Mientras tanto, Filomeno Bravo, quien el año anterior había sido el causante de la muerte del gobernador Manuel Álvarez y que en ese momento era el capitán de 5º Batallón y estaba a cargo de la guardia del presidente, escuchó el grito de “traición” y sin órdenes hizo tomar las armas a los soldados de la guardia, los formó al frente de Juárez que de pie apoyaba la mano en el picaporte de la puerta que conducía a otra pieza, dio la voz de fuego, en aquel momento se presentó Guillermo Prieto que ante las bocas de los fusiles y cubriendo con su cuerpo al del Presidente, dirigió una sentidas palabras a los soldados: “¡Alto, los valientes no asesinan!... sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la patria”. Entonces, los soldados sin aguardar otra orden echaron sus armas al hombro y se quedaron impasibles.
El propio Guillermo Prieto escribiría después sobre el suceso:
"Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé... se apoderó de mi algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta ... Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo ... abrí mis brazos ... y ahogando la voz de "fuego" que tronaba en aquel instante, grité: "¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan ... !" y hablé, hablé, yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y poderoso, y veía, entre una nube de sangre, pequeño todo lo que me rodeaba; sentía que lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies... Repito que yo hablaba, y no puedo darme cuenta de lo que dije... a medida que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba... un viejo
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