El Feroz Cabecilla
Enviado por pipilipi1992 • 16 de Septiembre de 2014 • 4.427 Palabras (18 Páginas) • 325 Visitas
El feroz cabecilla.
Rafael F. Muñoz.
Periodista y escritor de novelas y cuentos en memoria de la Revolución Mexicana.
El autor a través de un relato describe un hecho histórico en el cual se puede percibir un evento revolucionario en el que se plasma un tema convertidoen una obra literaria, ya que se trata de un periodista que participó en la llamada revolución mexicana, obviamente introduce metáforas y describe con sus dotes de escritor una caravana de 10 o 12hombre que van huyendo del ejército federal, se trata de campesinos maltrechos, hambrientos, sucios y algunos de ellos con heridas y por las cuales se dificultaba su huida, siendo liderados por un jovenal cual llamaban “jefe” y el cual les dio las instrucciones de que iban a pasar la noche y descansar en una vieja y ruinosa iglesia, algunos de sus hombres posaban dormidos y no se querían quedar, alinterior de la iglesia y todos los hombre útiles subieron a sus caballos y se perdieron en la noche.
El autor describe que el ejército federal al fin dio alcance a los maltrechos campesinos en elinterior de la iglesia en donde solo se encontraban los heridos abandonados y cuando los soldados se convencieron que no había peligro y aun temerosos de una emboscada se aventuraron a remover losescombros para darse cuenta de el número de muertos, el oficial al mando deba órdenes para que su ejército descansara, cuando aparecieron dos soldados que llevaban en sus brazos a un hombre metido en uncosta y le dijeron que era el único sobreviviente, el oficial ordeno que de inmediato lo fusilaran pero antes le preguntaran su nombre y esto dio el nombre de su jefe, Gabino Duran, lo cual no era ciertoporque este había huido junto con los hombre que no estaban heridos.
Cuando el jefe de la patrulla avanzada da su informe al coronel del regimiento, este le dice que alcanzaron a los rebeldes y losatrincheraron en una iglesia y que sus soldados los desalojaron después de media hora de nutrido tiroteo lo cual no fue cierto, ya que ni hubo tal batalla, ni el líder fue atrapado, tampoco era.
EL FEROZ CABECILLA
Rafael F. Muñoz
Por la llanura silenciosa, de tierra blanca y suelta, manchada a trechos del verde oscuro de los mezquites, caminaba bajo el sol ardiente del verano una caravana extraña; diez o doce hombres cubiertos de polvo, andrajosos, jadeantes, arrastrando los pies, tiraban de varios animales, caballos y mulas, también sudorosos, cubiertos de polvo blanco, manchados de sangre; sobre los animales, un cargamento espantable: moribundos.
Aquellos hombres eran rebeldes; campesinos que luchaban por la posesión de sus tierras; acababan de combatir por tres días, defendiéndose con sus armas viejas, en la sierra donde se habían refugiado, de los batallones compactos, los regimientos veloces y la artillería implacable; habían sido vencidos y dispersos y, horas antes, cuando la mañana comenzaba a teñirse de gris, aquel grupo de supervivientes comenzó su jornada por el desierto árido y ardiente; iba como jefe un mocetón enorme, calzado con altas mitazas y cubierto con guayabera de lino, bajo la cual se dibujaban dos pistolas descomunales; era él quien había obligado a los que podían tenerse en pie, a subir sobre los lomos de sus caballos y sus mulas a unos cuantos heridos, víctimas de la certera artillería que barrió con metralla las laderas de la sierra; no debían abandonarlos ahí, para que los “changos” los remataran a la bayoneta, y los llevaban sin saber ni a dónde, lentamente, al paso de los animales fatigados.
El jefe iba a caballo, al final de la silenciosa columna, volviendo de cuando en cuando lavista hacia la serranía azul donde había sido el desastre.
-Jálenle, muchachos; si .no, nos alcanzan; pa’ la noche ya .no habrá peligro…
Los infantes se pasaban una botella con agua tibia, mojaban los labios, y seguían su camino sin decir palabra; de cuando en cuando alguno de los fardos que iban en los lomos de las cabalgaduras gemía dolorosamente, hacía fuertes movimientos como tratando de desasirse de las ligaduras que lo mantenían fijo, y dejaba manchas rojas en la tierra suelta de la llanura inmensa; los que iban a pie callaban, callaban; casi al final de la caravana iba sobre una mula un bulto extraño: era la mitad de un hombre metida en un costal y amarrada por fuera con gruesos lazos; no asomaban del costal sino una cabeza sucia y melenuda y dos brazos cubiertos de harapos; lo demás era sólo un tronco al que una bala de cañón había arrancado las piernas. En plena batalla otros rebeldes metieron al herido en un saco, y con sus cobijas bien ceñidas lograron contener un poco la tremenda hemorragia; el herido tenía fiebre y deliraba incoherencias en voz alta; la monotonía de su voz impacientaba de vez en cuando al infante que tiraba de la mula.
-Cállate, loco.. .
Al mediodía se acabó el agua de la botella; los hombres caminaban lentamente y sin seguir la recta, como si anduvieran dormidos.
-¿Hasta cuándo vamos a cargar con estos bofes? –preguntó una voz.
-Por mí ya los habríamos dejado en el camino, en cualquier mezquite -contestó otra al cabo de un momento.
-Al que no jale le doy su agua -dijo el jefe. Y todos siguieron caminando.
El hombre del costal comenzó a reírse estúpidamente, y los demás a quejarse, inquietos, sobre el lomo de los animales.
A lo lejos, rumbo a la serranía, se vio levantarse una columna de polvo blanco; el jefe la notó, pero siguió en silencio; uno de los infantes volvió la cara y dijo:
-Ora, sí, ai vienen…
-Están lejos todavía -dijo el muchacho-, cuando menos cuatro leguas.
Al frente del grupo se detuvo un hombre viejo, alto y canoso, herido en la frente y vendado con una toalla sucia.
-Pa’ qué diablos -dijo- vamos cargando con estos muertos. .. aquí los dejamos y echamos carrera…
-Nos van a alcanzar les “changos” -añadió el que había visto la columna de polvo.
El jefe no contestó; abrió su guayabera, sacó una pistola y al viejo canoso lo dejó tendido en la tierra suelta, con un enorme boquete entre los ojos. La caravana siguió su marcha, en silencio.
Por la tarde comenzó a soplar viento del norte y a amontonarse espesas nubes que surgían rápidamente del horizonte. La columna de polvo que se levantaba en dirección a Sierra Azul había desaparecido a mediodía; sin duda, los soldados estaban descansando. La caravana de rebeldes llegaba al final de la blanca llanura; a lo lejos, al norte, se divisaban algunas arboledas que ponían su negra silueta en el nublado gris; era la orilla del río, donde terminaba el desierto; a la vista del oasis, los rebeldes que iban a pie se animaron y marcharon de prisa, tirando siempre de las bestias cargadas de moribundos,
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