El Pensamiento Latinoamericano, El Positivismo Y La Burguesía Argentina De Leopoldo Zea
Enviado por MarcelaTolra • 17 de Diciembre de 2012 • 2.556 Palabras (11 Páginas) • 539 Visitas
Leopoldo Zea
El pensamiento latinoamericano
SEGUNDA PARTE
VIII
EL POSITIVISMO Y LA BURGUESÍA ARGENTINA
LA GENERACIÓN DE 1880
La generación soñada por los próceres de la emancipación mental de la Argentina pareció surgir el año de 1880 en la capital, Buenos Aires. Spencer, en cuyas ideas había encontrado Sarmiento la expresión de las propias, se presenta como el filósofo de la generación que iba a realizar la etapa civilizadora de la Argentina. Su influencia fue mayor que la de Comte, aunque no inspiró una escuela como éste en Paraná. “Los hombres del 80 —dice Alejandro Korn— acogieron con simpatía la doctrina agnóstica y evolucionista de Spencer sin dejar de informarse en las corrientes afines del movimiento universal. Profesaron las tendencias individualistas del liberalismo inglés, proclamaron las excelencias del método experimental, alguna vez lo emplearon y en toda ocasión se distinguieron por un criterio recto y honesto”. Pero, agrega Korn, “absorbidos por la cultura europea no valoraron las fuerzas ingénitas del alma argentina y, para nuestros males, buscaron remedios exóticos. Mentalidades de gabinete, nunca se identificaron con el sentir de las masas; hombres de pensamiento, carecieron de empuje militante. Otros lucharon con las ideas que ellos diseminaron” (Korn, “Influencias filosóficas en la evolución nacional”).
Esta generación, se dice, fue derivando hacia el conservadurismo político y social. De rara inteligencia, la fueron poniendo al servicio de sus más personales intereses. La oligarquía fue su máxima expresión. Comte no fue por ella aceptado, porque no comulgaban con su sociocracia jerarquizada y antidemocrática. Se entendían mejor con el liberalismo de Spencer, que conducía a un tipo de sociedad en el cual el individuo podía alcanzar el máximo de libertades. Algo recuerda este grupo al de los “científicos” mexicanos. También éstos se entendieron mejor con Spencer por los mismos motivos. La oligarquía, en torno al dictador Porfirio Díaz, fue el tipo de gobierno por ellos sostenido. La “civilización” fue concebida por los positivistas argentinos como el triunfo del esfuerzo personal expresado en la riqueza obtenida por medio de la explotación industrial. Juan Agustín García, uno de los más distinguidos miembros de esta generación, hacía la crítica de la misma y se horrorizaba pensando a la República Argentina “como una colosal estancia erizada de ferrocarriles y canales, llena de talleres, con populosas ciudades, abundante en riqueza de todo género, pero sin un sabio, un artista y un filósofo. Preferiría —dice— pertenecer al más miserable rincón de la tierra donde todavía vibra el sentimiento de lo bello, lo verdadero y lo bueno”. A Spencer atribuía todos los males, lo mismo los de la instrucción pública que los de la política. Comte, decía, hizo del Brasil un país admirable al darle el lema “orden y progreso”. Spencer, en cambio, hizo del nuestro un país inculto y desgraciado (García 1922).
A esta generación pertenecieron, entre otros, José Nicolás Matienzo, Juan Agustín García, Rodolfo Rivarola, Luis M. Drago, Norberto Piñero, Ernesto Quesada, José María Ramos Mejía y otros que, si bien no pertenecen propiamente a su generación, sí fueron influidos por ellos y estuvieron en su círculo o en ciertas relaciones que les sitúan a su lado, tales como Carlos Octavio Bunge y José Ingenieros. En poco tiempo su influencia se dejó sentir fuertemente dominando todos los círculos educativos, la administración pública y los negocios. Esta generación parecía destinada a ser la representante de la burguesía argentina, en cuyas manos la “civilización” iba a alcanzar su máximo desarrollo. El sueño de Sarmiento, el de la Argentina como los Estados Unidos de la América del Sur, parecía realizarse. Pero esta generación, al igual que sus equivalentes en toda la América hispana, no sabrá o no podrá realizar tal sueño. La gran burguesía europea hace de la burguesía argentina, como de todas las burguesías hispanoamericanas, simple amanuense de sus negocios. Los ferrocarriles empiezan a recorrer las pampas, las industrias se abren en sus ciudades, los bancos empiezan a multiplicarse y la riqueza parece acrecentarse; pero las firmas que amparan a estos ferrocarriles, industrias y bancos son extranjeras. Se habla de la argentinidad, pero no se la encuentra en ese mundo “civilizado” que poco o nada tiene que ver con ella. Muchos de sus mejores hombres se empeñan en buscarla en el pasado, como Juan Agustín García (1862-1923) en su Ciudad indiana. Otros, como José María Ramos Mejía (1826-1882) se empeñan en comprender a las figuras más vigorosas de este pasado inmediato, como Rosas. Pero en el conocimiento de este pasado y de estas figuras no ven sino lo que les permite ver su mentalidad formada en las últimas filosofías europeas y sin contacto directo con la realidad argentina. Paul Groussac, perteneciente a la generación puente entre la de los próceres de la emancipación mental argentina y los de esta generación positivista y seguidora de Spencer, había previsto esto y señalado sus peligros al decir: “En proporciones relativamente mayores y más rápidas que los Estados Unidos, la República Argentina ha venido a ser la encrucijada de las nacionalidades. Tan violenta ha sido la avenida migratoria, que podía llegar a absorber nuestros elementos nacionales: lengua, instituciones políticas, gusto e ideas tradicionales. A impulsos de un progreso spenceriano que es realmente el triunfo de la heterogeneidad, debemos temer que las preocupaciones materiales desalojen gradualmente del alma argentina las puras aspiraciones, sin cuyo imperio toda prosperidad nacional se edifica sobre arena. Ante el eclipse posible de todo ideal, sería poco alarmarnos por el olvido de nuestras tradiciones: correría peligro la misma nacionalidad. Y es, sin embargo, esta hora suprema la que algunos eligen para ensalzar la educación utilitaria, que nos ha traído donde estamos, y atajar la cultura clásica, que por sí sola constituye una escuela de patriotismo y nobleza mora1” (Korn, “Influencias filosóficas en la evolución nacional”).
EL IDEAL DE UNA RAZA ARGENTINA
José Ingenieros (1877-1925), hijo de inmigrantes italianos, hará una interpretación de la historia argentina en relación con los grupos inmigrantes que van formando el grueso de la población. La raza europea representará a la civilización; la autóctona, a la barbarie. La lucha de los miembros de la generación de Mayo contra Rosas es vista como la lucha de la raza “euro-argentina” contra la raza gaucha o hispano-indígena. Dentro de la raza “euro-argentina” quedan también incluidos todos los próceres de la independencia política de la Argentina:
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