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CHICOS DE CAMPO


Enviado por   •  14 de Febrero de 2015  •  Síntesis  •  1.242 Palabras (5 Páginas)  •  247 Visitas

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CHICOS DE CAMPO

William Goyen (Estados Unidos, 1915-1983)

Soy Vikor. Tengo ocho años, pero no soy un niño, soy una forma inmortal y no tengo ocho años, tengo mil. He vivido siempre y siempre viviré.

Cuando tenía cuatro, mi madre y yo, Tangor, Nerea, Mabsum y el pequeño Oker vinimos a la ciudad con mi padre, que estaba muerto. Mi padre araba los campos, que eran verdes, pero llegó el invierno y el campo se resecó y se volvió gris. Todo murió y mi padre murió con todo. Entonces mi madre y yo, Tangor, Nerea, Mabsum, el pequeño Oker y mi padre, que estaba muerto, vinimos a la ciudad. Lloré porque quería los sembrados y el campo y las colinas. Recé para que Dios les diera otra vida y reverdecieran, así no tendríamos que irnos, pero Él no me escuchó y todo se quedó igual. Tampoco escuchó a otros. Gantner, el viejo que vivía al lado del camino, también rezó, pero en sus tierras todo siguió gris, reseco y muerto. Entonces vinimos a la ciudad porque podríamos encontrar algo vivo, verde y podríamos comer. Llegamos y todo estaba gris y polvoriento, árido y reseco como en el campo. La gente seguía viva. Era gris, polvorienta y reseca como la ciudad.

Nos quedamos. Mi madre salió a la calle, que estaba sumida en esa locura de ruedas que giraban, en ese ruido en ebullición. Salió a buscar la forma de preservar la vida en mí, en Tangor, en Nerea, en Mabsum, en el pequeño Oker y en mi padre, que estaba muerto. Finalmente encontró una lavandería donde lavaban la ropa de la gente porque en la ciudad asfixiante no hay lugar para colgar ropa. Le daban un poco de dinero por lavar y planchar la ropa de otras personas. Traía el dinero a casa y con eso comprábamos cosas para comer pero ella no comía porque estaba enferma y temblaba de tanto lavar y planchar ropa todo el día. Mi padre no comía mucho porque se había muerto de tanto trabajar en los campos que ahora estaban secos y arruinados. Tuve que ir a la escuela de la ciudad. Apenas podía oír a la maestra por el ruido de los silbidos, las ruedas que giraban, los gritos y la gente que corría, con prisa. Los chicos no eran como los que iban conmigo a la escuela en el campo. Eran viejos y arrugados, estaban tristes y callados. Ninguno sabía reír. Al poco tiempo yo también olvidé cómo hacerlo. Volvía a casa convencido de que el pequeño Oker podía enseñarme a reír de nuevo pero él también había olvidado, y ya no jugaba. Lo único que hacía era sentarse, mirar, envejecer y ponerse pálido.

Poco después, en la oscura calle donde vivíamos, una cosa grande y rugiente, con ruedas que giraban, atropelló a Nerea. Oí un ruido estridente, salí corriendo y la encontré tumbada, quieta y callada en el barro y la sangre. Levanté la vista y vi que la cosa rugiente se alejaba con sus ruedas que giraban. Tomé a Nerea en brazos y la llevé a la habitación que daba a esa calle de la ciudad. El pequeño Oker, Mabsum, Tangor y mi padre, que estaba muerto, se acercaron y la miraron. Se sentaron, quietos, en silencio. Estaba muerta.

Poco después, el pequeño Oker se puso pálido y débil. Había enfermado. No fui a la escuela. Me quedé en casa para cuidarlo. Oker no hablaba. Se quedaba tumbado, quieto y callado como un fantasma. Cada día adelgazaba más, se ponía más y más blanco. Una noche empezó a llorar. Me alegró que emitiera un sonido y me di cuenta de que estaba mejor. Lo alcé en brazos y caminé con él por la calle. En

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