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Como se da Resumen libro bernando subercaux


Enviado por   •  23 de Junio de 2017  •  Resumen  •  6.294 Palabras (26 Páginas)  •  274 Visitas

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Resumen Bernardo Subercaseaux “historia de las ideas y la cultura en chile” (131-214)

  1. Capitulo VIII: Zonas, vertientes y conflictos:

  1. Modernismo y cultura de significación estética:

  • El modernismo, fue un sistema de preferencias, un estilo intelectual y una concepción de la literatura de las personas y grupos concretos, con una evolución determinada y también con un posicionamiento.
  • Pueden distinguirse tres momentos: El primero es de gestación que abarca desde 1880 hasta el 1887. El segundo que va desde 1888 al 1894, donde existe una canonización de los elementos estéticos. El tercero es el momento de vigencia y difusión que es desde 1895 hasta el siglo XX.
  • Existía una  desilusión por el liberalismo y la política que experimentaron algunas de las figuras claves del reformismo liberal progresista de mediados de siglo.  Es por esto que Victorino Lastarria pasó de tener una concepción instrumental de la literatura a un vuelco en la sensibilidad, estando a favor del anti realismo, que tenía como característica, un esteticismo espiritualizaste, una revaloración de la poesía como género y, una creciente preocupación por la función estética del lenguaje y por la legalidad interna de la obra literaria.
  • Victorino, se inscribe en la constatación de una realidad social en que los valores del dinero importaban más que las ideas o talentos, una realidad en la que el triunfo del liberalismo económico coincidió con una descomposición del liberalismo ideológico y político, donde las ideas liberales habían dejado de ser eficaces para transformar la sociedad, existiendo un desinterés por la acción político como proyecto vital y como aspiración de destino personal, esto se convertiría en la gran critica existiendo una oposición a la sociedad constituida después de la guerra del pacifico.
  • Las preocupaciones estéticas que esgrimió Lastarria en la década de 1880 fueron compartidas por un sector de la vida literaria santiaguina, especialmente por jóvenes de espíritu liberal, postrománticos y esteticistas como Narciso Tondreau, Manuel y Emilio Rodríguez Mendoza, Alberto Blest Bascuñán y Pedro Balmaceda Toro, todos ellos contertulios de la sala de redacción del diario La Época (1882-1891). En otro polo se encontraban de preferencia quienes privilegiaban la función social de la literatura, literatos de gusto residual o naturalistas como Domingo Amunátegui Solar, Guillermo Matta, Augusto Orrego Luco y Alejandro Fuenzalida Grandón, escritores y críticos más inclinados a la prosa que a la poesía, defensores de Zola y de una concepción de la novela como instrumento de conocimiento e indagación social.
  • El periodismo era un medio de ganarse la vida; les permitió además imprimir a su práctica de escritores el carácter de profesión u oficio. Esta nueva condición de los creadores confluyó con el afán modernista por autonomizar la literatura y emancipar el discurso literario de otros discursos, particularmente del discurso político y confesional.
  • Pedro Balmaceda: los principios artísticos estaban más próximos a los religiosos que a los de la ciencia o de la historia... Insinuaba, así, que la verdad histórica y el arte correspondían a valores, registros y lógicas muy diferentes. Su presentación al concurso fue, por ende, una estrategia para dialogar con las preferencias realistas dominantes, avanzando y en cierta medida plegándose a ellas, para, una vez allí, clavar en ese terreno la pica del cosmopolitismo estético.
  • La publicación de Azul marca el momento en que Rubén Darío se distancia del posromanticismo y de la poesía civil de estilo liberal a la cual se había plegado en el concurso Varela. Habiéndose apropiado con elegancia suelta y concisa de las poéticas europeas en boga, el vate empezó a cantar con voz propia. Desde Azul, entonces, el modernismo se convierte, en el ámbito de las letras hispánicas, en una estética literaria definida y definible. Se canoniza así un léxico, un registro cromático, un inventario de imágenes, un temple de ánimo y una retórica descriptiva. Y se canoniza también, junto a la renovación temático-verbal, esa otra fuente subterránea de la sensibilidad modernista: la cosmovisión espiritual y neoplatónica que insufla un estilo intelectual de vocación trascendente, un estilo que se inclinaba por lo evocador frente a lo explícito, por lo inefable y latente frente a lo literal y manifiesto.
  • Visten a la moda, a la moda de París y, rompiendo con las tradiciones de raza, reniegan del hogar y de los altares de la musa castellana, constituyendo una verdadera amenaza para el arte sincero y original” Este tipo de crítica desconocía como hemos señalado la vinculación entre la sensibilidad modernista y esa especie de platonismo espiritual que se solazaba en la embriaguez y el orfismo estético, esto permitió que en chile lo francés ocupaba la cúspide de la valoración social.
  • Rubén Darío saludó a Europa como el continente “que tiene por brazo a Londres y a París por alma”. Por un lado lo mercantil y por otro lo espiritual: fue en la conciencia de esta división de funciones que operó el afrancesamiento esteticista de Pedro Balmaceda y Rubén Darío. Cabe, en síntesis, distinguir entre un afrancesamiento o cosmopolitismo de corte estético, y otro de corte social, desmerecedor de lo propio y no exento de cierto arribismo.
  • A partir de 1895 y hasta las primeras décadas del siglo se produjo una difusión y vigencia creciente del modernismo. Desde ese año se suceden libros, revistas y autores que sintonizan con la nueva sensibilidad. Donde a partir de Ricardo Fernández Montalva se funda y fue el primer redactor de La Revista Cómica (1895-1905), en la que se divulgaron numerosas composiciones modernistas y también una nueva gráfica producto de la apropiación del art nouveau. revista que puede considerarse como el primer órgano de expresión que tuvieron, como confraternidad, los modernistas chilenos.
  • desde 1895 el canon modernista fue un sistema operante de preferencias literarias, un gusto y un gesto con adeptos. En alguna medida se convirtió también en una moda literaria, lo que explica las disparidades en sus logros y ciertas incoherencias con respecto a la postura intelectual que lo animaba.
  • Se les criticó fundamentalmente la carencia de sinceridad; se les fustigaba por querer “aclimatar lo exótico”, y por “una sensibilidad impostada, de museo”. Si bien en algunos casos se les reconocieron logros estéticos en el plano de la sonoridad, la rima y el léxico, se pedía que los mismos fuesen puestos al servicio de contenidos autóctonos y nacionales.
  • Puede concluirse que si bien el modernismo chileno no se tradujo después de Darío en obras comparablemente perdurables, tuvo sí una gran significación en términos de proceso literario. Fue una energía espiritual que, propiciando una cultura de significación estética, permitió la incorporación de la práctica literaria a la contemporaneidad. Constituyó también un canal expresivo que permitió conjugar un horizonte espiritualista de cuño universal con la indagación de lo propio: fue, por último, en el ámbito de esta sensibilidad que se forjaron y dieron sus primeros pasos Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha.

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  1. Ilustración positivista: cultura laica y científica:

  • Para todos ellos el progreso representaba el destino final de la historia y la razón, la educación, la ciencia, la industria eran los mecanismos fundamentales para lograr la inscripción del país en ese curso. De ahí que algunos de estos intelectuales, como pensadores, asumieran la postura del que habla en representación o es vocero del sentido de la historia.

  • En esta matriz se afincó también la energía cultural y el legado a que todos ellos de una u otra manera contribuyeron y que puede sintetizarse en los siguientes aspectos:
  • Continuidad y proyección de la obra fundacional del liberalismo ilustrado y de la generación de 1842.
  • Institucionalización, expansión y modernización de la educación laica.
  • Apropiación del pensamiento positivista y científico de la época, fundamentalmente anglosajón y germano (Spencer, Darwin, etc.).
  •  Constitución de diversas disciplinas en el ámbito de las ciencias sociales y humanas: sociología, filosofía, pedagogía, folclore y lingüística. (La paternidad de las tres primeras se suele atribuir a Valentín Letelier y de las dos últimas, a Rodolfo Lenz).
  • Desarrollo y perfeccionamiento de un inventario y taxonomía de la realidad mineral, animal y vegetal del país.
  •  Recopilación histórica y empírico-documental del pasado (desde los aborígenes hasta la guerra civil del 91).
  • Mapeo e inventario intelectual y cultural del país: realización de numerosos anuarios, diccionarios, catastros y bibliografías.
  • Elaboración de un discurso historiográfico nacional que perspectivizó al país en términos de un desarrollo económico y social conducido por un estado laico, representante del bien común.
  •  Promoción de una concepción naturalista y edificante del arte como aliado de la ciencia y de la indagación social.
  • En educación, por ejemplo, ya a fin de siglo se dio la controversia entre Historia de las ideas y de la cultura en Chile quienes enfatizaban una enseñanza humanista que formara ciudadanos aptos para desenvolverse en la vida pública, y aquéllos que postulaban una enseñanza más pragmática ligada a las necesidades de la industria.
  • De la Barra encarnó un nacionalismo cultural bastante frecuente en la vertiente ilustrada de la época y que, en un contexto de graves problemas limítrofes con Argentina, tuvo una considerable audiencia. Entendemos el nacionalismo cultural como una posición (o ideología) que considera lo propio y la personalidad espiritual del país como un valor absoluto e incuestionable, y que por ende imagina el proceso cultural como un proceso endogámico, interno, lo que lleva -en su polo extremo- a concebir los préstamos culturales o la presencia de otras influencias y tradiciones como una amenaza.
  • El racionalismo laico y científico, dentro de esta matriz pueden distinguirse, dos actitudes intelectuales diferentes: una organicista, filosófica y más sistemática, representada por Valentín Letelier, y otra empirista y de cuño filológico que se interesó casi exclusivamente por los datos externos, sin pretender trascenderlos.
  • Escepticismo modernista: Fue un pensamiento explícita o implícitamente estructurante e integrador, con proyecto nacional, con propuestas de reformas sectoriales y con una perspectiva global de modernización civilizadora. El conocimiento, el trabajo, la historia, la educación, la ciencia, la familia y la “cuestión social” constituyeron las preocupaciones básicas y la plataforma ético-política de sus adeptos. Fueron en esta perspectiva críticos del lujo, la especulación y el despilfarro de la plutocracia de fin de siglo.
  • La crítica al afrancesamiento social y estético, que ya aparece en algunos de los autores de esta vertiente, fue, sin embargo, mucho más explícita y corrosiva en la generación que se formó bajo su influencia, pero que solo empezó a publicar en las primeras décadas del siglo XX. Nos referimos fundamentalmente a Nicolás Palacios (1854-1911), Tancredo Pinochet Le Brun (1880-1957) y Francisco Antonio Encina (1874-1965), los ensayistas más destacados de lo que se conoce como “literatura de la crisis”.
  • El apetito por lo foráneo y la desvalorización de lo propio llegó en la última década a extremos. Benjamín Vicuña Subercaseaux en Cartas sobre Chile (1903) habla de un “gusto vicioso por escoger modelos europeos” y se finge narrador francés argumentando que en la época era una necesidad para ser tomado en serio.
  • Arturo Gicovich: “Cuando llega un mueblaje nuevo a una casa, suele suceder que los muebles que hasta entonces adornaban la sala, pasan a las piezas interiores, y con el tiempo continuando en su decadencia, van a parar a los aposentos de los criados o a algún desván. Con la suerte de estos muebles tiene cierta semejanza la de nuestras costumbres nacionales; otras costumbres importadas del extranjero se han instalado en los principales centros, y las nuestras tenemos que ir a buscarlas en los pequeños pueblos, en los campos, y si las hallamos en las primeras ciudades de la República, no es por cierto en los grandes salones sino en los hogares modestos”.
  • En este contexto -que despertó la nostalgia culturalista de lo propios que formaron Palacios, Pinochet Le Brun y Encina. Fueron intelectuales vinculados a las elites de provincia o a las emergentes capas medias que -como hemos señalado anteriormente- percibieron signos de crisis en el afrancesamiento exagerado de las costumbres, en el deterioro del modo de ser aristocrático y en el afán desmedido por la apariencia y el dinero. Crisis que para estos autores se manifestó también en lo que ellos consignaron como un deterioro del ser nacional: un estado de ánimo pusilánime, que estaba -decían- corroyendo el espíritu, rebajando la voluntad de ser y adormeciendo el alma del país.
  • elaboraron un pensamiento sensible a los problemas sociales, proteccionista en lo económico, favorable al espíritu de empresa, a una moral del esfuerzo y del trabajo y a una enseñanza más ligada al comercio y a la industria que a las letras.
  • Nicolás Palacios: criticó la actitud vital y la cultura estética propiciada por los modernistas. o la decadencia cívico-moral del país se debía en gran medida a la influencia latina, a la presencia de inmigrantes italianos, al afrancesamiento y a la belle époque local, fenómenos que él percibía como signos de una feminización que estaba poniendo en jaque la estirpe varonil y la “unidad psíquica” de la raza.
  • la idea de que la literatura debía contribuir a la moral, al estudio de las costumbres y de la sociedad y de los males que la aquejaban.
  • Todo parece indicar que en Chile e Hispanoamérica la confrontación entre la modernización de la sociedad y la modernidad cultural fue menos rígida y más fluida que en el viejo continente. Este desdibujamiento de perfil confrontacional se explica teniendo en cuenta que la vertiente ilustrada positivista se desplazó en un espacio ambiguo: por una parte, fue el correlato de un proyecto de modernización vinculado a la expansión del mercado capitalista, un proyecto que de alguna manera exigía compartir la cultura contemporánea europea (y que por ende hacía utópica la posibilidad de una cultura autárquica), mientras que, por otra, y desde sus propios postulados, se fue inclinando cada vez más por una cultura de afirmación nacional, racionalmente armónica y centrada en sí misma. En el trasfondo de esta ambigüedad late el paso de la hegemonía de un tiempo histórico fundacional a un tiempo de integración, en el que se plasmaría en las primeras décadas del siglo XX un nuevo imaginario de la nación.
  1. Pensamiento socialista y tematización del conflicto social:
  • Todos los antecedentes que poseemos indican más bien que fue un intelectual que ejerció cargos públicos, entre ellos la gobernación de Tocopilla, o que fue, como él mismo se define, un “honrado librepensador” mesocrático. Arellano esgrime en su folleto una genealogía socialista que parte de Platón, pasa por Giordano Bruno y  Eduardo Devés y Carlos Díaz, El pensamiento socialista en Chile. Antología. 1893-1933, Santiago de Chile, 1987. Campanella, para llegar finalmente a una conceptualización del socialismo cercana a la actual, en que se le presenta como una doctrina contraria a la concentración de los medios de producción y del capital, como una doctrina económica que busca la “extinción del pauperismo, la abolición de la prostitución, la difusión de las luces y la felicidad humana.
  • En la última década del siglo XIX, el pensamiento socialista se difundió sobre todo a través de conferencias, veladas y periódicos vinculados a las nuevas organizaciones de obreros y artesanos.
  • la Confederación Obrera de 1894, el Centro Social Obrero y la Agrupación Fraternal Obrera de 1896, la Unión Socialista de 1897, el Partido Obrero Francisco de Bilbao de 1898, el Partido Socialista de 1897 y 1899, y el Partido Proteccionista Obrero de 1899. En la difusión de las ideas socialistas en estos ámbitos predominó un tono milenarista y teleológico, con frecuentes sincretismos entre las ideas de Marx, las de Darwin, Rousseau, Spencer, Zola y Víctor Hugo, o se proclamó como socialismo científico lo que en la literatura especializada correspondía al socialismo utópico.
  • A través del punto anterior evidenciamos dos aspectos en la orientación socialista y anarquista:
  • Fundamentalmente, demandas por una instrucción gratuita y obligatoria para el pueblo, por la creación de escuelas y talleres nocturnos en todo el país, por instrucción e igualdad civil para la mujer. Pidieron, además, separación de la Iglesia del Estado, promoción de una cultura laica y protección y fomento de la industria nacional.
  • A través de esta dicotomía, el pensamiento socialista prefiguró una visión idealizada del obrero y del mundo popular, percibiéndolo como un sujeto puro e incontaminado y, por ende, como el único depositario confiable para llevar a cabo la utopía de una nueva sociedad. También se divulgó, de este modo, una ética más favorable al trabajo que a la función patronal.
  • Los dos aspectos anteriores incidieron en la conformación de un espacio cultural en el que artesanos y obreros fueron elaborando simbólicamente sus propias condiciones de vida y desde el cual resignificaron o se apropiaron de elementos de la cultura ilustrada.
  • La producción literaria que a fin de siglo tematizó el conflicto capital-trabajo obedeció a una concepción instrumental de la literatura y a una estética residual de tipo romántico iluminista, y sus productos fueron más bien débiles y dispares. Aun así, fue uno de los ingredientes de la cultura popular urbana de trasfondo ilustrado un ingrediente que contribuyó también a insertar en el imaginario colectivo una determinada visión del conflicto social.
  1. laicismo y catolicismo:
  • Después de la guerra civil, el triunfo del liberalismo doctrinario significó una continuidad respecto de las leyes laicas y la secularización de las instituciones que había impulsado el gobierno de Santa María.
  • Letelier caracterizó a la cultura liberal como aquella que estaba destinada a estimular la plenitud de las facultades humanas y a desarrollar todas las fuerzas sociales. Perfiló, así, una pugna entre la teocracia y el Estado-nación; entre el criterio metafísico y el científico entre un orden social coercitivo basado en dogmas, y otro fundado en una filosofía libremente determinada por la razón; entre una cultura ultramontana, clerical y arcaica, y otra ilustrada, racionalista y modernizante; entre la ética cristiana del perdón, la culpa y la laxitud, y otra de corte humanista vinculada a la acción y al progreso. De manera que la confrontación entre el laicismo y el catolicismo no solo se expresó en una lucha política, sino en una disputa por la hegemonía cultural del conjunto de la sociedad.
  • Los conservadores y la jerarquía católica intentaron paralizar la aplicación de las leyes laicas, aprovechando para ello los mecanismos de negociación propios de un parlamentarismo intraoligárquico. También, en aras de la libertad de conciencia, se opusieron sistemáticamente al Estado Docente y a todo tipo de reformas educacionales. En el plano ideológico-doctrinario, los ataques a la Iglesia surgieron de las vertientes ilustradas positivista y socialista.
  • Hubo una literatura religiosa dedicada a la propagación de la misma: nos referimos a devocionarios, historias de santos, panegíricos, sermones, catecismos, novenas, oraciones, etc.
  • En el censo de 1895, del total de la población, solo 20 personas se declararon ateas. Desde nuestro punto de vista ello indica, sin embargo, que el laicismo se impuso en los sectores cultos y educados del país y sobre todo en el espacio de lo público, pero no así en el ámbito de lo privado, donde particularmente en estratos altos y bajos persistía una cultura ritual mayoritaria y tradicionalmente católica.
  • Este proceso de modernización y mundanización (en el sentido de estar en el mundo) de la cultura católica se expresó en varios ámbitos: en el doctrinario e ideológico hubo una impregnación de racionalismo, de espíritu científico y pragmático, e incluso de positivismo. Personeros de la Iglesia recurrieron con frecuencia a la apología científica y al neotomismo para darle “credibilidad racional” a la fe.
  • Dentro de la Iglesia, en el ámbito político y social, se dieron dos corrientes: una integrista y cerrada que quería imponer su lógica al mundo laico, y otra más abierta y conciliadora que estaba dispuesta a convivir con él que  planteaba la necesidad de atender con urgencia la situación de los menesterosos estimulando la beneficencia, la educación y las corporaciones obreras de ayuda mutua
  • el catolicismo fue permeado por dos corrientes importantes de la última década: por el modernismo y por el nacionalismo cultural.
  • Modernismo: francisco contreras era el autor principal que recurrió   a la imagen arquetípica del modernismo: el cisne, símbolo de belleza y espiritualidad. En “La edad más bella”, alabando la infancia como momento de inocencia y unidad entre cuerpo y alma.
  • Nacionalismo cultural: el presbítero Vergara Antúnez buscaba un nacionalismo que buscaba rearticular a la Iglesia con el Estado para contrarrestar así la separación que promovían las leyes laicas. Con el objetivo de condensar en la tradición católica la historia y el pasado de la patria, la Iglesia desarrolló en esa época dos símbolos: uno de carácter histórico-cívico en torno a la figura de Diego Portales, y otro de carácter escatológico-militar en torno a la Virgen del Carmen, patrona del ejército y de la patria. Y además se hizo el intento de rearticular la conciencia nacional y el concepto de nación, para darle cabida en el a las capas medias y a los sectores populares del país.
  • Tal como entre las distintas vertientes hubo interzonas de conflicto, las hubo también de complemento, legitimación e identidad. Por ello hablamos de oposiciones constitutivas y de vasos comunicantes, de conflictos que pueden leerse como manifestaciones de los efectos y desequilibrios del proceso de modernización. Entre estos efectos habría que mencionar, finalmente, la invisibilidad de las culturas étnicas y campesina, ámbitos que si bien existieron, vivían a fin de siglo mal interpretado, soterrado y marginado del mapa de la cultura nacional, como en alguna medida, por lo demás, lo seguirán estando durante gran parte del siglo XX.
  1. Capitulo IX: Crisis de fin de Siglo:
  • La proximidad del año 1900 estimuló un ejercicio de revisión y balance, de proyección y diseño, de calce y descalce.
  • La expresividad intelectual y vital de estos últimos erosionó la creencia en el progreso y en los grandes correlatos socioculturales del siglo XIX; y puso también en evidencia el desfase entre el progreso material y espiritual de la sociedad decimonónica.
  • En el Chile post 91 se vivió una situación que contribuyó a la crisis y que legitimó la apropiación de esta idea. Una situación caracterizada por el cohecho, la pérdida de espíritu cívico, la especulación, el juego y el afán de ostentación y dinero fácil.
  • Holganza antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha por la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen intranquilidad.
  • expresó los desajustes inherentes a una sociedad nacional en proceso de modernización. En este sentido, la crisis de valores finiseculares fue en Chile la cristalización singular de un proceso más amplio.
  • El Discurso sobre la crisis moral de la República (1900), de Enrique Mac Iver, recogió los planteamientos e inquietudes de la vertiente ilustrada positivista. El político radical, en un discurso que hizo época, abordó la crisis política refiriéndose al cohecho, a la descomposición de los partidos y a la corrupción administrativa en el aparato del Estado. Abordó también la crisis económica, la inestabilidad y baja del cambio, y los papeles cumplidos por el salitre y el oro que resultaron a la postre -dijo- “no fuente de energía sino de ocio y de deterioro social, produciendo la crisis moral de la república.
  • Mac Iver entendía la moral como un concepto valórico vinculado no a un marco axiológico preestablecido, sino al desarrollo de todas las facultades humanas y sociales, lo que en términos positivistas equivalía al bien común.
  • “Una época en que se había roto la unidad de creencias”, y en que no se había logrado sustituir la antigua cosmovisión metafísica (o religiosa) por una filosofía unificadora general (el positivismo). La carencia de una legitimidad trascendente debía ser reemplazada por una nueva legitimidad secular.
  • Para que hubiera moral pública era, por ende, necesario adoptar un sistema de educación fundado en la nueva filosofía; y también “recuperar la dimensión ética de las prácticas artísticas por encima de su dimensión estética.
  • Diseño de una nueva moral o de una nueva utopía que levantara e integrara el alma alicaída de la nación. Una moral basada en el trabajo práctico más que en el intelectual, en el ser y en la idiosincrasia histórica más que en la apariencia y en la moda, en el sacrificio y en el esfuerzo individual más que en la especulación o en la cobija del Estado. También abordaron el tema de la decadencia de la raza o la cultura latinas.
  • la solución residía en el positivismo inglés y en el sistema pedagógico anglosajón, que situaba la responsabilidad del progreso en la iniciativa individual.
  • “Hemos olvidado y menospreciado -decía- el espíritu en favor de la riqueza y hoy al término de la jornada nos encontramos sin riqueza y sin ideales. Justo y merecido castigo de los pueblos que olvidan cómo el espíritu debe mandar al brazo, la idea a la materia, la inspiración y el ensueño a deleznables fuerzas que no deben vivir perpetuamente entregadas a los caprichos del azar”
  • Ventura Fraga: Mostraba una sociedad quebrada, entregada con desenfreno al lujo; una juventud que en vez de aspirar al saber se dedicaba al juego, las carreras y frontones de pelotas. Aparecían fraudes y robos por doquier: “funcionarios inescrupulosos, congresales que negociaban con su representación popular. Ministerios que se reanudaban mes a mes, demostrando solamente el afán por la concupiscencia del mando y sus regalías.
  • Se planteaba, además, la esperanza de que en el siglo XX se “derribarían las oligarquías, las aristocracias, los privilegios políticos, las explotaciones económicas, las desigualdades de clases para fundar el gobierno del pueblo por el pueblo. el tema de la crisis se articuló dentro de la dicotomía “ellos-nosotros, capital-trabajo, oligarquía-pueblo.
  • La vertiente católica: percibió la crisis en términos de pecado social, culpa y castigo, de acuerdo con esta óptica, la crisis era el resultado de un siglo impío que había caído en el pecado del laicismo. Un siglo al que se percibió como una suerte de posta del mal, como una carrera que se inició con los jacobinos, que encarnó luego en los liberales y masones, más tarde en los positivistas y que hacia 1900 se manifestaba en la “presencia aterradora de los principios socialistas y anarquistas.
  • la única posibilidad de que el nuevo siglo enmendara rumbos residía en la aceptación “de la fe y de las sanas doctrinas por todos aquéllos que las ignoraban o se resistían a admitirlas.
  • Todas ellas, cual más cual menos, reconocieron los adelantos de la ciencia y de la técnica en el siglo XIX: el vapor, el ferrocarril, la electricidad, el telégrafo, la ampolleta, el cine, el teléfono, etc. Además, coincidían en señalar que ese progreso carecía de porvenir y se convertiría en un retroceso si no iba acompañado de alguna de las cuatro soluciones propuestas: una nueva cosmovisión secular; un desarrollo del espíritu y de los ideales; una redistribución más equitativa de los beneficios del progreso que considerara los intereses de los trabajadores; y la aceptación y vivencia de la fe católica.
  • Mirada con ojos de hoy, la crisis de fin de siglo puede inscribirse en lo que los sociólogos llaman disolución social. Se habla de disolución social cuando tras un período de grandes cambios estructurales de signo modernizador (corrientes aceleradas de urbanización, migración masiva, impacto de adelantos científicos y tecnológicos, modernización económica y social, presencia de nuevos actores sociales, etc.) sobreviene un proceso de involución y pérdida de certidumbre. Como señalan los cientistas sociales, la plasticidad de las sociedades no es indefinida; por ende, aquellos períodos en que se bordea o se sobrepasa el límite del cambio social posible son seguidos por una corriente regresiva de gran amplitud.
  • Se produce un relajamiento de los nexos sociales y una inestabilidad del sistema de estatus y roles.

 

  • La ausencia de un eje que legitime, regule o les otorgue un sentido colectivo sea laico o trascendente a los comportamientos individuales se traduce en que éstos quedan al garete, descentrados, sin una perspectiva de futuro y porvenir.

  1. Capitulo X: ampliación y diversificación del mercado cultural:
  • La ópera fue la expresión más selecta del circuito de arte culto y de la sociabilidad de elite, y como tal tuvo un público orgánico compuesto por las familias de la aristocracia y de la plutocracia.
  • Teatro municipal de Valparaíso: El municipio entregaba el teatro en concesión a una empresa especializada, junto con una no despreciable subvención; la empresa favorecida garantizaba, a cambio, la realización de una temporada de calidad, para lo cual recurría a compañías extranjeras, fundamentalmente italianas.
  • El acceso selectivo al género lírico estuvo determinado, sin embargo, más que por el alto costo de las entradas, por el carácter de evento social de elite que tenían las funciones.
  • Para el imaginario colectivo, el Municipal fue el corazón de la sociabilidad de la época; un lugar donde todo podía ocurrir, desde el amor a primera vista hasta el negocio bursátil; desde el crimen pasional hasta el suicidio romántico.
  • La temporada de ópera ofrecía la oportunidad para compartir el modo de ser aristocrático y exhibir la vestimenta y los ademanes de la distinción social.
  • Las compañías dramáticas extranjeras montaban casi exclusivamente obras europeas: clásicas, románticas o realistas. Las empresas italianas se inclinaban por piezas de Shakespeare, Alejandro Dumas y Víctor Sardou; mientras que en el repertorio de las compañías españolas las de mayor actividad en la época- predominaban sin contrapeso las obras peninsulares. Cada año, dos o tres de estas compañías visitaban el país.
  • La intensa actividad del teatro comercial para el consumo de elite se caracterizó, sin embargo, por cierta precariedad en el modo de hacer teatro. La actuación siguiendo una línea hispánica- era fundamentalmente de tipo declamatoria y, por ende, muchas veces no se daban las obras completas sino que se escogían solo los parlamentos más relevantes. Importaba más el lucimiento histriónico del divo en complicidad con el público, que la fidelidad a la creación del dramaturgo.
  • Las compañías también solían contratar “servidores de escena” para dividir los cuadros o actos. Estos personajes, que cumplían funciones de telón o comodín, se comportaban a veces como verdaderos payasos, generando un clima contrario al del drama que se estaba representando.
  • De ahí también que en esa época se empiece a perfilar una contradicción entre la lógica comercial de un circuito que buscaba mercado y ganancias, y la lógica del desarrollo cultural nacional exigida por los intelectuales de la vertiente ilustrada que postulaba la necesidad de un teatro propio.
  • La situación descrita explica la aparición, en la época, de opiniones que criticaban las formas de hacer teatro en uso y que abogaban por un teatro didáctico y moral para el pueblo, o por un teatro nacional que con el amparo del Estado llevase a escena obras que expresaran la realidad del país y que fuesen al mismo tiempo representadas por actores nacionales.
  • A fin de siglo se empieza a conformar, por último, un circuito cultural de masas, al que el teatro y el espectáculo hicieron un importante aporte. Entendemos por cultura de masas aquella que se orienta hacia un público lo más amplio posible y que es sensible, en consecuencia, a las demandas y al mercado.
  • para los sectores medios y populares: un teatro o espectáculo cuyo propósito fuese, en definitiva, la gratificación inmediata o simplemente la diversión del espectador.
  • Las capas medias y populares que emergieron en el proceso de modernización de la sociedad chilena fueron conformando como señalábamos un nuevo público para la producción cultural.
  • Un editorial del diario El Porvenir de 1889, titulado “Pensemos en el pueblo”, propuso la necesidad de fomentar los circos, argumentando que era la única diversión sana al alcance del obrero y su familia. Sostuvo incluso que los teatros Municipal de Santiago y Victoria de Valparaíso debían ser liquidados “para que con el producto de sus ventas se instalaran circos populares.
  • El género que más aportó al incremento del público teatral fue, sin embargo, la zarzuela. Espectadores de capas medias y populares acudían día a día a los teatros Politeama, cerro Santa Lucía o Romea de Santiago.
  • El criterio de rentabilidad y comercialización de los empresarios se tradujo en el sistema de tandas o teatro por horas, que consistía en dar una o más piezas en forma rotativa.
  • En la última década, hubo una verdadera zarzuelización del ambiente nacional. Se ha vinculado este auge de la zarzuela a un cambio de modelo cultural. El desplazamiento de la aristocracia por la mesocracia habría significado una valoración distinta de lo hispánico. Por razones de idioma, idiosincrasia y estilos de vida, lo español habría acaparado las preferencias del público. Todo ello en desmedro de la afición por la ópera italiana y por el teatro francés, preferidos por la aristocracia. Desde ese punto de vista, el éxito de la zarzuela o la influencia de actores, autores y compañías dramáticas españolas no fue algo coyuntural, sino estructural, en la medida en que formó parte del estilo cultural de un nuevo público urbano integrado por sectores medios y populares.
  • Cabe hablar del surgimiento de un nuevo escenario con nuevos actores sociales que van conformando también un nuevo mercado de consumo cultural. Un mercado incipiente de masas que se constituye en torno a las capas medias y populares y que escapa al control de la oligarquía.
  • El auge finisecular se debió por  la constitución de un público urbano de capas medias y populares, un público que en términos potenciales solo excluía al analfabeto de origen campesino. Un segundo factor dice relación con las características propias de la zarzuela: fue, en efecto, un género que se dirigía más bien al oído y a la vista que al entendimiento; un género que utilizaba temas musicales asequibles, sencillos y pegajosos, nutriéndose con frecuencia de la tradición popular. En suma: un espectáculo y una entretención, un producto fácilmente digerible. Son precisamente estos los rasgos que constituyen una condición sine qua non para el tercer factor: la atracción que ejerció la zarzuela entre empresarios y agentes que vieron en ella un producto con grandes posibilidades de negocio.
  • Nos indican que las ciudades son durante esos años un cosmos completo, en que la diversidad de condición social se traduce en circuitos culturales que obedecen a lógicas de producción, difusión y consumo también diferentes.
  • La expansión de la lectura se dio más bien en el ámbito del circuito cultural de masas, a través de géneros como la novela tardo romántica y el folletín europeos, y sobre todo gracias a los periódicos que publicaron y difundieron este tipo de obras como un medio para aumentar sus tirajes.
  • A modo de promoción, la serie completa de novelas o folletines. Este tipo de relación promocional entre los periódicos y la literatura, que caracteriza hasta el día de hoy a la cultura de masas, tuvo a fin de siglo un ejemplo altamente significativo.
  • La mayor parte de la serie correspondía más bien a novelas tardo-románticas, melodramáticas y en algunos casos costumbristas, orientados -por razones de promoción o de rentabilidad económica al gusto masivo y popular.
  • El obsequio y el uso promocional de libros que efectuaron algunos periódicos de Santiago y de provincia contribuyeron a fomentar la lectura y la demanda de novelas, y también al desarrollo de la actividad propiamente impresora.
  • El predominio casi absoluto de obras europeas, tanto en la literatura de consumo masivo como en la culta, explica los frecuentes llamados que aparecieron en la prensa de la época, invocando la necesidad de una literatura propia que diera cuenta de la realidad y de las  costumbres del país.
  • El aumento en la producción y consumo de libros contribuyó al desarrollo de una incipiente industria cultural, preparando el paso de la imprenta decimonónica entendida únicamente como prestación de servicio a la editorial, concebida en su sentido moderno.
  • Algunas de estas empresas, como Zig-Zag, surgida en torno a una revista (1905), se constituyen en agentes especializados en la producción y comercialización de bienes culturales, agentes que continúan operando hasta el día de hoy.
  • La lira fue una expresión que se difundía en plazas, calles y fondas y que funcionó como soporte de identidad de los miles de gañanes, migrantes o trabajadores de origen rural, ya avecindados, o en tránsito en la capital, y en las ciudades más importantes del país.
  1. Capitulo XI: conciencia y cultura popular:
  • Se suele hablar, entonces, de poesía popular para referirse a la forma de raigambre ibérica de mayor cultivo entre los pobres del campo y la ciudad: la décima. Con este nombre se designa en Chile una composición que consta de una cuarteta y cinco décimas. La cuarteta inicial funciona como fundamento o como enunciación de lo que ha de venir; luego siguen cuatro décimas o estrofas de diez versos en que se glosa cada uno de los versos de la cuarteta inicial; y finalmente una quinta décima, que corresponde a la despedida, que viene a ser como un comentario, reiteración o resumen de lo anterior.
  • A fines de siglo, la poesía popular o las hojas de lira que circulan no pueden, sin embargo, adscribirse únicamente al ámbito de lo literario; se trata, más bien, de una expresión híbrida y fronteriza que se desplaza entre la música, la literatura, el folclore y la comunicación popular.
  • A la diversidad temática correspondía entonces una diversidad musical: para los temas de desafío o contrapunto, rasguidos de tono epigramático y energético; para los temas religiosos y el canto a lo divino, música de aire solemne; y para los temas patrióticos y el canto a lo humano, sonoridades entusiastas, alegres y festivas.
  • Esta expresividad típicamente folclórica hubo “versos” sobre temas históricos (la Guerra del Pacífico, el conflicto del 91, la figura de Balmaceda) o que funcionaban como un medio de comunicación: hojas que hacían la crónica en décimas de aspectos sociopolíticos del momento o que comentaban los crímenes y sucesos escabrosos más recientes.
  • La existencia a fines de siglo de una cultura popular compleja y multiforme, en la que confluyen una conciencia tradicional y ritual que tiende a reproducir las pautas heredadas del mundo campesino; una conciencia crítica que cuestiona el orden social vigente; y una conciencia de integración que resemantiza elementos de la cultura ilustrada hegemónica.

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