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EL PANOPTISMO


Enviado por   •  21 de Febrero de 2014  •  8.767 Palabras (36 Páginas)  •  269 Visitas

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III. EL PANOPTISMO

(199) He aquí, según un reglamento de fines del siglo XVIII, las medidas que

había que adoptar cuando se declaraba la peste en una ciudad.307

En primer lugar, una estricta división espacial: cierre, naturalmente, de la

ciudad y del "terruño", prohibición de salir de la zona bajo pena de la vida,

sacrificio de todos los animales errantes; división de la ciudad en secciones

distintas en las que se establece el poder de un intendente. Cada calle queda

bajo la autoridad de un síndico, que la vigila; si la abandonara, sería

castigado con la muerte. El día designado, se ordena a cada cual que se

encierre en su casa, con la prohibición de salir de ella so pena de la vida. El

síndico cierra en persona, por el exterior, la puerta de cada casa, y se lleva la

llave, que entrega al intendente de sección; éste la conserva hasta el término

de la cuarentena. Cada familia habrá hecho sus provisiones; pero por lo que

respecta al vino y al pan, se habrá dispuesto entre la calle y el interior de las

casas unos pequeños canales de madera, por los cuales se hace llegar a cadacual su ración, sin que haya comunicación entre los proveedores y los

habitantes; en cuanto a la carne, el pescado y las hierbas, se utilizan poleas y

cestas. Cuando es preciso en absoluto salir de las casas, se hace por turno, y

evitando todo encuentro. No circulan por las calles más que los intendentes,

los síndicos, los soldados de la guardia, y también entre las casas infectadas,

de un cadáver a otro, los "cuervos", que es indiferente abandonar a la muerte.

Son éstos "gentes de poca monta, que trasportan a los enfermos, entierran a

los muertos, limpian y hacen muchos oficios viles y abyectos". Espacio

recortado, inmóvil, petrificado. Cada cual está pegado a su puesto. Y si se

mueve, le va en ello la vida, contagio o castigo.

La inspección funciona sin cesar. La mirada está por doquier en movimiento:

"Un cuerpo de milicia considerable, mandado por buenos oficiales y gentes

de bien", cuerpos de guardia en las puertas, en el ayuntamiento y en todas las

secciones para que la obediencia del pueblo sea más rápida y la autoridad de

los magistrados más absoluta, "así como para vigilar todos los desórdenes,

latrocinios (200) y saqueos". En las puertas, puestos de vigilancia; al extremo

de cada calle, centinelas. Todos los días, el intendente recorre la sección que

tiene a su cargo, se entera de si los síndicos cumplen su misión, si los vecinos

tienen de qué quejarse; "vigilan sus actos". Todos los días también, pasa el

síndico por la calle de que es responsable; se detiene delante de cada casa;

hace que se asomen todos los vecinos a las ventanas (los que viven del lado

del patio tienen asignada una ventana que da a la calle a la que ningún otro

puede asomarse); llama a cada cual por su nombre; se informa del estado de

todos, uno por uno, "en lo cual los vecinos estarán obligados a decir la verdad

bajo pena de la vida"; si alguno no se presenta en la ventana, el síndico debe

preguntar el motivo; "así descubrirá fácilmente si se ocultan muertos o enfermos".

Cada cual encerrado en su jaula, cada cual asomándose a su ventana,

respondiendo al ser nombrado y mostrándose cuando se le llama, es la gran

revista de los vivos y de los muertos.

Esta vigilancia se apoya en un sistema de registro permanente: informes de

los síndicos a los intendentes, de los intendentes a los regidores o al alcalde.

Al comienzo del "encierro", se establece, uno por uno, el papel de todos los

vecinos presentes en la ciudad; se consigna "el nombre, la edad, el sexo, sin

excepción de condición"; un ejemplar para el intendente de la sección, otro

para la oficina del ayuntamiento, otro más para que el síndico pueda pasar la

lista diaria. De todo lo que se advierte en el curso de las visitas —muertes,

enfermedades, reclamaciones, irregularidades— se toma nota, que se trasmite

a los intendentes y a los magistrados. Éstos tienen autoridad sobre los

cuidados médicos; han designado un médico responsable, y ningún otro

puede atender enfermos, ningún boticario preparar medicamentos, ningún

confesor visitar a un enfermo, sin haber recibido de él un billete escrito "para

impedir que se oculte y trate, a escondidas de los magistrados, a enfermos

contagiosos". El registro de lo patológico debe ser constante y centralizado.

La relación de cada cual con su enfermedad y su muerte pasa por las

instancias del poder, el registro a que éstas la someten y las decisiones que

toman.

Cinco o seis días después del comienzo de la cuarentena, se procede a la

purificación de las casas, una por una. Se hace salir a todos los habitantes; en

cada aposento se levantan o suspenden "los muebles y los objetos"; se esparce

perfume, que se hace arder, tras de haber tapado cuidadosamente las

ventanas, las puertas y hasta los agujeros de las cerraduras, llenándolos con

cera. Por último, se cierra la casa entera mientras se consume el perfume;

como a la entrada, se registra a los perfumistas, "en presencia de los vecinos

(201) de la casa, para ver si al salir llevan sobre sí alguna cosa que no tuvieran

al entrar". Cuatro horas después, los habitantes de la casa pueden volver a

ocuparla.

Este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los

individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los menores movimientos

se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados,

en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia,

en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica

continua, en el que cada individuo está constantemente localizado,

examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos —todo

esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario. A la peste

responde el orden; tiene por función desenredar todas las confusiones: la de

la enfermedad que se trasmite cuando los cuerpos se mezclan; la del mal que

se multiplica cuando el miedo y la muerte borran los interdictos. Prescribe a

cada cual su lugar, a cada cual su cuerpo,

...

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