Crueles Experimentos Naciz
Enviado por ALMAHERAC • 21 de Septiembre de 2014 • 2.242 Palabras (9 Páginas) • 271 Visitas
Los crueles experimentos nazis
Desde llevar a cabo esterilizaciones en masa de judíos hasta extirpar el pene para curar la homosexualidad. Sin duda, los científicos de Hitler sembraron el pánico con sus crueles experimentos, los cuales costaron la vida a miles y miles de indefensas víctimas.
Liderados por el «Ángel de la Muerte» Josef Mengele, decenas de médicos alemanes no tuvieron reparos en traicionar su juramento hipocrático en favor del «führer», ávido de conseguir nuevas técnicas masivas para asesinar y conocer las limitaciones del ser humano.
De hecho, a la llamada de Hitler acudieron todo tipo de científicos pertenecientes tanto a las Waffen SS (un cuerpo de soldados de élite creado, entre otras cosas, para la protección personal del líder) como a la Ahnenerbe (una secta ocultista obsesionada con lo paranormal).Así lo afirma el periodista Óscar Herradón, autor del libro «La Orden Negra. El ejercito pagano del III Reich», editado por «Edaf». «Los experimentos concretos, más allá de los exterminios masivos en las cámaras de gas (…) fueron llevados a cabo no por uno, ni dos, ni tres “doctores de la muerte”, sino por varios centenares de profesionales de la medicina alemana que, de forma inexplicable, se dejaron llevar por la espiral asesina del régimen», determina el experto.
Los inicios: Eutanasia o «muerte por compasión»
Aunque donde se llevaron a cabo un mayor número de experimentos fue en los campos de concentración, también se crearon varios programas para mantener la pureza de la raza fuera de estos centros de exterminio. Uno de ellos fue el de la «muerte por compasión», una forma de eutanasia que se realizó de forma masiva en toda Alemania.El uso de la «muerte por compasión» se inició en 1938. Ese año, el gobierno nazi recibió una curiosa petición por parte de una familia alemana: solicitaban el permiso para acabar con la vida de uno de sus hijos, el cual estaba impedido. Tras producirse este suceso, Hitler autorizó un programa para acabar con miles de niños con deficiencias.
«Pronto también la eutanasia se convirtió en un medio eficiente para acabar con aquellos que los nazis consideraban lacras sociales. Era habitual que a los miembros de las Juventudes Hitlerianas se les llevara de “excursión” a las instituciones mentales para que vieran la situación en la que se encontraban los enfermos (…). Además, les explicaban el enorme coste que suponía para el Estado mantenerlos con vida», explica el periodista Óscar Herradón en su libro.
De esta forma, comenzaron los asesinatos en masa, como bien explica el experto: «El Ministerio del Interior solicitó a los médicos y a las parteras que informaran de todos los casos de recién nacidos que mostrasen enfermedades graves (…) como: idiotez, síndrome de Down, microcefalia, hidrocefalia, malformaciones de todo tipo (especialmente de extremidades, cabeza y columna vertebral); y parálisis, incluyendo condiciones de parálisis cerebral».
A pesar de que para poder acabar con la vida de menores se necesitaba el consentimiento paterno, era bastante usual que se ejerciera presión sobre las familias para que acabaran cediendo y enviaran a sus hijos a los centros de muerte diseminados por Alemania. Allí, ya fuera mediante una inyección letal o mediante cámaras de gas, se acabó con cientos de vidas de enfermos no sólo extranjeros, sino también alemanes.
«Lo más escalofriante de todo ello fue el consiguiente “negocio” que los profesionales de la medicina y científicos alemanes vieron en los asesinatos de los discapacitados, cuyos cuerpos servían para sus retorcidos estudios raciales», destaca Herradón. Con el inicio de la guerra, estos escuadrones de la eutanasia recibirían de Hitler la orden de acabar con cientos de prisioneros recluidos en campos de concentración.
Experimentos de alta presión en humanos
Uno de los experimentos más crueles fue el protagonizado por el doctor Sigmund Rascher, un antiguo capitán médico de la Luftwaffe, la fuerza aérea nazi. Este médico obtuvo el permiso de Himmler, líder de las SS, para investigar sobre el comportamiento de los individuos en condiciones de alta o baja presión. Concretamente, pretendía averiguar cuál era la altura máxima a la que paracaidistas y pilotos de avión podían lanzarse al vacío sin sufrir daños. «Su laboratorio particular fue el campo de concentración de Dachau, al norte de Múnich», afirma Herradón.
Este doctor nazi llevó a cabo sus pruebas en 1942 ayudado por todo tipo de artilugios. «Utilizaba una cámara portátil capaz de simular la presión alcanzada en altitudes de hasta 20.000 m. y los efectos de las caídas a grandes alturas sin paracaídas ni oxígeno», añade el experto.
El nazismo puso a su disposición 200 reos con los que poder experimentar, de los cuales fallecieron 70. «En sus investigaciones, introducía a los prisioneros en la cámara, donde se sometía a los desdichados a bruscos cambios de presión que provocaban que algunos, por falta de oxígeno, entraran en convulsiones hasta morir», apunta el escritor.
De hecho, cuando fue juzgado por los aliados tras la guerra se dio a conocer uno de los experimentos más macabros que había llevado a cabo. «Se citó un informe en el que el propio Rascher señalaba tres pruebas sucesivas en un “judío de 37 años” al que obligó a “caer” desde una altura de 12 km. Tras la tercera caída, “entró en estado agónico”, muriendo poco después», finaliza Herradón, quien añade además que estas prácticas no sirvieron de nada a la Luftwaffe.
Experimentos de congelación y reanimación
Además de las pruebas de altitud, Rascher también llevó a cabo multitud de experimentos para determinar la resistencia del cuerpo humano a la congelación y su capacidad para recuperarse de ella. De esta forma, pretendía averiguar las posibilidades de supervivencia que tenían los pilotos alemanes derribados en las gélidas aguas del Canal de la Mancha.«Sumergía a los prisioneros de Dachau –la mayoría rusos-, en tanques que contenían agua helada durante tres horas o incluso más; en ocasiones obligaba a sus víctimas a permanecer tumbadas a la intemperie en pleno invierno, completamente desnudas, durante períodos de entre nueve y catorce horas, con temperaturas muchas veces bajo cero», destaca el periodista Óscar Herradón.
En estas pruebas la temperatura corporal de los prisioneros solía bajar hasta los 25 o 26 grados. Tales eran los dolores que padecían que, casi moribundos, solían pedir a los miembros de las SS que les custodiaban que se apiadaran de ellos matándoles de un disparo.
No obstante, este experimento no finalizaba aquí, ya que a los supervivientes se
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