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Crisis De La Sociedad Griega


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2013  •  Tutorial  •  6.313 Palabras (26 Páginas)  •  434 Visitas

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GRECIA EN LOS SIGLOS V Y IV.

CRISIS DE LA SOCIEDAD GRIEGA

Las guerras greco-persas constituyen en la historia de la Grecia arcaica un importante estímulo para su grandeza. La causa de estas guerras consistió en que Persia, que ya en tiempos de Ciro había ganado ricas ciudades helenas en la costa de Asia Menor, pretendió apoderarse de las ciudades-Estado griegas en la península de los Balcanes. No tardó en presentarse para ello un buen pretexto.

En el 500, Mileto, una de las ciudades griegas más importantes del Asia Menor, se alzó contra el poder persa. La insurrección fue inmediatamente apoyada por todas las demás ciudades helenas menor asiáticas. Los sublevados, que se veían con pocas fuerzas ante el enorme Imperio Persa, resolvieron pedir ayuda a los griegos europeos. De este llama¬miento no se hicieron eco más que Atenas, que envió veinte naves, y la pequeña ciudad de Eretria, en la isla de Eubea, que no pudo aportar más que cinco naves. Aunque la asistencia había sido muy insignificante, el persa Darío, una vez que hubo sofocado la sublevación, la utilizó como pretexto para emprender la guerra contra la Grecia continental.

Darío envió a las ciudades-Estado embajadores que, en nombre del «gran rey, rey de reyes», exigieron de los griegos «tierra y agua», es decir, la proclamación de pleno sometimiento. Como no tenían fuerzas suficientes para enfrentarse al Imperio Persa, los Estados helenos, en su mayoría, aceptaron las exigencias persas. Solo en dos Estados griegos fueron acogidos de otro modo los embajadores: en Atenas les dieron muerte y en Esparta los arrojaron a un profundo pozo diciéndoles que allí tendría tierra y agua suficientes.

Los persas emprendieron, en el año 492, su primera campaña contra Grecia. Pero no les favoreció la suerte. La escuadra persa fue destruida por una tormenta ante el promontorio de Athos (península Calcídica), y todo el ejército tuvo que regresar. Pero ya en el año 490 organizaron una nueva campaña: el ejército persa fue embarcado y trasladado por el mar Egeo a las costas de Ática. Durante la travesía los persas desembarcaron en Eubea, donde tomaron por asalto y saquea¬ron la ciudad de Eretria, a cuyos habitantes convirtieron en esclavos.

La batalla decisiva entre griegos y persas tuvo lugar cerca de Mara¬tón, sobre la orilla oriental de Ática. Los atenienses no pudieron presentar más que diez mil guerreros, a los que se unieron los mil que les envió en socorro la pequeña ciudad griega de Platea. Los persas disponían de un ejército varias veces superior, pese a lo cual fueron derrotados en toda la línea. Al mando del veterano y experto Milcíades, buen conocedor de la táctica de los persas, los guerreros helenos combatieron con valentía y tenacidad inusitadas. A todos ellos les alen¬taba la idea de estar defendiendo la patria, la libertad y el hogar. Estaba claro para cada griego que la derrota equivalía a la esclavitud.

Un heraldo fue enviado a Atenas para anunciar la jubilosa noticia. Jadeante por la carrera, el mensajero llegó a la plaza donde los ancia¬nos, las mujeres y los niños esperaban con impaciencia noticias sobre la marcha de la guerra y no pudo gritar más que «¡Victoria!», después de lo cual cayó sin aliento al suelo. En los juegos olímpicos modernos se ha establecido una carrera equivalente, más o menos, a la distancia que mediaba entre Maratón y Atenas.

Después de la batalla de Maratón la guerra quedó interrumpida durante un período de diez años. Mas tanto en Persia como en Grecia se comprendía que una nueva guerra era nevitable. Falleció Darío y tras su muerte se produjeron los disturbios habituales en la corte persa. Por último se afianzó en el trono su hijo Jerjes, quien comenzó una activa preparación de una nueva campaña contra Grecia. Tales preparativos duraron cuatro años enteros; se construyó sobre el Helesponto (los actuales Dardanelos) un puente de barcas y se abrió un canal para la flota persa a través del istmo, cerca del peligroso promontorio de Athos.

En Grecia también se esperaba la colisión con los persas. Se orga¬nizó una liga de defensa entre varias ciudades-Estado encabezada por Esparta. Como ésta era casi inexpugnable por el mar y los espartanos tenían fama de ser los mejores soldados de toda Grecia, su plan preveía una guerra por tierra, de la que eran acérrimos partidarios.

Más en Atenas la situación aparecía más complicada. Los terrate¬nientes ricos, que temían ante todo la devastación de sus propiedades por la invasión persa, apoyaban el plan defensivo de los espartanos. El conocido político ateniense Arístides era partidario de este punto de vista.

A él se enfrentaba Temístocles, hombre que había logrado sobresalir en Atenas gracias exclusivamente a su energía, su ambición y sus apti¬tudes excepcionales. Apenas pasaba de treinta años cuando fue elegido arconte; tres años después destacó en la famosa batalla de Maratón. Pero todo esto no podía satisfacerle plenamente, sus aspiraciones eran mayores. «Los laureles de Milcíades no me dan sosiego», reconocía entre sus amistades.

Temístocles consideraba que los griegos no tenían probabilidades de victoria en una guerra en tierra contra los persas: tarde o temprano, la superioridad numérica de las fuerzas militares persas acabaría impo¬niéndose. Por ello insistía en que el futuro de Atenas estaba en el mar y luchaba por la creación de una potente armada. Consiguió que las rentas de las minas de plata del Monte Laurio, consi¬deradas propiedad pública, se destinaran a la construcción de naves de guerra. El plan de guerra naval defendido por Temístocles respondía a los intereses de los mercaderes y artesanos de Atenas, sector que no poseía tierras.

La tercera campaña de los persas contra Grecia comenzó en el año 480. La dirigió Jerjes en persona que, utilizando a pueblos sometidos a Persia, consiguió reunir una fuerza ingente. Los autores clásicos la elevan casi a cinco millones de hombres. Aun juzgando esta cifra exagerada, el ejército persa era muy superior al heleno.

La campaña era combinada. Parte del ejército persa avanzó por la costa de Fracia y parte fue embarcada. La primera batalla naval se produjo frente al cabo de Artemisión, en el norte de Eubea; el primer encuentro en tierra, en las Termópilas. Se llamaba así una estrecha garganta por donde iba el camino de Tesalia a la Grecia Central y era tan angosta que no permitía más que el paso de una carreta. Por el oeste pendían a pico sobre el desfiladero inexpugnables rocas; por el este se extendían hasta el mar unos terrenos pantanosos intransitables. Allí ocupó posiciones un pequeño ejército griego al mando

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